Nueva Delhi - Buenos Aires

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Volver de la India, ubicada en las antípodas de la Argentina -y no solo geográficamente- es someterse a uno de los mayores “jet lags” físicos. Y metafísicos...

reivindicación. “La India irradia su idiosincrasia, la de un pueblo capaz de asimilar invasión tras invasión, sin perder identidad”, puntualiza Sánchez Sorondo. credito reivindicación. “La India irradia su idiosincrasia, la de un pueblo capaz de asimilar invasión tras invasión, sin perder identidad”, puntualiza Sánchez Sorondo. credito
19 Marzo 2017

Por Fernando Sánchez Sorondo - Para LA GACETA - Nueva Delhi (India)

La India se nota en las caras. Su historia, sus intuiciones, su casi clarividente sensibilidad. Y ese corazón suyo -a la vez eterno y joven, anciano sabio y niño- que aflora en los ojos de su gente, color negro azabache. Y en la risa más fácil y derramada, en la confianza abierta, en el derroche de empatía al contacto con el otro.

La India irradia su idiosincrasia, la de un pueblo capaz de asimilar invasión tras invasión, sin perder identidad. Es, quizás, el país más parecido a sí mismo, a su esencia, que existe en el mundo; y es -en el sentido trascendente- uno de los más esenciales. Pero está siempre abierto, como pocos, existencialmente al otro, a lo diferente, al prójimo. Sus habitantes encarnan, así, aquel concepto de Presencia que anida en sus escrituras. Y que en la actualidad un gran maestro budista vietnamita, prestigioso tanto en Oriente como en Occidente -Thich Nhat Hanh- ha desarrollado con elocuencia a través de la noción de Conciencia Plena (“mindfulness”, para otros) como un camino iniciático, centrado en el momento presente. Vía de superación de ese sufrimiento que es una de las cuatro nobles verdades del budismo: “la vida es sufrimiento”. El “valle de lágrimas” de los cristianos, equivalente al “samsara” oriental.

Volver de la India, ubicada en las antípodas de la Argentina -y no sólo en sus antípodas geográficas- es someterse a uno de los mayores “jet lags” físicos. Y metafísicos. A una disritmia circadiana, que altera tanto los husos horarios con hache, como todo tipo de usos y costumbres.

Es encontrarse con el rostro huidizo y ausente del que nos mira pensando en otra cosa. Con un prójimo que no está donde está, con el mundo de lo abstracto, de lo mental, de lo especulativo. Con menos tiempo y risas que perder, con una curiosidad acotada por las obligaciones y la desconfianza, con una solemnidad a toda prueba. Hablando de nuestras diferencias temperamentales con Oriente, no olvidaré, como ejemplo, la risa infantil y traviesa del Dalai Lama cuando, en una de sus visitas a Buenos Aires a la que me tocó asistir, los micrófonos empezaron a fallar justo en el momento en que el invitado de honor iba a tomar la palabra. ¡Qué contraste entre la preocupación adusta de los anfitriones argentinos y la tentación inocultable de Su Santidad!

Pero no escribo estas líneas animado por una torpe intención maniquea según la cual aquello es ideal y esto, horrible. Me interesa, al contrario, marcar disparidades que, por chocantes que resulten para el que vuelve, en realidad apenas lo son en un plano. En el otro, en el de las esencias, tales asimetrías no hacen sino destacar, paradójicamente, las simetrías de fondo. Aquello que algunos maestros llaman “inter-ser”; vale decir, la ineludible y feliz interconexión entre todos y todo.

Y así, a pesar y hasta gracias a sus diferencias, Argentina “inter-es” con la India tanto como India con esta espléndida “residencia en la tierra” (Neruda) que nos tocó para vivir.

© LA GACETA

Fernando Sánchez Sorondo - Escritor. Autor de Sai Baba, un cable al cielo.

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