Una Alemania hostil al inmigrante

Una Alemania hostil al inmigrante

En Europa los populismos de derecha crecen azuzando el fantasma de “los diferentes”

25 Marzo 2017

Amanda Taub - The New York Times

BUCH, Alemania.- A primera vista, Buch, una pequeña comunidad en las afueras de Berlín, parece ser el tipo de lugar al que Ricitos de Oro declararía “justo el adecuado”. No es ni demasiado rico ni demasiado pobre; ni demasiado caro, ni demasiado destartalado; no está demasiado cerca del atiborrado centro de la ciudad, pero no tan lejos que sus calles de departamentos ordenados y flanqueadas por árboles estén más allá de un recorrido cotidiano.

Probablemente, no es el tipo de lugar que la gente se imagina cuando piensa en la corriente de populismo de extrema derecha que está abrumando a Europa. Sin embargo, bajo la superficie, este barrio acogedor y seguro es marcadamente diferente a las deprimidas zonas posindustriales a las que es frecuente que se describa como una fuente populista, y es emblemático de las fuerzas que amenazan con cambiar totalmente a la política occidental como la conocemos.

En este aparente bastión de cotidianidad, Alternativa para Alemania, un partido populista de extrema derecha, ganó más de 22 por ciento de la votación en la elección local del 2016; más que ningún otro partido.

Fui a Buch para conocer mejor cómo es que el populismo de extrema derecha ha enraizado por gran parte de Europa. Encontré signos de fuerzas sutiles sobre las que los científicos sociales han teorizado de tiempo atrás, que podrían estar impulsando el aumento populista que surge por todas las sociedades occidentales.

Las calles estaban cubiertas con varias pulgadas de nieve el día que estuve allí en enero, lo que le daba una cualidad pintoresca a la zona comercial, de ladrillos marrones, en el centro de Buch. Un restaurante de comida rápida resplandecía de forma seductora, su letrero anunciaba hamburguesas y ensalada, así como falafels y doner kebabs.

Mahmud Ceylán, cuyo primo es dueño del restaurante, estaba parado detrás del mostrador. A veces, los partidos derechistas acusan a los inmigrantes turcos, como él, de no poder asimilarse a la sociedad alemana. Resopló cuando se le preguntó si había experimentado algún acoso. Pasaba todo el tiempo, contó. La gente le decía cosas en el tren y en la calle. “La gente te ve y no sabe que llevas aquí casi 25 años”, comentó. “No saben que trabajas”.

Sin embargo, cuando se le preguntó por Alternativa para Alemania, encogió los hombros. Si bien el ascenso del partido había impactado a gran parte de Europa, para Mahmud es la Alemania que ya conocía.

Mientras hablábamos, Jakob Raff, un cliente de edad mediana que había estado charlando locuazmente en el mostrador, se quedó callado. Se inclinó e hizo una advertencia: “Aquí hay derechistas”, dijo. “Debería tener cuidado al hacer esas preguntas”.

El “efecto halo”

Buch, en la superficie, pareciera ser una fuente insólita de enojo contra los inmigrantes. Para empezar, hay pocos inmigrantes. Mientras que muchas partes cercanas a Berlín son tremendamente diversas, llenas de refugiados y otros inmigrantes de todo el mundo, Buch ha seguido siendo abrumadoramente blanco, a pesar de la presencia de un reducido centro para refugiados en medio de la ciudad.

Los científicos sociales llaman a esto el “efecto halo”: un fenómeno que se repite por toda Europa, que consiste en que es más factible que la gente vote por políticos de extrema derecha si vive cerca de zonas de diversidad; pero, de hecho, no dentro de ellas.

Jens Rydgren y Patrick Ruth, sociólogos en la Universidad de Estocolmo, escribieron en el 2011 que las personas en tales comunidades pueden estar bastante cerca de los inmigrantes para sentir que están bajo una amenaza, pero, con todo, demasiado lejos para tener el tipo de interacciones regulares y amistosas que disiparían sus temores.

Eric Kaufmann, un politólogo en el Birkbeck College de Londres, ha encontrado que la creciente diversidad puede empujar el “halo” hacia fuera. El este de Londres fue un centro de actividad de la extrema derecha en los 1970, pero, a medida que sus barrios se volvieron más diversos, cayó el apoyo a la extrema derecha y aumentó en los suburbios más blancos, un poco más alejados.

Buch, también, parece encajar en el patrón. A pesar de la llegada de algunos refugiados, hay tan pocos musulmanes que el supermercado ni siquiera se surte de carnes halal. Sin embargo, se ubica en un distrito que limita con Wedding, una de las partes de mayor diversidad en Berlín.

Los habitantes blancos de Buch, según esta historia, tienen miedo no porque su vida o trabajo cambiaron totalmente por la inmigración, sino porque lo perciben como algo que sucede en zonas como Wedding y les preocupa poder ser los siguientes.

Una identidad negativa

En el otro extremo de la ciudad, por la calle flanqueada por bloques de departamentos de la era comunista, llegué hasta el edificio de la iglesia donde Cornelia Reuter y su esposo Hagen Kuehne viven y trabajan como pastores.

Reuter dijo que algunos de los feligreses están preocupados por el temor de que pudieran mandar más refugiados a Buch.

Su esposo y ella rastrearon ese temor, en parte, en un problema más profundo: muchos en su comunidad, contaron, anhelan un claro sentido de identidad y pertenencia, pero batallan para encontrar uno.

Después de la Segunda Guerra Mundial, celebrar o siquiera definir la identidad alemana se volvió tabú, a menudo visto como un paso hacia el nacionalismo que permitió el ascenso de los nazis. La actitud cambió algo con la Copa Mundial 2006, cuando los anfitriones alemanes ondearon imperturbablemente su bandera y celebraron el orgullo nacional.

Sin embargo, todavía queda bastante de un hueco como para que la gente sienta un “vacío interno”, dijo Reuter. Esta brecha en la autodefinición los ha dejado sin ninguna forma de expresar su identidad, excepto por aquello que no son; lo que a veces se da en llamar “una identidad negativa”.

“Puedes decir: ‘Yo no soy musulmán’, pero la mayoría de las personas no puede decir: ‘Yo soy cristiano’”, o articular de otra forma una identidad positiva, explicó. “Hay un vacío. Y yo creo que es una cosa de toda la sociedad. No es solo de un grupo. Es un problema muy general”.

El tabú por la identidad en Alemania no es nuevo. Sin embargo, los acontecimientos recientes pudieron haber hecho que, repentinamente, se sintiera más doloroso.

Immo Fritsche, un politólogo en la Universidad de Leipzig, ha encontrado que cuando la gente siente que ha perdido el control, busca una identidad fuerte que la haga sentirse parte de un grupo poderosos. Identificarse con algo poderoso, capaz de producir cambios, como una nación fuerte, se vuelve muy atractivo, notó.

Reuter dijo que muchas personas en Buch sí sienten una sensación de haber perdido el control. La crisis de los refugiados se percibió como un signo de que las fronteras de Alemania se habían vuelto anárquicas. Y la presencia del centro local para refugiados, si bien hogar de solo unos cientos de personas, conllevó un sentido de riesgo intensificado.

Muchos de sus feligreses de mayor edad, comentó, le habían dicho que no podían creer con qué tienen que lidiar los jóvenes de hoy. “¡Y se trata de personas que crecieron durante la Segunda Guerra Mundial! ¡A quienes bombardearon y experimentaron la guerra!”.

Sin embargo, sentían que tenían suerte por haber experimentado el tipo de voluntad e identidad que se les ha negado a los jóvenes de hoy, añadió.

“Al menos en ese entonces yo podía hacer algo”, relató que le comentaron. “Al menos, en ese momento, yo era una parte de todo’”.

Ello ha dejado una apertura para Alternativa para Alemania, que promete restaurar el patriotismo alemán. Los políticos de extrema derecha, como Bjorn Hoecke del partido, dijo Reuter, saben cómo explotar ese tabú sobre la identidad. “La gente como Hoecke está empujando contra esta cosa”, dijo ella. “El sabe poner sus palabras justo ahí”.

En una entrevista, Hoecke me dijo que cree que la identidad es “la pregunta” para Alemania hoy.

Minutos después, le dijo a una multitud de cientos de partidarios que gritaban, que los alemanes son “el único pueblo en el mundo que coloca un monumento de la vergüenza en el corazón de su capital”, en referencia al monumento a los judíos asesinados en el Holocausto, que está en Berlín.

“Alemania necesita una relación positiva con nuestra identidad”, me dijo, “porque en la base de poder avanzar está la identidad. La base de nuestra unidad es la identidad”.

Hostilidad

A medida que uno se acerca al centro para refugiados en Buch, se hacen más evidentes los signos de hostilidad contra los inmigrantes. En las mantas de Alternativa para Alemania, rotas y esparcidas por la calle, aparecen hombres morenos y sonrientes apretando puñados de euros.

Lo mismo sucede con el aire de amenaza. Uno de los edificios del centro para refugiados está marcado con las quemaduras de un reciente ataque incendiario.

Juliane Willuhn, la directora del centro, dijo que aún no se resuelve el delito. Nadie resultó lesionado en el fuego, pero pareció que el ataque estaba diseñado para amenazar: los investigadores concluyeron que el incendio fue intencional y se inició en un cuarto en el que había andaderas para bebés. Nada quedó de ellas excepto por las cenizas y unas cuantas ruedas achicharradas.

Y, con todo, en entrevistas, varios habitantes de Bush que viven cerca del centro de refugiados expresaron optimismo sobre sus vecinos. Soltaron indirectas sobre el aspecto malo de teorías como la del efecto halo: que el contacto con las personas que son diferentes aligera los temores que pueden impulsar las respuestas populistas negativas.

Martin Orthman estaba paseando a su perro Sunny en el parque cercano al centro de refugiados. Orthman dijo que había desarrollado una perspectiva positiva de ellos después de ser guardia de seguridad en uno de los centros, en un pueblo vecino.

Al otro lado de la calle, Elena Salow, quien vive a unas cuantas cuadras del centro, caminaba hacia su casa con su pequeña hija. Comentó que no tiene ningún “sentimiento directo” sobre el centro de asilo ni sobre Alternativa para Alemania, pero que había tenido experiencias buenas con los refugiados. “A veces nos encontramos en el parque y los niños juegan juntos”, contó Salow.

Estas entrevistas señalaron hacia algo denominado teoría del contacto intergrupal. Cuando la gente tiene contacto directo con miembros de un grupo étnico o nacional en particular, tiende a volverse más tolerante hacia el grupo en su conjunto, se concluye en las investigaciones.

Esto sugiere que el contacto regular con los inmigrantes reduce el apoyo a los partidos populistas de derecha, porque quita el sentido del miedo que los impulsa.

De ser cierto, ello da a entender que la influencia de Alternativa para Alemania en Buch podría ser más débil de lo que implicarían sus recientes éxitos electorales. Sin embargo, ese tipo de contacto surte efecto con lentitud, mientras que el partido ya ha gozado de un ascenso meteórico.

El apoyo a la extrema derecha podría disminuir al final. Pero, entre tanto, hará que los inmigrantes en Alemania y los políticos europeos estén bajo un estrés tremendo.

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