Política, religión y poder

Política, religión y poder

Michel Houellebecq, en Sumisión, nos muestra el camino de un país hacia el gobierno islámico intolerante. Juan José Sebreli, en Dios en el Laberinto, advierte las nefastas consecuencias del cruce entre religión y poder

26 Marzo 2017

Por Cristina Bulacio - Para LA GACETA - Tucumán

La gran actualidad de la relación política-religión, abordado en un ensayo y una ficción, me hicieron reflexionar. Se trata de Dios en el Laberinto de Juan José Sebreli; y Sumisión de Michel Houellebecq. Sobre el ensayo de Sebreli acaba de publicarse, en este mismo espacio, un artículo mío. En él señalo su lúcida interpretación de la historia de Occidente y la fuerte crítica a las religiones, en particular, al uso desde el Estado del poder de lo religioso. El cruce nefasto entre religión y poder genera violencia. Sebreli no niega la existencia de Dios, formula una pregunta, pone en suspenso la respuesta, es agnóstico.

Sumisión, narra la historia ficticia de un profesor universitario de la Francia actual que vive la progresiva e ineluctable conversión de los altos niveles intelectuales –profesores de la Universidad de Paris-Sorbona– a la religión musulmana. Los nuevos dueños del poder buscan a los intelectuales porque saben que la educación es la clave para dominar el mundo. Por un juego impensado entre derecha e izquierda, la próxima autoridad política de París será musulmana. El nuevo director de la Universidad intenta convencer a este joven profesor, no creyente, desilusionado de la vida, con argumentos notables: el ateísmo es una moda siglo XX que ya terminó; las civilizaciones no mueren, se suicidan, y Europa se ha suicidado; y “los hombres se matan por cuestiones metafísicas y no … por reparto de territorios de caza” (237). Finalmente, en una larga conversación el Director le revela su verdad: “La idea asombrosa y simple, jamás expresada hasta entonces con esa fuerza, de que la cumbre de la felicidad humana reside en la sumisión más absoluta … El Corán es, en el fondo, un inmenso poema místico de alabanza al creador y de sumisión a sus leyes” (245). La felicidad reside en acatar esa sumisión con alegría. Lo que necesita la Francia del futuro para ser grande son hombres de fe inconmovible en la religión de Alá.

Es importante pensar en el peligro de la estrecha relación entre religión y poder político. La religión tiene un objetivo y un sentido y la política otro. El ensayo de Sebreli revela la formación democrática de su autor y la crítica a los manejos espurios político–religiosos. La ficción de Houellebecq, por el contrario, muestra el lento e irremediable acercamiento de un intelectual –agnóstico convencido– a la religión más estricta y quizás menos tolerante: el Islam. Nadie le exige convertirse al Islam para seguir siendo profesor de la Sorbona, pero el clima político y espiritual a su alrededor tiene tal densidad que hacen inevitable la conversión. Los argumentos que se esgrime a sí mismo el personaje son irrebatibles: prestigio, buen sueldo, permanencia en la cátedra, poligamia. No se pide nada a cambio. ¿Por qué no convertirse? Decir: “No hay sino un Dios y Mahoma es su profeta” puede no ser tan difícil. En la novela, el poder político de la Francia del 2022 será, inevitablemente, musulmán.

Desvíos

A mi criterio, el mundo está haciendo un giro desde las democracias que tanto cuesta mantener, hacia lo religioso –con un sentido equivocado– como centro del poder político. Estamos olvidando la tolerancia y la antigua racionalidad. La novela citada transmuta en ficción los hechos recientes del terrorismo en París. Creo que el Occidente de Platón y Aristóteles va debilitándose. La esencia de la política es el bien común y en particular, la negociación. La democracia, la mejor forma de gobierno posible, es débil y, por lo tanto, requiere instituciones fuertes.

Hoy predominan en el mundo político gestos arbitrarios y violentos resultado de ideas dogmáticas. Cuando la política, desconociendo la democracia, toma un giro dogmático, ha errado el camino. El dogma es propio de la religión y requiere adhesión total. Hacer política desde ideas dogmáticas, negar el diálogo y la pluralidad de ideas, es aceptar la sumisión al poder político, es confundir religión con política. Si eso sucediera, y quizás está sucediendo, será en el corazón de las grandes religiones y en sus juegos terrenales de poder –y no en lo político–, dónde se resuelvan los destinos del mundo. Y ello es alarmante.

© LA GACETA

Cristina Bulacio - Doctora en Filosofía.

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