El rock busca más espacio
La cultura no se toma vacaciones, pero se abre camino en espacios privados. La iniciativa de Robert Nesta Club con la cuarta edición consecutiva de su 40° de Rock refleja la vitalidad de una escena musical tucumana que no tiene suficientes espacios para manifestarse. La convocatoria lanzada por los organizadores arrojó la friolera (valga la ironía en días de tanto calor que tuvimos y que vendrán) de más de 100 bandas anotadas. Y son sólo una muestra tentativa de la cantidad de formaciones que integran el amplio universo rockero, tan diverso en subgéneros, fusiones y búsquedas que toda clasificación peca de incompleta y arbitraria.

El festival se recorta como un encuentro de grupos que ya hace tiempo vienen batallando en y por los pocos escenarios que se abren en la provincia para mostrar sus propuestas. Habrá otras tantas formaciones no anotadas pero con igual grado de actividad, que le destinan horas y recursos a la formación y a la especialización. Lo cierto es que no se puede cuantificar cuántos grupos quedaron fuera de los tres meses de festival. Quizás ni siquiera sea relevante este dato. Saber que la cartelera (todavía abierta a nuevos interesados) reúne a más de medio millar de músicos, ayudantes, técnicos y plomos habla de una expresión cultural que suele ser registrada por las autoridades a partir del momento en que se transforma en manifestaciones de artistas consagrados.

Esa ausencia de espacios se registra con claridad cuando, a la hora de contarlos, se reducen al Robert Nesta; a La Biblioteca (en la decaída biblioteca Alberdi, de 9 de Julio al 100); a esperar un rincón sobrante en algún lugar mayoritariamente copado por el folclore (Casa Managua, Mandinga Taberna Cultural o La Negra Restaurant) o en algún otro sitio cultural, como 360 Resto Bar, Dionisio, La Sodería, Magic Music Box o Santos Discépolo. Muy poco para tantos grupos desesperados por tocar.

Y esa ansiedad tiene varias facetas. Por un lado, el contacto y la relación directa con el público es la principal herramienta que tienen las bandas jóvenes para definir y afianzar un sonido y aprender a superar la adrenalina del vivo, que suele empujar a cometer errores. En el arte, hay mucha sabiduría en poder superarlos y no quedar atrapado en una nota mal tocada, que puede arruinarte la noche por la amargura; la perfección está reservada a un elenco muy chico, selecto y exclusivo de talentosos.

Desarrollar el ejercicio artístico de caerse y volver a levantarse en un mismo tema no tiene un gimnasio estatal. El rock es el hijo no deseado en los grandes encuentros musicales que organiza la Provincia y la Universidad, para señalar las dos estructuras públicas más importantes en la provincia. Por ejemplo, no existen (ni en Tucumán ni en ningún punto del país) grupos estables de rock, a diferencia de lo que (adecuadamente) existe en lo clásico, en el folclore o en el tango en ciertos distritos. A la hora de privilegiar las músicas, siempre se convoca primero y con más cantidad de shows programados a otros géneros, mientras que los rockeros quedan mirando con la ñata contra el vidrio. Son convocados a la hora de las sobras, para llenar espacios, como se ha visto frecuentemente en el Julio Cultural de la UNT o en el Septiembre Musical de la Provincia.

La excepción puede ser Karma Sudaca, que quedó reservada para el cierre del 40°, cuando marzo empiece a despedirse. La banda de Tony Molteni reunió las miradas de las dos estructuras estatales más importantes durante 2016: para sus 20 años, participaron del Septiembre Musical del Ente Cultural y en diciembre llenaron el Mercedes Sosa en un espectáculo gratuito, luego de que el primer intento de hacerlo al aire libre en la plaza Independencia naufragara por los altos costos: se presupuestaron cerca de $ 400.000 para ese show, y por menos se lo pudo hacer en el mayor teatro de la provincia en términos de cantidad de butacas, con el respaldo de la Secretaría de Extensión Universitaria de la UNT y del ente autárquico que administra ese espacio.

A la hora de pensar en una identidad institucional tucumana, el folclore se recorta en todo el territorio provincial, como lo demuestran las decenas de peñas y de fiestas (organizadas desde municipios, comunas y Provincia) que se suceden semana a semana, predominantes en la agenda por varios cuerpos de ventaja. Algunas veces, más en tiempos de carnaval, se disputan público masivo con el cuarteto y el tropical en sus diversas variantes (hay cultores locales que están trabajando en la cumbia colombiana más auténtica, con bastante crecimiento en el último tiempo).

Hasta el jazz tiene más reconocimiento oficial, quizás por su prestigio como música de proyección internacional. En las filas de sus cultores se multiplican las iniciativas de encuentros, zapadas, invitados de otros lados y apuestas para hacer crecer entre el público a los ritmos de raíces negras, incluso con festivales internacionales como los que organizó Leo Vera. Para mayo se prevé otro con involucramiento del Ente Cultural, y los jazzistas tucumanos se ilusionan con estar presentes. En la misma línea están los cantautores, tanto los reunidos en el colectivo Canción en Movimiento como los dispersos, que se mueven con una red solidaria de apoyo con una trama muy firme y cerrada, sin egos ni competencias conocidas.

Mientras tanto, el Robert Nesta se mantiene como la catedral del rock tucumano, para granjearse un espacio en la consideración nacional cuando nos visitan bandas de trayectoria que son conscientes de que no llenarán un estadio en la provincia. Y los aloja en su club (palabra que connota una carga de lugar de reunión social, entre personas que tienen intereses comunes y gustos similares), con una condición que refuerza su propuesta: como teloneros, estarán grupos tucumanos, algo que no se ve cuando los visitantes llegan pagados por los bolsillos públicos. Una forma más de romper las brechas y de hacer docencia desde lo privado.

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