Guerra de guerrillas

Guerra de guerrillas

Trump y Obama dieron el ejemplo: antes que cualquier cosa está el respeto institucional. Una lección que los gobernantes argentinos no logran aprender. Manzur y Cano afrontan un año en el que se juegan sus liderazgos.

La tapa de la edición papel de LA GACETA de ayer tiene, en la parte superior de la página (“marquesina”, le dicen en la Redacción) una imagen imposible para los argentinos: Barack Obama y Donald Trump se miran a los ojos, estrechan sus manos y se saludan.

Ese instante es el que se eligió para sintetizar lo que estaba pasando en los Estados Unidos. No es algo de lo que disfrutamos los argentinos. Nuestra idiosincracia ha dado muchos ejemplos en los que las instituciones se instalan detrás de las personas. Cristina no tuvo ningún interés en cuidar lo institucional y les dio rienda suelta a sus sentimientos.

En la Argentina de hace poco la pelea descarnada llegó hasta por la cuenta de Twitter de la Casa Rosada. El viernes, Obama dejó de mandar mensajes con el perfil oficial de la Casa Blanca y empezó a tuitear como un ciudadano más, como antes de tomar las riendas de poder. Las instituciones sobresalieron una vez más por encima de los humores.

“¿Yo señor? No, señor”

Por momentos pareció que Trump les hablaba a los argentinos: “los políticos prosperaron, pero se perdieron trabajos y las empresas cerraron. El ‘stablishment’ se protegió a sí mismo, pero no a los ciudadanos de nuestros país. Las victorias de ellos no fueron sus victorias; los triunfos de ellos no fueron sus triunfos, y mientras ellos celebraron en la capital de nuestra nación, las familias con dificultades económicas tenían poco que celebrar en todo el país”.

En otro momento de su discurso parecía que estaba dialogando con tucumanos: “para muchos de nuestros ciudadanos existe una realidad diferente. Hay madres e hijos atrapados en la pobreza en nuestros centros urbanos, empresas oxidadas y dispersas como lápidas en todo el territorio nacional, un sistema educativo lleno de dinero, pero que priva a nuestros estudiantes del conocimiento, y el crimen, las pandillas y las drogas que han robado muchas vidas y le han arrebatado a nuestro país un enorme potencial”.

Y, hubo un tercer momento en el que el nuevo presidente de los Estados Unidos parecía un conocedor de estas tierras: “no aceptaremos a políticos que sólo hablen y no actúen, que se quejen constantemente pero nunca hagan nada al respecto. El tiempo de los mensajes vacíos llegó a su fin. Ahora es la hora de la acción”.

En criollo y sin peluca, se escuchó claramente que los políticos se enriquecieron, que están mejor desde que ingresaron a la política y que el ciudadano no puede festejar tanto esos triunfos cuando hoy la pobreza afecta al 30% de la población. Más adelante, y en tucumano básico se podría escuchar: construyamos lo que hace falta en todo el país y saquemos los planes de beneficencia.

En la Argentina, el último párrafo citado no tiene cabida. Los asesores no se animarían a sugerir una frase como esa. Advertirían que eso no conviene y que por ello se perderían votos.

Dos bandos

Y Tucumán no está lejos. La institucionalidad ha dado un paso adelante. El gobernador Juan Manzur no podido continuar la cadenas de faltas de respeto y desinterés que supo engendrar su creador político. El gobernador actual cuida todo lo que es de Alperovich. Es incapaz de hacer algo que pueda dejar desaliñado en la foto a su antecesor. Sin embargo, no tiene los desplantes ni descuida las instituciones como lo hacia el autoritario mandatario anterior. El vicegobernador, en cambio, ya ha dado varios pasos atrás. Los gastos sociales lo han jaqueado y sólo ha sabido desobedecer las órdenes de la Justicia. Tanto Osvaldo Jaldo como el gobernador tucumano mantienen las viejas costumbres. Por eso en las tertulias de Casa de Gobierno no hay ningún respeto por los opositores. Hasta de los mosquitos son culpables José Cano, Domingo Amaya y Germán Alfaro. En ese orden.

En ese raro cóctel de radicales, peronistas y macristas les pasa algo parecido. No hay dudas de que las elecciones están en marcha y a como dé lugar la consigna es desgastar al otro.

En el entorno del gobernador hay expresiones de odio hacia Cano y viceversa. Las responsabilidades que les cabe a uno y a otro pasan a segundo plano.

El pleito por los comicios no ha podido ser superado ni por unos ni por otros. La Justicia que ha terciado también ha quedado magullada desde entonces, y no logra despabilarse. Por eso, a mediados de este año la institucionalidad estará presente en el cuarto oscuro.

Entre los hombres de Juan no se cansan de repetir que el Plan Belgrano es un ministerio inventado para pagarle a Cano las denuncias por corrupción electoral que hizo en 2015 y que sirvieron para despertar a los fiscales de PRO. Suelen repetir que ese ministerio flaquea y que el ex senador no hace nada.

En la vereda del frente suelen subrayar las flaquezas políticas de Manzur. Resaltan que los abrazos no alcanzan para borrar su pasado -¿y presente?- hiper alperovichista y que no tiene uñas para guitarrero. Todo sigue igual. El Bicentenario estuvo cargado de buenas intenciones, pero ya pasó y todo ha vuelto a su lugar, reflexionan radicales y peronistas disidentes cuando sobre la mesa sale el nombre de Manzur.

Empate con un perdedor

En cada uno de los bandos principales no va a ser fácil que se pongan de acuerdo. En el oficialismo, el armado de las listas no podrá ser hecho por Alperovich solo, como lo vino haciendo desde hace 12 años. Manzur y Jaldo van a querer opinar y poner sus fichas en los armados, salvo que la obsecuencia -y ambos han dado acabadas muestras- sea inoxidable.

Hay un consenso tácito entre ambas estructuras, que se repartirán las cuatro bancas: dos para cada uno. Aún así, el más perjudicado va a ser Cano, si es que se pone -una vez más- la camiseta de candidato. Aún con un empate de bancas, si pierde Manzur, el costo político no será mayúsculo; en cambio, si el derrotado llegara a ser el radical, pone en riesgo su candidatura a gobernador en 2019.

Tanto Cano como Manzur saben que tienen una tropa díscola. Están seguros además de que serán más de una las listas que se presenten en las PASO. También deben convencerse de que este año está en juego el liderazgo de ambos.

El que peor la lleva es el gobernador, que no logra dominar ni a los presos del presente ni a los gastos sociales del pasado.

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