La aventura de almacenar recuerdos y sensaciones

La aventura de almacenar recuerdos y sensaciones

La devoción viajera de los argentinos hoy no tiene límites: de la tradición “playa - sierras” a los destinos más exóticos.

13 Enero 2017
Para miles de argentinos de clase media, vacaciones son sinónimo de viaje. Y si hasta hace 30, 40 años, el menú casi obligado era “sol y playa” versus “ríos y montañas”, la grilla se extiende hoy al infinito planetario, como se puede observar en las redes sociales en este enero 2017. ¿Qué son, por caso, Carlos Paz y la Bristol de Mar del Plata contra los posteos en las redes sociales que sacuden con destinos como Dubai, Tailandia, Vietnam o Camboya, entre otros antes impensados? Hasta los clásicos periplos por Europa o Miami empalidecen frente a esta vorágine viajera que se ha apoderado de los argentinos, que ha llegado para quedarse, y que ya no entiende de estaciones.

Desde la psicología, una investigación realizada por Thomas Gilovich, de la Cornell University, acerca esta síntesis: que la felicidad no reside en los bienes materiales que poseemos, sino en los recuerdos almacenados, al menos a largo plazo. Y que el viajar es un semillero de recuerdos, un semillero de experiencias gratas que nos nutren en tiempos de vacío.

Ya con la mirada interior, ¿cómo explicar esta pasión viajera? Al parecer, esa fiebre -ahora exacerbada por el pago en cuotas y por las tentaciones que acechan por la red- nos viene casi por este ADN migratorio que nos marca a gran parte de los argentinos. Eso apunta Rodolfo Bertoncello, investigador del Conicet que desde el Instituto de Geografía de la Universidad de Buenos Aires (UBA) dirige un equipo que investiga la relación entre Turismo y Territorio, no sin antes aclarar que ese fervor no es sólo argentino. Y que, aun cuando las estadísticas puedan señalar que “la gente viaja más”, ello no implica necesariamente que viaje más gente.

“Es posible que sea un segmento, de cierta clase media, el que hace más viajes”, advierte. Deja ese punto en suspenso y enumera por lo menos tres razones para explicar la pasión viajera de la clase media argentina. “Nuestra tradición migratoria nos hace valorar el viaje; conocer otros lugares, encontrarnos con las huellas de nuestros ancestros”, reflexiona, desde Buenos Aires, el experto.

Bertoncello añade otros componentes: “hay otro eje muy importante, que es la educación: a diferencia de otros países, los programas de Geografía tradicionales de la escuela media hacían hincapié en la geografía de todo el planeta: en otros países esto no ha sido así; y creo que también juega el hecho de que la práctica del turismo se ha ido consolidando como un derecho”, reflexiona. Parado en ese punto, destaca el papel que el peronismo de los años 50 y 60 del siglo pasado tuvo en la expansión del ocio, del disfrute.

“Entonces se expande el acceso al disfrute de la hotelería para los sectores medios y medios bajos, para obreros y para empleado (los hoteles sindicales) y se consolida como un derecho que paulatinamente se reclama” , añade. Destaca que la implementación de los feriados largos en los últimos años también ha motivado un cambio en los modos de viajar de aquellos argentinos que pueden hacerlo. Y que, frente al tradicional menú “playa o sierras” de los años 60, el actual es un panorama de fragmentación.

“Es un panorama interesante para el turismo, porque hay turistas con distintos intereses, que buscan destinos extremadamente exóticos. Ahí se pone en en juego la distinción. Es la idea de ‘no todos pueden hacerlo’. Y esto no es más que reproducir en el turismo lo que se da en otros ámbitos sociales y económicos, reflexiona el profesor Bertoncello.

Por cierto, adentrarse en esos matices lleva a diferenciar entre el viajero y el turista. Tema este que, como recuerda Juanjo Domínguez, ha tratado en forma exquisita Beatriz Sarlo en su libro “Viajes: de la Amazonia a Malvinas”. “El turismo es programático y elude la contingencia”, “se rige por vectores fijos y evita el desorden” y “promete felicidad segura, no imprevistos”, lo que “no podría ser de otro modo en el uso capitalista de los recursos del mundo”, escribe Sarlo. “Los viajes -en cambio- no consisten en una impávida sucesión de placeres y novedades sino también de sobresaltos” (...) porque “lo bueno de viajar está en la incomodidad y los imprevistos”. Domínguez retoma su propia voz en su intercambio con LA GACETA: “Creo que madurar es, en cierta medida, entender el viaje como la vida: tratar de que sea interesante y placentera y nunca perder la esperanza de la sorpresa y la fascinación”.

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