Los invisibles
El problema es ponerse moralista.

El problema es no ponerse moralista.

¿Cómo hablar de algo que todos condenamos y todos condonamos?

(Martín Caparrós, El hambre -2014-)

Blanca suele conseguir pollo en negocios del centro de San Miguel de Tucumán para alimentar a su familia. Los obtiene gratis. Y vencidos. Así que llega a su casa y empieza a frotar con lavandina el ave de color verde, hasta sacarle todos los hongos de descomposición que puede ver. Entonces, lo pone a hervir durante una hora, porque le da miedo, a la vez que asco, tener que comer ese alimento al que, el común de sus comprovincianos, llamaría “podrido”. Con lo que rescate del agua en ebullición hará una salsa o, directamente, bifes. La cena será más aséptica, pero más liviana. En su casa, como en la mayoría de las viviendas de La Costanera, “comerán” mate cocido.

Pero la pobreza en Tucumán es mucho más que paliar el hambre con comida vencida. También es que, además de alimento sano, te falte la mismísima salud.

Estéticas

Blanca, al igual que una abrumadora mayoría de sus vecinos, no cocina sobre una cocina. La aclaración es porque la estética de la miseria es insoportable, entonces muchos se imaginarán el pollo verde arriba de una hornalla. Y la verdad es que en La Costanera, el que cocina con leña tiene suerte. Lo común es cocinar con basura: se incendian desechos para calentarlo todo. Y lo que resulta de estar expuesto al humo contaminante de los desperdicios son las patologías de la piel. En Los Vázquez es todavía peor, porque hay una laguna podrida en medio de todo el barrio: hasta hace un mes, ahí jugaban los chicos a tirar piedra y hacer “sapito”, metiendo los pies en la inmundicia.

Las bacterias de la tierra, del aire y del agua se ensañan con los mal alimentados y con los que deprimen sus ya maltrechos sistemas inmunológicos con adicciones a sustancias legales, como el alcohol, y a las sustancias ilegales, como el “paco”. Entonces, es común ver a niños y a adultos con infecciones en la epidermis, coronadas por enormes pústulas que los mantienen inmovilizados durante días por el dolor. También hay miasis: una lesión provocada por las larvas de las moscas.

Pero la pobreza en Tucumán es mucho más que miles de personas infectadas por males medievales. También es que te maten los hombres contemporáneos.

Paisajes

La guardia del hospital Centro de Salud era en los primeros minutos del martes pasado (y como durante todas las madrugadas del mundo) una ventana hacia esa marginalidad. En una camilla de la guardia se encontraba tendido un cartonero que, cuando volvía hacia Alderetes con su esposa y sus muchos hijos en el carro, fue atacado por “unos porteños, ‘los pecho i’tabla’, que son piratas del asfalto”. Les dispararon a todos y él estaba feliz de ser el único herido: un balazo en el hombro.

Cerca de él se ubicó una joven embarazada. A una vecina que llegó a socorrerla le formuló, con tono impersonal, un pedido que atraviesa el umbral de la realidad: “estoy en corpiño, mirá. Conseguime una remera porque la que tenía está rota y con sangre, de cuando me agarraron a machetazos”. Ella, y un par de hermanos, habían ido a reclamar un caballo que les habían regalado y la respuesta fue a sablazos. Cuando llegó el médico, lloró sin consuelo, pero no por ella sino por su bebé. Había esperado mucho para que la atendieran, pero nunca se quejó.

Pero la pobreza en Tucumán es mucho más tucumanos paupérrimos que no tienen voz (solamente tienen voto) para hacer escuchar que la inseguridad se ensaña con ellos. Que aunque el prejuicio los declare victimarios, siempre son las primeras víctimas. La pobreza, aquí, también consiste en que quienes tienen los votos, paradójicamente, carecen de voz.

Silencios

Nada. Legítimamente nada ha dicho durante todo 2016 el ex gobernador José Alperovich en su condición de senador. Ha ido al Parlamento a no parlar. ¿Para qué querrá fueros un dirigente que nada dice, cuando los fueros son, ante todo, una garantía exacerbada de la libertad de expresión, por cuanto un parlamentario no podrá ser molestado por sus dichos en el recinto de sesiones?

De las necesidades de los tucumanos nada se sabrá en la Nación por boca de quien condujo los destinos de esta provincia durante 12 años. Según los últimos índices oficiales difundidos, la pobreza alcanzó al 35,8% de los tucumanos durante la primera mitad del año pasado. Es decir, que uno de cada tres habitantes del Gran San Miguel de Tucumán no contaba con $ 11.100 por mes para los suyos, que era el costo de la Canasta Familiar. Y de esos pobres, el 4,8% vivía en la miseria, es decir, no disponía de $ 5.600 mensuales para cubrir la Canasta de Alimentos. Claro que todos estos números representan una fábula sobre la pobreza. Si a los 350.000 tucumanos pobres que viven en la capital y sus bordes se les diera $ 12.000 por mes, ¿pasarían a la clase media? Y si a los sobrevivientes de la costanera se les entrega $ 6.000 mensuales, ¿ya no vivirán en la miseria?

Casi naturalmente emerge la chicana de que tal vez el ex gobernador ni una palabra ha pronunciado para, precisamente, nada tener que decir sobre todos los pobres que ha dejado su gestión. Pero Alperovich no sólo supo hablar de la pobreza, sino que les habló directamente a los pobres durante su último año de gestión. Justamente, en esta paradigmática semana, el jefe de los fiscales federales de Tucumán, Gustavo Gómez, logró que Sala IV de la Cámara Federal de Casación Penal, reactive la causa judicial en la que debe investigarse si el ex mandatario incurrió en un delito cuando en 2014 inauguró la “campaña del miedo” en Tucumán. En un acto en Monteros advirtió públicamente que si ganaba la oposición en la provincia, se acabarían las obras públicas, los planes sociales y hasta las jubilaciones y las pensiones. “Hoy pareciera que es normal que haya salud, educación, obras, cloacas y agua”, aseguró esa vez. Un tercio de la población no tiene la menor idea de lo que estaba hablando. Mucho menos, de su concepción de la normalidad.

Pero la pobreza en Tucumán es mucho más que tener gobiernos que, en lugar de prometer el fin de la miseria, amenaza a los pobres con que todo puede ser peor si se acaba la indignidad clientelista del populismo pauperizador. La pobreza es también que la sociedad naturalice el despojo y que responsabilice al pobre de su pobreza.

Hipocresías

El lugar común al que van a parar todos los renegamientos sobre la pobreza se llama “la educación”. Por centenares de miles se puede contar a los tucumanos que sostienen que “sólo con educación” se puede salir adelante. Sin embargo, las clases que no son pobres han tabicado el acceso a la educación. Y no sólo en la comprobación doméstica que consiste en preguntar (y preguntarse) cuántos aceptarían que la empleada o el empleado trabajen menos horas por el mismo sueldo a cambio de que complete el siguiente escalón de educación formal. Resulta revelador cuántos gritadores del lema “educar al soberano” se indignan con esa idea...

Esta semana ha quedado expuesto el doble estándar de los sectores sociales que proclaman que la educación salvará al país y que, en simultáneo, se escandalizan cuando los docentes amenazan con un paro de 48 horas en demanda de sueldos que igualen el costo de la Canasta Familiar. El absurdo de pretender educación de vanguardia con sueldos de pobreza es el síntoma de una sociedad en la cual los sectores más acomodados se reservan el acceso a la educación de calidad, que en la casi totalidad de los casos es privada. (Los pobres, maestros incluidos, a la escuela pública). Esto redunda no sólo en la posesión de mejores habilidades y certificaciones para ocupar los puestos mejor remunerados de la actividad privada: también consagra, en términos de Pierre Bourdieu, nada menos que una nobleza de Estado. Ya no solamente los mejores puestos públicos son para los profesionales, sino que para ser miembro de la Justicia (uno de los tres poderes de la república) hay que tener título universitario. Lo cual es absolutamente coherente a los efectos de la idoneidad, a la vez que prácticamente inaccesible para los sectores más bajos.

Hasta qué, claro está, un pobre entre miles logra el milagro de la movilidad social, y opera la falacia de la miseria: hay una legión de tucumanos proclamando que el pobre es pobre porque quiere; porque si deseara superarse, como Fulana o Mengano, lo podría hacer. En verdad, si no quieren a los pobres, por lo menos que les tengan respeto…

Pero la pobreza en Tucumán es mucho más que una sociedad que elogia su culpa respecto de la inequidad declarando a los pobres culpables de su condición. Es, también, que los representantes de esa sociedad, y los de esos pobres, se hagan los otarios.

Negaciones

Que Mauricio Macri prometiera “pobreza cero” en campaña es uno de los chistes más morbosos que se haya contado. Sólo igualado por Cristina Fernández de Kirchner (la que luego de patentar el pago de aumentos salariales escalonados, manda a marchar contra las propuestas de aumentos salariales escalonados), que ha pedido a sus seguidores que obliguen al Gobierno nacional a “mirar al pueblo”. Tan luego ella, que el 10 de diciembre de 2013 bailaba en Plaza de Mayo, mientras en Tucumán había saqueos y muertos por decenas en las calles.

Esos días y noches de horror y de sangre ocurrieron durante una huelga policial, porque muchos, pero muchos de quienes viven en la miseria de la marginalidad sólo están contenidos a punta de pistola. La escandalosa violencia (a menudo traficada como inseguridad) que se vive en la calle, cometida por sujetos, es hija de esa violencia objetiva que la sociedad ha naturalizado. A nadie alarma ya que en pocos kilómetros cuadrados viva gente a la que todo le sobra, al lado de aquellos a los que todo les falta. Por eso, por increíble que parezca, en 2013 había tucumanos sorprendidos de la cantidad de marginales perpetrando robos en banda. No los habían visto. ¿No los ven?

Pero la pobreza, en Tucumán, no solamente es negada. También es invisible.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios