Nieve negra

Nieve negra

La película, recientemente estrenada y protagonizada por Ricardo Darín, superpone miradas y tiempos distintos, y vuelca esa mezcla por un embudo en el que decanta un cocktail feroz de muerte y secretos. Una terrible historia familiar abre de par en par sus heridas en el cruel momento de repartir una herencia

26 Febrero 2017

Por Isabel Peña - Para LA GACETA - Tucumán

Revisito escenas de la película Nieve Negra en YouTube después de haberla visto en el cine, y se me ponen los pelos de punta en todo el cuerpo. Es que los sentidos de la película que ya me fueron revelados, ahora tiñen su clima y le suman capas. Caen fichas de nuevos registros emocionales, psicológicos. Fui a verla sin grandes expectativas, lo cual es bueno Y me fascina bastante que la película logre esa intensidad sin recurrir a golpes bajos ni griteríos.

La historia es verosímil y elegante. Su estructura y ritmo firmes le dan solidez. El clima de suspenso es bien parido como con una peridural vertiginosa pero que aplaca el dolor.

El paisaje nevado y una tormenta inminente condensan tensión. El clima envuelve un efecto residual del maltrato, de sostener errores o mentiras en el tiempo. Se lo siento complejo y pesado. Como un alud ficticio que oprime la vida de las personas. Recorremos caminos fríos que van de la mano de lo no dicho. El silencio actúa en el film casi tan bien como la actriz española Laia Costa en el papel de Laura. El comportamiento actoral (con diálogos breves) es fundamental.

Gracias al contexto natural, llano como la fotografía, entramos en un estado aletargado, lejos del ruido urbano. Con austeridad de recursos y artilugios, se enaltecen pocos momentos. Entonces, un reflejo de algo raro y vegetal en el vidrio de una camioneta nos molesta con más fuerza, logra confundir nuestra percepción. Vemos algo raro en el establo que está en el fondo, detrás de esa ventanilla. Es un momento. Pero lo breve y bien utilizado, cobra más peso, como cuando al despertar de un largo vuelo creemos ver desde el avión un paisaje marítimo en el colchón de nubes. Metáfora visual medio escondida pero potente de la narrativa de la película.

Aunque algunas críticas le reprochen el final claro y cerrado, (recurso audaz en el mainstream del cine contemporáneo que valora finales abiertos o ambigüos) opino que es ahí mismo en donde radica su potencia reflexiva. Es cierto, la trama cierra con moño al final, pero no nos deja afuera. No nos dirige la mirada sino que la abre. Es gracias a un giro sorpresivo que la película destapa una efervescencia batida de preguntas. Uno sale del cine sintiendo que puede seguir participando, comprendiendo en retrospectiva, imaginando a futuro, atando cabos certeros que antes parecían sueltos. Los personajes hiper-realistas, son hondos y paradojales, no representan seres ni totalmente villanos ni heroicos. Y portan algo de luz en su humanidad, lo que nos hace querer amarlos, comprenderlos. Son víctimas o partícipes de cosas horribles pero nos sentimos cerca de ellos, la complicidad queda suspendida en el aire. Cuando nada es lo que parece, se le abren las puertas de la intriga.

La soledad o la vida ermitaña

Fiel a mi ferviente ánimo de reflexionar sin arruinarle la película al lector, describo solamente una imagen. Marcos, (el personaje de Leonardo Sabaraglia, que vive en la ciudad) entra en un momento al galpón en donde su hermano Salvador, (encarnado por Ricardo Darín), carnea a un animal. Sin dejar de ocuparse de la comida que cenarán pronto, Salvador se da vuelta y contesta de mala gana. Comprendemos en ese instante que la intromisión de su hermano Marcos en este mundo es casi tan enorme como su montaña. La visita ansiosa para resolver temas vinculados a la herencia es más violenta que lo que hace Salvador: extirpar con su brazo hundido en el animal, el corazón o algo de las entrañas del mamífero, como quien le arranca sentimientos enterrados muy adentro.

El silencio de Salvador (Darín) infunde miedo, pero se humaniza por su arraigo fuerte en las acciones cotidianas necesarias para subsistir en el medio de la naturaleza. Lo vemos hacer cosas prácticas como cargar bidones de nafta y por contraste, Marcos y Laura nos parecen algo sedentarios y especulativos. Parecen más fuertes mentalmente, más sofisticados, pero un poco inútiles. Salvador en cambio ejecuta y conoce su simbiosis indiscutible con la naturaleza. Se lo siente mucho más vital que a los visitantes más afectos a proyectar sus vidas a futuro. Vive el puro presente en la montaña, a metros del cementerio de secretos familiares… El que parece vivir anclado en una postura reticente al cambio es, quizás, más flexible con la realidad. Aunque parezca que su deseo es permanecer entre problemas heredados de antaño, aunque acarree a un muerto y a las culpas que incorporó por mandato.

Salvador no come vidrio, pero carga un cadáver pesado en su mochila. Confunde su nombre con el de los muertos y se comporta un poco como esos lobos que acechan su territorio. De los que se defiende a escopetazos. Vive mimetizado con algo descompuesto que solamente él puede escuchar y que no piensa ni puede abandonar.

En la complejidad del engranaje familiar, a veces los que parecen más chiflados pueden ser al mismo tiempo síntoma de cordura del grupo. El hermano que vive aislado en la montaña, cerca de otra integrante del clan que ha enloquecido de dolor, abre una ventana a la redención. Está cerca de su hermana interpretada por Dolores Fonzi, que sigue atormentada, padeciendo miedos y obediencias oprimentes, remordimientos indecibles.

Se sugiere que aunque no se note, se puede estar muerto en vida. Que no hacer los duelos, mata. Que el espejo familiar es implacable, por más lejos que se viva de los familiares.

Que si se guardan secretos muy densos, se puede estar aparentemente integrado y gregario pero llevando una vida más desconectada de los demás que un ermitaño. Los secretos son como una masa fuera de control, que se eleva sola durante la noche sofocando el espacio disponible para respirar al despertar.

Hay recorridos que subrayan la blancura del paisaje, caminos helados cenitales como la mirada omnisciente que van a ofrecer al espectador. Caminos que abren preguntas y disyuntivas, como lo no dicho.

¿Adónde se esconde la culpa de los que la niegan? ¿Qué vacíos o problemas logran “resolverse” con dinero? ¿Cómo sigue la vida después de las tragedias?

© LA GACETA

Isabel Peña - Artista visual y escritora.

Publicidad
Tamaño texto
Comentarios
Comentarios