Dos ciudades en pocas cuadras
La experiencia registrada el mes pasado resultó positiva y por eso este domingo un puñado de cuadras de la avenida Mate de Luna se convertirán en una “Vía Activa”. Desde el Monumento al Bicentenario hasta el puente que une las calles Thames y Amador Lucero la acera norte quedará reservada para los peatones. A lo largo de esos 700 metros, de 18 a 22, se promoverán diversas actividades, para grandes y chicos: juegos infantiles, minipistas de salud, manifestaciones artísticas, ferias de artesanos. Quienes asistieron la primera vez lo pasaron bien y quedaron con ganas de más.

Esta “Vía Activa” es un poroto que empieza a anotarse el municipio capitalino, aunque la partida viene cuesta arriba desde hace tiempo, básicamente porque la relación entre los tucumanos y el espacio público es compleja e inarmónica. Hay una ciudadanía dispuesta a apropiarse de parques, plazas y calles, pero aplazada en lo que a cuidado se refiere. Romper, ensuciar y robar conforman una trilogía de conductas que afea la ciudad, habla muy mal de quienes la habitan y cuesta una montaña de dinero. Se gasta más en reparar lo vandalizado que en construir lo nuevo.

“Vías Activas” existen en todo el mundo y funcionan de maravillas. Con la forma de ferias urbanas y populares aglutinan la vida ciudadana y suelen aportar a los activos turísticos. Tal vez, con el tiempo, la de la Mate de Luna se convierta en un clásico, capaz de contribuir al atractivo de una capital a la que, justamente, le están faltando atractivos de esa naturaleza. Por el momento es una invitación, un mensaje que puede resumirse así: “el espacio es de ustedes; aprovéchenlo, disfrútenlo. Y por favor, cuídenlo”. La pelota está en el campo de la sociedad, que no siempre la juega bien, pero también puede dar lindas sorpresas. Ahí está la casa Sucar, por ejemplo: de no ser por el interés y la presión de la opinión pública hoy estarían fraguando los cimientos de un edificio.

Ayer empezaron a cortar el pasto en Marco Avellaneda y Mendoza, junto al túnel que sigue sin inaugurarse. Parece que los tiempos vaticanos de esa obra se aceleran porque retiraron buena parte de la cartelería que cubría la zona, un monte colonizado por pericotes y toda clase de bichos a pocas cuadras de la Casa de Gobierno. Los biólogos del Lillo, agradecidos. LA GACETA se hizo eco del reclamo de los vecinos, testigos impotentes de la desaparición de la plaza Telfener. Obras Públicas de la Provincia se sacó el tema de encima explicando que la parquización corre por cuenta del municipio, que a su vez se excusó con el insólito pretexto de que había una cerca en la vereda. Poco serio, todo un símbolo del empleo de la burocracia como vía para hacer la plancha.

Con esa clase de contrastes van construyéndose las gestiones cuando hay un 50% de planificación y un 50% de voluntarismo. Como si fuera una obligación alternar paladas de cal y de arena. Por cada “Vía Activa” se cuenta una plaza Telfener librada a su mala suerte. No es privativo del municipio que conduce Germán Alfaro; es un modelo replicado con la correspondiente escala en el resto de la geografía tucumana.

El servicio de watsapp de LA GACETA es una caja de resonancia heterogénea, en la que repican notas de la más diversa tonalidad. Banda del Río Salí, Alderetes y Las Talitas afrontan realidades muy distintas a las de Yerba Buena y Tafí Viejo, por ejemplo. Dentro de la capital, en los barrios del sur asoman carencias mucho más profundas que en la zona oeste. Pero de punta a punta de este universo variopinto en el que conviven más de un millón de tucumanos queda a la vista que la calidad de vida está restringida a una minoría.

Si las ciudades están vivas quiere decir que cualquier enfermedad puede asaltarlas y está claro que el radio capitalino y el Gran San Miguel de Tucumán no gozan de la mejor salud. Una “Vía Activa” es la clase de anticuerpo que rejuvenece esas manchas en la piel contagiadas por basurales, malos olores, desorden e infinidad de virus urbanos siempre dispuestos a hacer de las suyas. En medio esa tensión vivimos, a veces motivados por las nuevas ideas, a veces saturados por tanta improvisación. Lo que nadie puede permitirse es bajar los brazos.

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