Retuitear a Donald Trump

Retuitear a Donald Trump

Los tuits del presidente norteamericano demuestran su falta de respeto hacia el cargo que está por asumir.

20 Enero 2017

Por Thomas L. Friedman, The New York Times

Cuando se eligió a Trump presidente, yo lo sentí como lo más imprudente que hubiera hecho nuestro país en toda mi vida. Sin embargo, como muchos estadounidenses, yo espero lo mejor: llegará a estar a la par del trabajo. Se rodeará de buenas personas. El país podría utilizar una sacudida con ideas nuevas. Dará marcha atrás en sus puntos de vista más extremos.

Sin embargo, ahora que Trump está a punto de poner la mano sobre la Biblia y lo juramenten, nunca he estado más preocupado por mi país. Se debe a muchas razones, pero, más que nada, al tuiteo impulsivo, baladí y pueril en el que se ha comprometido el presidente electo durante la transición.

Indica la inmadurez y la falta de respeto hacia el cargo al que está a punto de acceder una persona que se distrae con facilidad con objetos relucientes, así como la carencia de una decencia básica que podría agitar a su gobierno y dividir al país. Yo temo que estemos a punto de tensar nuestra unidad e instituciones en formas que no habíamos visto desde la guerra de Vietnam.

Como dirigente, solo se tiene una oportunidad de dar una segunda impresión. Y es preocupante lo torpemente que Trump desperdició la suya. En una encuesta reciente de Gallup, se encontró que solo 44 por ciento de los estadounidenses aprueba el manejo que ha hecho Trump de la transición, en comparación con 83 por ciento del presidente Barack Obama y 61 por ciento de George W. Bush.

Sí, ya sé, en el discurso de toma de posesión, Trump volverá a convocarnos a “vendar las heridas de la división”. Sin embargo, dado como empuña el hacha digital en forma impulsiva, esas palabras sonarán huecas. Ya las vació de toda fuerza emocional con sus tuits venenosos y su negativa a incluir aunque solo fuera a un demócrata en su gabinete.

No se puede decir que Trump sea al primero que se elige presidente de quien se haya atacado la legitimidad. En efecto, él encabezó la arremetida contra la de Obama. Sin embargo, más que ningún presidente desde Richard Nixon, Trump ha demostrado ser incapaz de poner la otra mejilla y convertir a los escépticos en aliados. En una época que demanda un liderazgo enorme, él se ha comportado en forma totalmente insignificante.

Qué tal si, después de que John Lewis, el congresista y héroe de los derechos civiles, cuestionó la legitimidad de la elección de Trump, éste no se hubiese burlado diciendo que Lewis es “puro bla, bla, bla” y “debería pasar más tiempo arreglando y ayudando a su distrito, que se encuentra en un estado terrible”. Qué tal si Trump mejor hubiese tuiteado: “John Lewis, un gran estadounidense, caminemos por tu distrito y desarrollemos un plan para mejorar la vida de las personas allí. Obama solo hablaba. Yo soy pura acción Llámeme el viernes después de la 1 p.m. al 202-456-1414. Le mostraré lo legítimo que soy”.

Qué tal si en Año Nuevo Trump – en lugar de tuitear “Feliz Año Nuevo a todos, incluidos mis muchos enemigos que perdieron tan estrepitosamente que simplemente no saben qué hacer” - hubiese tuiteado: “Feliz Año Nuevo a todos los estadounidenses; especialmente a Hillary Clinton y sus partidarios que pelearon una campaña dura, muy dura. Juntos hagamos del 2017 algo asombroso (¡¡¡!!!) para cada estadounidense. ¡Los quiero!”.

Qué tal si, después de que un integrante del elenco el musical “Hamilton” apelara al vicepresidente electo Mike Pence para que “defendiera nuestros valores estadounidenses” y “trabaje en nombre de todos nosotros”, Trump – en lugar de acusar al actor de ser “muy grosero e insultante” y que “ni siquiera podía memorizar su parlamento” – hubiese tuiteado: “Al reparto de Hamilton: aprecio su sincera preocupación por nuestro país. Cuando esté en el salón donde suceden, pasarán cosas buenas. ¡¡¡No desperdiciaré mi oportunidad de trabajar en nombre de todos nosotros!!!”.

Qué tal si Trump – en lugar de llamar al líder de la minoría en el Senado, Chuck Schumer, “payaso principal” – tuiteara: “¡¡¡Chuck, eres EL MEJOR!!! ¡¡¡El más alto demócrata ahora que ya no está Obama!!! Te encanta negociar. Mándame a tus mejores expertos en salud y atención más barata. Ambos seremos héroes (bueno, yo solo un poquito más) ¡¡¡Lámame!!!”.

Ese es el sonido de la magnanimidad. Habría generado una riada de buena voluntad que habría facilitado la resolución de cada gran problema. Y no le habría costado nada a Trump.

Ya antes había señalado que una de mis películas favoritas es “Invictus”, en la cual se narra cómo Nelson Mandela, cuando se convirtió en presidente de Sudáfrica, forjó la confianza entre la comunidad blanca. Poco después de que Mandela asumió el poder, sus asesores deportivos querían cambiar el nombre y los colores del afamado equipo de rugby del país – el casi totalmente blanco Springboks _ por algo que reflejara más la identidad africana negra.

Mandela se negó. Le dijo a sus asesores negros que la clave para hacer que los blancos se sintieran a gusto en una Sudáfrica liderada por los negros, no era eliminando todos los símbolos que amaban. “Tenemos que sorprenderlos con control y generosidad”, declaró Mandela.

La mayoría de los estadounidenses son personas de buen corazón que, de hecho, ansían volver a sentirse unidas. Muchos de los que votaron en contra de Trump, le habrían dado una segunda mirada si los hubiese sorprendido con generosidad y cortesía. Hizo justamente lo opuesto. Triste.

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