Salvemos a Tafí del Valle
Fueron por lo menos tres las generaciones de chicos que jugaron en la piedra de los morteros desde que La Quebradita, el primer loteo de Tafí del Valle, empezó a poblarse poco después de la inauguración del camino carretero a los Valles, en 1943. Para los más pequeños, ir hasta la piedra constituía una aventura fuera los límites de las quintas familiares; para los más grandes, parte del paisaje que observaban en cada caminata o salida a caballo; para los lugareños, una reafirmación de su identidad. Aquella piedra (de unos 3 metros cuadrados de superficie y nueve morteros de alrededor de 20 centímetros de profundidad cada uno) se encontraba quién sabe desde cuándo en una servidumbre de paso que corre paralela a la ruta 307 a la altura del kilómetro 63, muy cerca de la comisaría. Es decir, en un espacio público. Formaba parte del patrimonio tafinisto, pero según denunciaron lectores y vecinos de la zona, a fines del año pasado fue desenterrada y arrastrada al interior del terreno de un veraneante (en la edición del domingo, LA GACETA publicó la carta de una lectora sobre el tema). Este pequeñísimo punto en medio de la inmensidad de valle es un enorme ejemplo de lo que ocurre desde La Angostura al Infiernillo y desde el Muñoz a las cumbres de Mala Mala.

La temporada de verano en Tafí del Valle está cada vez más cerca de su final y, como ocurre todos los años, deja bastante tela para cortar: discordias entre veraneantes y empresarios, tiroteos, inseguridad, infraestructura colapsada, usurpaciones y más. Antes de que el otoño apague las quejas, vale la pena analizar algunas de estas situaciones.

La polémica que se generó por la apertura a medias del pub “White House”, a metros del cruce entre la ruta 307 y la avenida San Martín(la del hospital), puso en evidencia que Tafí se está trasformando, pero de una manera caótica. Este local paró de un lado a los veraneantes que pasan largos períodos en la zona de La Quebradita y del otro, a los empresarios y a las personas que suelen subir sólo los fines de semana en busca de vida social y diversión. En el medio quedó la Municipalidad, que negó primero la habilitación del pub, después la autorizó y finalmente dio marcha atrás (una actitud distinta a la firmeza que mostró el intendente Yapura Astorga en 2013, cuando frenó la construcción de un hotel porque no cumplía con las reglamentaciones).

Se puede decir que a cada uno de los actores del caso les asistía algo de razón: de un lado estaban aquellos que habían invertido dinero en casas de veraneo en una zona en la que se supone que debe primar la tranquilidad. En la vereda de enfrente se pararon los que argumentaban que Tafí está cambiando y que si se pretende que sea el principal atractivo turístico de la provincia (para lo cual claramente todavía le falta mucho), hay que tomar ciertas medidas, algunas de las cuales pueden generar molestias. Estas posturas tan diferentes son el resultado inevitable del desarrollo y ambas merecen atención. Pero las cosas serían distintas si alguien se tomara el trabajo de planificar ese crecimiento, de establecer reglas claras, de decir: acá se puede hacer tal o cual cosa y acá no, o al menos hacer cumplir las normas que ya están vigentes.

Tafí del Valle está en peligro: el crecimiento descontrolado pone en riesgo un ecosistema que año a año tambalea bajo el peso de los ladrillos, del cemento, de las nuevas calles y de las construcciones que aparecen en lugares inverosímiles. Da la impresión de que entre los cerros mandan la prepotencia, las avivadas (¿se podría enmarcar en esta categoría lo que ocurrió con la piedra de los morteros?) y el dinero. De otra manera no se explica la fiebre por lotear laderas de cerros, lechos de arroyos, espacios verdes, caminos y cualquier lugar en el que haya apenas los metros cuadrados necesarios como para levantar cuatro paredes (basta observar lo que ocurre en El Pelado, en el arroyo Morales y en varios lugares más). Además, las usurpaciones se convirtieron en parte de la cotidianidad. No es raro ver predios que tienen doble alambrado: a uno lo pusieron los que dicen ser los dueños y al otro, otras personas que sostienen lo mismo. También son cada vez más fuertes las tensiones que se generan por el dominio de las tierras. En este drama hay varios actores: los individuos y empresas que desembarcan en Tafí y en El Mollar con la intención de realizar distintos tipos de emprendimientos privados; las personas que heredaron terrenos que vienen pasando de generación en generación desde hace décadas (siglos, inclusive); las comunidades originarias, que no suelen dudar mucho en enfrentarse a todo aquel que se oponga a sus reclamos, y la población permanente, que se multiplica y necesita cada vez más espacio, por sólo nombrar algunos.

Cabe aclarar que en toda esta situación incide el desorden de titularidades que reinó durante décadas en el valle. De todos modos, así como están las cosas, el futuro es poco alentador. Por ejemplo ¿alguien se preguntó cómo puede impactar en el ecosistema y en la vida de los habitantes el monumental centro de alto rendimiento que proponen construir allí la Federación Económica y el Gobierno provincial? Ojalá la respuesta sea que sí se lo hizo y que, de concretarse, se lo hará de manera responsable para afectar el entorno lo menos posible. Porque debemos entender que la cuestión no puede ser crecer por el simple hecho de crecer. La clave está en hacerlo de manera ordenada, planificada y con la prioridad innegociable de conservar el medioambiente. Es, quizás, una de las pocas estrategias que nos quedan para salvar a Tafí del desastre.

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