Desentrañando el enigma Trump: el mundo

Desentrañando el enigma Trump: el mundo

18 Marzo 2017

Sergio Berensztein - Analista político

La última de las dimensiones a tener en cuenta para entender el todavía sorprendente fenómeno Trump es la internacional. Es la más compleja de las analizadas en esta serie de columnas sobre el tema. Y también la que el presidente norteamericano menos controla. Esta cuestión puede analizarse desde dos vertientes: la visiones y las acciones. Es decir, las ideas de Trump sobre el mundo y el mundo real en el que deberá desempeñarse.

Trump cree en la vieja teoría del excepcionalismo norteamericano. Considera que su país es, o al menos fue, una suerte de paraíso gracias a sus valores y al trabajo duro de su gente. Si no lo sigue siendo, es por culpa del establishment político que se olvidó de la América profunda y orientó recursos para financiar iniciativas que en nada contribuyen el ciudadano medio. Al contrario, a menudo ese dinero sirvió para fortalecer adversarios e impulsar ideas u acciones contrarias a esos valores excepcionales. Más aún, Trump supone que los problemas del desarrollo de otros países, su falta de orden y progreso inclusivo, es de su exclusiva incumbencia. Considera que Washington no es en absoluto culpable ni responsable. Al contrario, bastante ya hizo su país hasta ahora. Cree que es tiempo de priorizar los intereses y los problemas de los estadounidenses. Así, si México quiere mejores empleos o Europa deseare re armarse, pues entonces que hagan sus propios ajustes y sacrificios. Por eso exigió a los socios de la OTAN y de países de Asia, como Japón y Corea del Sur, que inviertan más en defensa. Eso no es necesariamente equivalente a que Trump abandone esas alianzas militares. Estados Unidos apunta en una primera instancia a que sus ciudadanos y su territorio, al margen de lo que pase en el resto del mundo, sean prósperos y estén seguros, suponiendo que eso fuera posible. En síntesis, el americano menos importante, sus derechos y sus demandas, son para él mucho más relevante que cualquier asunto que ocurra en el extranjero. Por eso, pare él, los estadounidenses pobres y olvidados tienen reclamos que superan en jerarquía los derechos de los inmigrantes ilegales o las sensibilidades de los internacionalistas trotamundos.

Al mismo tiempo, Trump busca un cambio relevante del lugar que el país que preside ocupa en el sistema internacional. No pondrá la grandeza nacional al servicio del sostenimiento del orden mundial, sino todo lo contrario. Washington ya no será el faro del mundo que lleva la luz civilizatoria de la democracia y los mercados a todos los rincones del planeta, sino un actor más que se sirve del sistema global para favorecer su propio interés. Este modelo de nacionalismo suele confundirse con aislacionismo, porque es la antítesis deliberada de la idea progresista de ser “un ciudadano del mundo”. Así como la política exterior de Bush hijo combinó el liberalismo con la fuerza militar unilateral en lo que se dio por llamar neconservadurismo, Trump parece apuntar a una especie de búsqueda renovada de la primacía global con elementos de nacionalismo militante (y a juzgar por el proyecto de presupuesto recientemente presentado, posiblemente militarista) en los asuntos internacionales.

Trump cree que el globalismo del siglo XXI es un retroceso y una desventaja estratégica para Estados Unidos, que debe pagar demasiados costos. Temas más tradicionales de la agenda internacional, como el crecimiento de la economía global, la cada vez más compleja gobernanza mundial, migraciones, refugiados y el cambio climático han sido abiertamente desestimados y hasta ridiculizados. En todos los casos,Trump parece decidido a no contribuir y hasta a revertir incluso el terreno ganado. No cree en el multilateralismo y es un crítico permanente de los foros internacionales, como la ONU, cuyo Consejo de Seguridad podría estar integrado este año por el propio Trump, además de Putin, Xi Jinping, Theresa May y, potencialmente, hasta por Marine Le Pen. El mandatario estadounidense prometió en campaña acciones contra distintos países que se cristalizaron con las restricciones de visa a Irak (más tarde removidas para este país), Siria, Irán, Libia, Somalia, Sudán y Yemen. Es cierto que la justicia norteamericana frenó esas embestidas. De todas formas, no debe esperarse que Trump continúe la política de sus seis predecesores, que desplegaron una actitud positiva y pro activa orientada a construir un orden internacional inclusivo liderado por EEUU. Por el contrario, aparecerán frecuentes esfuerzos pensados para beneficio primordial, sino exclusivo, de ese país.

Este contexto nos permite aventurar que la agenda mundial de promoción de la democracia o de defensa de los derechos humanos experimentará una merma en el volumen de sus contenidos. Trump prefiere identificarse y se siente mucho más cercano de los hombres “fuertes” que toman decisiones, denostando la importancia y la dinámica propia de las instituciones y los regímenes internacionales.

Si miramos a los socios, Trump está dispuesto a revertir el rebalanceo del poder global actualmente en curso. La escalada de animosidades mutuas y amenazas veladas con China, de no mediar un cambio de tendencia, parece destinada a una inevitable confrontación entre Washington y Beijing, cuyo primer capítulo podría ser alguna acción efectiva contra Corea del Norte. Recordemos que el presidente americano aceptó una llamada de felicitación de la presidenta taiwanesa, dejó entrever su voluntad de intervenir en el conflicto en las islas del Mar de China Meridional y, en un primer momento, hasta estuvo flotando en Washington la idea, rápidamente descartada, de un acercamiento con Corea del Norte para limitar el poder y la influencia de Beijing. Con Rusia, la relación es, por lo menos, opaca y poco clara. El polémico rol de Moscú en las elecciones fue documentado por las agencias de inteligencia, pero poco parece importarle al presidente Trump, aunque le costó el cargo al asesor de Seguridad Nacional Michael Flynn, quien duró en su cargo solamente 24 días. También afectó hizo al fiscal general de Estados Unidos, Jeff Sessions, que debió recusarse en todas las investigaciones sobre la conexión entre el Kremlin y la campaña electoral, reconociendo sus vínculos con Rusia. A pesar de lo que plantea Trump, de sus deseos y de sus percepciones, el mundo se vuelve también un tema de política interna. Y sin duda afecta su imagen, su capacidad de maniobra y otros aspectos medulares de su liderazgo.

En términos de las relaciones con Latinoamérica, Trump fue abiertamente hostil con México y Cuba. El canciller mexicano Luis Videgaray llevó al Alto Comité de Refugiados de las Naciones Unidas la situación de los millones de migrantes mexicanos en Estados Unidos, a la vez que también implementó Centros de Defensoría en sus consulados e invirtió U$S 50 millones para incrementar la asistencia legal a migrantes. Los tibios avances de la apertura cubana logrados bajo la administración Obama corren serio peligro, si es que ya no pueden considerarse extintos. Resta ver la actitud que se tomará frente al proceso de paz en Colombia. Sin embargo, con un México alienado, un Brasil absorbido por su crisis política y económica interna y una Venezuela que en 2017 corre un severo y real riesgo de implosionar, Argentina aparece no sólo como un socio regional estable y confiable, sino también como un potencial líder regional en el cual Washington podría apoyarse. Como sugiere un conjunto de videos humorísticos que se han hecho virales, el gobierno de Cambiemos debería aceptar que será “Estados Unidos primero”, pero debe reconocer y aprovechar que, al menos en la región,podría ser el momento de “Argentina segunda”.

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