“Puede ser que para míescribir al otro signifique amarlo”

“Puede ser que para míescribir al otro signifique amarlo”

Microensayo, autobiografía, retrato, diario personal y crónica circulan sin límites entre géneros, como si la memoria familiar se destilara entre el alcohol de los bares y la tinta de las publicaciones que María Moreno hizo a lo largo de 30 años, para surgir nueva en Black out, el libro recientemente publicado por Random House que ya es elegido por críticos y escritores como uno de los ineludibles del año que acaba de terminar.

MATIZ. “Hay muchos mitos sobre los 70 y hay muchos 70”, separa Moreno. revistaanfibia.com MATIZ. “Hay muchos mitos sobre los 70 y hay muchos 70”, separa Moreno. revistaanfibia.com
08 Enero 2017
La gran cronista procesa su experiencia, en la vida y en la literatura, como si trasvasara alcohol de una botella, a la boca, de ahí al cuerpo para volverlo un tributo salvaje, una despedida al padre, a los amigos, a una época. Si la primera pregunta que aparece es por qué eligió el alcohol para estructurar los relatos, Moreno se encarga de desarmarla: “¿Por qué Guareschi elige un pueblo llamado La baixa; Hemingway, París; Piglia, el lector; Capusoto a los montoneros? Son coartadas. A menos que preguntes por qué te sorprende una autobiografía etílica en una ¨chica¨”.

En verdad, lo que sorprende es que la referente indiscutida de la crónica, sea la única presencia femenina en un mundo de hombres. Sin embargo, la escritora se escabulle del centro hacia los márgenes: “No soy la única mujer retratada, soy una autobiógrafa que usa la autobiografía para hacer una serie de microbiografías”. En esas historias aparece su reconocida inteligencia crítica y, además, la experiencia con el psicoanálisis, en una percepción tan aguda que logra revelar hasta el hueso de los hombres que nombra. De algún modo, una voz feroz muestra lo que Victoria Ocampo jamás se hubiera animado a contar de sus amigos. “Black out es la novela de la runfla, la alteridad con la coalición masculina, de la comunidad sin comunidad, la escuela laica de formación mutual del bar”, dice Moreno y da a leer las vidas de Miguel Briante, Norberto Soares, Charlie Feiling y Claudio Uriarte. Los cuenta casi héroes de una época.

A pesar de que todos digan lo contrario, Moreno se va a encargar de desmentir que a través de esos hombres haya tratado de conformar el perfil de una generación: “Es al revés. Yo hice el retrato de mis amigos, una puesta en escena de sus estéticas, sus legados. Y eso fue leído como el retrato de una época. Hay muchos mitos sobre los 70 y sobre todo hay muchos 70. Creo que hay nuevas generaciones que se piensan a sí mismas como aquellas a las que les tocó épocas pobres de intensidad y canibalizan libros como Black Out creyendo que tocan a un hombre (en este caso, una mujer): ‘quien toca este libro, toca a un hombre’ decía Walt Whitman pero era una pose literaria”.

Lejos de la pose

Pensándolo un poco más allá, las anécdotas de esos cuatro escritores, de algún modo hablan de la prosa de María Moreno; una escritura caudalosa en la que su voz se “hace notar”, inundada de enumeraciones caóticas, antagónica en ese ir y venir de lo alto a lo bajo de la cultura. “Las lecturas críticas siempre se hacen de la propia escritura y modo de leer. Pero como en Vida de vivos, el trabajo sobre los otros, va construyendo mi personaje. Desde la chica que se desmaya ante José Bianco hasta la que se tutea con los disidentes sexuales, pasando por la que hace reportajes en revistas de la farándula y trapicha (con justicia) a Jorge Porcel y Martín Karadajian como personajes de la cultura y juega con Maitena a ver quién es la peor de todas. Es un autorretrato indirecto”, dice.

Lejos de la pose y de los lugares comunes al género, Moreno usa algunas frases para describir al padre que, a la vez, parecen hablar de su libro. Por ejemplo “la única manera de mostrar amor era el registro” o “Ese era el secreto de su boca sensual: la cualidad de herida”. Moreno piensa esa interpretación y dice: “Se me ocurre que Black out es registro casi entomológico –una ficción de objetividad– y herida abierta. No lo veo sensual. Puede ser que para mí escribir, pensar al otro signifique amarlo aunque el otro no lo vea así, sino todo lo contrario”.

Líquidos

Los relatos de infancia, el conventillo y las anécdotas personales conforman una parte fundamental de Black out. La autora de crónicas memorables como 19 de diciembre -sobre la crisis del 2001- o las reunidas en Banco a la sombra (2011) se encarga de deformar, rearmar sus historias y lograr que lo verosímil sea producto de la escritura y no de la experiencia. Dice: “La memoria actúa poco. No tengo ninguna ilusión referencial. O trabajo contra ella buscando la autonomía del texto de acuerdo a sus leyes internas. Sí, en efecto apoyaba a Charlie Feiling contra la pared al devolverlo a su casa, sí, mordí al perro de Norberto Soares, sí, con Miguel Briante juntamos un juez del suelo pero esa es la anécdota. Creo que el microensayo prima sobre todo. Una teoría de la marcha bajo tóxicos, sobre el arte del absurdo ante la inminencia de la muerte del amigo, sobre ciertas identificaciones aristocráticas en los despreciadores de la burguesía, en esas anécdotas.

De la familia originaria a la banda del bar. Del registro oral a la página. Los fluidos -alcohol, sangre, río, palabra- están en constante desborde. Tal vez porque, como dice Moreno: “La clave del libro es la metáfora del alambique que empieza con el hombre en el ómnibus y atraviesa todo el libro como un fantasma de la narradora. Es una filosofía de los líquidos”.

Por Verónica Boix © LA GACETA

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