Conservar el patrimonio va más allá de no demolerlo

Conservar el patrimonio va más allá de no demolerlo

Como lo hemos hecho notar en numerosas oportunidades, la preservación del escaso patrimonio arquitectónico de nuestra ciudad, es algo que de ninguna manera se agota con preservarlo de la demolición. Los edificios valiosos, para que se justifique conservarlos y sigan en pie, tienen, en primer lugar, que ser mantenidos para que se libren de los estragos del tiempo; y en segundo -pero no menos importante- lugar, deben tomarse las medidas para que sigan teniendo utilidad. Para nada sirve, a una ciudad, poseer inmuebles vetustos en sus calles, que permanezcan cerrados y totalmente al margen de la vida diaria.

Estas afirmaciones, por cierto nada originales, vienen a propósito del importante edificio céntrico enclavado en la ochava noroeste de San Martín y Maipú. Fue inaugurado hace más de un siglo, en 1911, como sede de la sucursal Tucumán del Banco de la Nación Argentina, que funcionó allí largas décadas. Cuando éste edificó su sede actual, en la ochava sudeste del mismo punto, pasó a alojar a la Dirección General de Rentas de la Provincia. Y cuando, a su vez, Rentas pasó a su moderno local propio, el inmueble quedó cerrado.

Se difundió, en un gran cartel colgado en la fachada, un concurso de anteproyectos para remodelar su interior y darle un nuevo destino. De allí en adelante no hubo más novedades; salvo que, en ocasión del Bicentenario, se limpió su exterior, que era soporte de la más desenfrenada pegatina de carteles y pinturas. Así, esta imponente construcción, que se expande por varios metros sobre las dos arterias, sigue cerrada. No es la primera vez que comentamos críticamente el caso en esta columna.

Un edificio clausurado se deteriora día a día, como es obvio decirlo. No resulta difícil imaginar la situación que debe reinar en el interior del que nos ocupa; y toda la estructura, además, tiene que sufrir necesariamente por el avance inevitable de la humedad. No se informó oficialmente -que recordemos- sí se adjudicó a algún arquitecto el anteproyecto del concurso convocado. Pero es inexplicable que el Estado no haya podido encarar todavía el reciclado de ese inmueble, para abrirlo y lograr que siga sirviendo a la actividad y a las necesidades cotidianas.

No es de nuestro resorte sugerir que tipo de destino podría dársele, para operar esa reincorporación. Pero sin duda existen decenas de posibilidad en ese sentido, y más teniendo en cuenta su envergadura y su tan privilegiada ubicación. En otras ciudades del país y del mundo, edificios de esa edad -y mucho más antiguos también- y de esa elegancia arquitectónica, están restaurados cuidadosamente desde hace muchos años, y se los dedica perfectamente a nuevas funciones. Basta mirar las monumentales Galerías Pacífico, sobre la calle Florida de la ciudad de Buenos Aires, para tener una idea de lo que puede hacerse con un edificio viejo.

Así, nos parece deplorable y difícil de justificar, la dejadez con que se viene encarando la situación de un inmueble oficial de tanta importancia que se alza en nuestro microcentro. No puede aceptarse que continúe clausurado y que avance su imaginable deterioro. El Estado debe tomar, con diligencia, las medidas para modificar esa realidad. El edificio de San Martín y Maipú, por sus características, por su valor arquitectónico y por su prestancia, merece ser algo más que un caserón cerrado, al que no se acierta a darle un nuevo rol.

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