“En la Antártida, sin reglas te perdés en el blanco”

“En la Antártida, sin reglas te perdés en el blanco”

periodista y escritor reconocido por la Fundación García Márquez cuenta en su último libro cómo se vive encerrado en el hielo. Llegar a la Antártida fue difícil, pero mucho más complicado fue salir de ella. Por Dolores Caviglia para LA GACETA.

“En la Antártida, sin reglas te perdés en el blanco”
22 Enero 2017

Hay cosas que nos pasaron en la infancia y que recordamos con una claridad inexplicable. Un momento feliz, uno doloroso, divertido, extraño. Quizá una charla. Una charla con un ser querido. Con un abuelo. Eso le pasó a Federico Bianchini. Una conversación que lo acompaña desde hace años y que lo impulsó a ir lejos, más allá de lo que hubiera creído, a la Antártida. La anécdota de un amigo de su abuelo lo llenó de curiosidad: “Él me contó que su amigo había ido y que cuando volvió, quería describir la Antártida y no sabía cómo. Eso me interesaba. Y que fuera imposible ir también”. 


Hizo todas las gestiones que pudo hasta que encontró la persona justa que le dijo: “Dale, vení, nos vamos en 10 días”. Era diciembre de 2013 y muy pronto. Le dieron otra opción. Salir el 15 de enero. Dijo que sí. Pero las fechas se postergaron porque llegar no es fácil; pisó suelo en febrero y entonces sí se metió en una comunidad aislada en la nieve para contar cómo viven, lo que piensan y los sacrificios que hacen por amar tanto la ciencia.

Estaba pautado que fuera unos pocos días pero se quedó casi un mes. Hoy, a casi dos años, Bianchini, ex periodista de Clarín y editor de la revista Anfibia, presenta su nuevo libro sobre la Antártida, con el que obtuvo la Beca Michael Jacobs de la Fundación Gabriel García Márquez.

- ¿Cómo surgió esta idea?

- Yo quería hacer una nota. Pero a medida que me quedé, fui sumando entrevistas y volví en marzo con 48 horas de charla. Escribir era una excusa para conocer. Llegué a casa y dije: “Ya está, después veo qué hago”. La nota la había mandado desde allá. Pero una editora, meses después, me propuso hacer un libro y yo pensé en este.

- ¿Te preparaste mentalmente?

- No. Me dijeron que iba a salir cerca del 25 de enero. Pero podía ser días antes o después. Tenía que tener el bolso listo. Había leído que a un hombre le había costado un montón volver, sabía que era una posibilidad. Pero no la contemplé. Si me hubieran dicho que me quedaba un mes, no iba.

- ¿Cómo fue estar sin las distracciones de la ciudad?

- Fue bueno porque se generó mucha confianza con la gente. No lo cuento en el libro pero me hicieron el bautismo antártico: me dieron un brebaje, una mezcla de cosas asquerosas, y un diploma. Fue un rito de iniciación. Me hice amigo de mucha gente. Así conseguí que me contaran cosas que de otra forma no me hubieran dicho.

- ¿Y la convivencia en el asilamiento?

- Entré a una especie de ecosistema en el que tenía que tener empatía con todos, porque si se movía una ficha no sabía qué podía pasar. Hay demasiadas adversidades como para que se produzcan rispideces. Es un lugar desconectado, una burbuja aislada pero con reglas que te ponen en contexto, los horarios de las comidas, que los viernes haya cine, que los sábados se pueda bailar. Ellos pautan para sentir que siguen inmersos en la sociedad; sino te perdés en ese blanco que no tiene margen, no tiene borde.

- Y ¿cómo contar el blanco?

- Fue un problema describir los paisajes. Me junté con la poeta Alicia Genovese, me puse a pensar en opciones y me di cuenta que no tenía que respetar tanto el registro periodístico. Podía jugar con lo poético. Traté de generar pistas para que el lector se imagine una Antártida propia. Es un juego: los paisajes no se pueden describir, hago el intento pero sé que voy a fallar. Y en ese fracaso está la escritura.

- ¿Te afectó la incomodidad del cuerpo?

- Me sirvió para entender lo que los demás me contaban. Sentir a lo que se referían. No quería contar mi historia, sino la de los otros. De hecho, la primera versión no estaba escrita en primera persona, pero ahí me quedaba afuera lo que me pasó a mí, el encierro que sentí al no poder irme.

- ¿Qué te molestó y qué te gustó mucho?

- Esto de que nos íbamos un día, después no. Los rumores que se generaban alrededor. Eso me afectó para mal. Después, me encantó la sensación de caminar ahí, ver los paisajes, los animales, seguir y no poder más, estar cansado y darme cuenta que esos lugares increíbles me daban la fuerza que me faltaba.

© LA GACETA

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PERFIL

Federico Bianchini nació en Buenos Aires, en 1982. Fue redactor de Clarín durante cinco años y trabajó en el diario La Razón. Hoy es editor de la revista Anfibia, colabora en medios nacionales e internacionales y dicta talleres de crónica. Ganó los concursos “Las nuevas plumas” (Universidad de Guadalajara) y el “Don Quijote Rey de España” (Agencia EFE), antes de ganar la Beca Jacobs de la FNPI. Antes de Antártida, publicó Desafiar el cuerpo.

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