Esa irresistible manía de no escuchar al otro

Esa irresistible manía de no escuchar al otro

La palabra diálogo es una de las más repetidas en los últimos tiempos, pero es la menos practicada. ¿Por qué nos cuesta tanto?

Tres sílabas se abrazan para darle vida. Ella es puente entre dos almas. Mano tendida. Habla. Escribe. Discute. Piensa. Ama. Sin ella no hay representación ni poesía ni libros ni diarios ni radios ni televisión ni internet... Tampoco discursos. Vertebra el mundo. El otro trío de sílabas no sería posible sin ella. Con él va y vuelve. De uno a otro. Y si ambos están predispuestos nace el entendimiento, no necesariamente la coincidencia, pero también el equilibrio y la contradicción. Ella vive en él. Nada sería él sin ella. Pero tanto una como el otro se vacían de contenido a fuerza de declamarlos sin ponerlos en práctica. Sin palabra no hay diálogo; sin ambos, tampoco comunicación.

En los últimos tiempos, se ha puesto de moda hablar del diálogo, entendido como la importancia de escuchar al otro y de aceptar su opinión, sin imponer la propia. Hablamos de una sociedad incomunicada, de la falta de diálogo en el hogar, en las escuelas, en los matrimonios, entre docentes y alumnos... Muchas veces la ausencia de diálogo desemboca en la intolerancia, en la violencia... ¿Por qué cuesta tanto dialogar? Si se acepta que el otro tiene razón, ¿implica una vergüenza, un menoscabo, sentirse inferior? ¿Querer tener siempre la razón es sinónimo de poder, de inteligencia? ¿Es propio de una sociedad autoritaria? ¿Es un problema cultural? ¿Cómo se construye el diálogo?

Virtuales y no reales

Sus 84 años viven en la sonrisa de su mirada. Parte de su vida transcurrió en Tucumán. Se recibió de médica siendo mayor y compone canciones para chicos. “Con el avance de la tecnología, el diálogo diario con las personas que nos rodean se ha deteriorado porque cada uno vive en su mundo, comunicándose cada vez más con personas virtuales y no reales, lo que personalmente me produce preocupación y pena”, dice Sulamita Epsztein Schmulevich. En su opinión, la aceptación o reconocimiento de que el otro tiene razón es un acto de respeto, cultura y justicia. “No es inteligente pretender tener siempre la razón. En cambio, es mucho más inteligente aquel que prefiere tener paz y no perder una vieja amistad por tratar de defender y/o imponer una opinión. El estado de ánimo juega un papel importante al momento de dialogar y el lenguaje gestual tiene su peso. A veces, un abrazo vale más que una palabra”, sostiene.

Unos pesados

Liz Criso (23), estudiante de odontología, señala que el problema es una cuestión de cortesía. “¿Por qué todo tiene que ser violento? Nadie se banca que le digan nada, ni siquiera de buena manera. Hay gente que piensa que tiene razón siempre y más que poder, son personas con caprichos, unos pesados. Me parece que es un problema cultural, una cuestión de que no se respeta al que piensa u opina distinto, al margen de lo que sea. Aun cuando alguien opina una barbaridad, cuando se insulta o se maltrata, como cuando hablan de ‘negros de mierda’, uno no puede responder con más violencia”, manifiesta.

“No te metás”

Juan Salvi, 28, empleado judicial, pone en duda si cuesta tanto dialogar. “Venimos de años en los que no se dialogaba. Después de la dictadura la generación de mis viejos entró en el ‘no te metás’. Me parece que son etapas, ahora cuesta, pero en la democracia poder manifestarse, poder decir lo que uno piensa es un derecho. Quizás cuando pase el tiempo, y con ayuda de la educación, obvio, aprendamos a usar mejor esa posibilidad, y respetemos lo que cada uno opine y se pueda dialogar de mejor forma”, señala.

El respeto mutuo

Juan Carlos Corral, ingeniero industrial, observa que nos cuesta comenzar, mantener y finalizar el diálogo por múltiples factores. “Daría los lineamientos para entender un poco más la problemática: infravaloración, entorno, aires de superioridad, prisa, desinformación, hipocresía/falsedad, egocentrismo/narcisismo, cambios en las argumentaciones, escapismo, incoherencia, desatención. En fin, el cúmulo podría extenderse y las causas que producen estos ‘efectos anti-dialoguistas’, en igual dimensión: falta de tiempo, estrés, prioridad en las pre-ocupaciones, principios y posicionamientos individuales, carácter, temperamento, ‘obediencia debida’, normativas y reglamentos sin margen a la discusión”, dice. “El diálogo se construye tomando como base el respeto mutuo, la sinceridad, el reconocimiento y la verdad, todo dentro de un marco de constructividad volutiva, racionalidad equilibrada y bien común al servicio de las partes. ‘Tratá de verlo desde mi lado, ¿tengo que seguir hablando hasta que no pueda más? Mientras lo veas desde tu lado, corremos el riesgo se saber que esto se terminará… podemos solucionarlo’ (The Beatles-Paul McCartney)”, agrega.

Los enemigos

Profesora emérita de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), fundadora del Instituto de Historia y Pensamiento Argentinos, destacada intelectual, Lucía Piossek dice: “es curioso, nuestro idioma, el que hablamos normalmente, tiene unos modos de decir que parecieran confirmar lo que pensaba Karl Jaspers, un filósofo alemán del siglo pasado, acerca de la razón. Pensaba que la razón es un espacio ideal donde es posible que las personas se entiendan, logren un acuerdo, aunque no necesariamente lleguen a coincidir en todo. Nosotros tenemos un modo decir como este: ‘se puso fuera de razón’, aplicado a alguien que se niega a escuchar al Otro y opta por la reacción violenta. Y, correlativamente, tenemos otro modo de decir: ‘hay que hacerlo entrar en razón’. Ese espacio ideal al que Jaspers llamó razón, no es otro que el espacio generado por el diálogo franco, sincero, amenazado siempre por el peligro de convertirse en una forma más de querer imponerse con violencia sobre el Otro. Todas las formas de dogmatismo cerrado, las ideologías sin autocrítica y el fanatismo ciego y sordo son los enemigos que nos impiden entrar en ese espacio de libertad, lugar del diálogo genuino”.

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