El sueño eterno
Ahora la revolución será un sueño más eterno que nunca. Ayer nos dejó el descomunal Marcos Ribak, o Ribak Schatz, con su apellido materno, más conocido como Andrés Rivera.

Hace 12 días había cumplido 88 años. Su madre era ucraniana y su padre polaco.

Al judaísmo lo canjeó por un seudónimo y al comunismo lo exorcizó con sus libros.

Rivera era un adelantado. Se anticipó a su tiempo en casi todo. Predijo el fracaso marxista 30 años antes de la caída del Muro de Berlín. Por eso fue expulsado del Partido Comunista en 1964.

Se decepcionó con la lucha social y política justo en los años en que el mundo entero respiraba sus aires más revolucionarios. Era muy difícil y había que tener bastante coraje para anunciar la derrota cuando sus contemporáneos festejaban hasta la victoria siempre, bailaban rock and roll desnudos y fumaban marihuana.

Sus textos más potentes vinieron después del desengaño. Según la crítica, su punto de inflexión definitivo llegó con “Ajuste de cuentas”, un libro de relatos de 1972.

El orador sin lengua

Quizás la síntesis de su pensamiento, o una de ellas, está en uno de sus libros más conocidos, “La revolución es un sueño eterno”, pese a que en una charla él me dijo que detestaba ese trabajo. Se trata de una biografía novelada de Juan José Castelli, conocido como el orador de la Revolución de Mayo.

Justamente, el orador de la revolución murió de cáncer de lengua. Toda una metáfora que define acabadamente a la Argentina y que Rivera describe con cruda belleza en ese libro.

Un país en que el visionario pierde la vista, el narrador se queda sin memoria y al artesano le amputan las manos.

“El invierno llega a las puertas de una ciudad que extermina la utopía pero no su memoria. Y ese deseo malogrado de forjar entre todos un país libre y justo se convertirá en la obsesión de sus últimos días: ¿acaso hay alguna revolución que pueda compensar la pena de los hombres o se trata, simplemente, de un sueño imposible?”, pregunta Rivera en la sinopsis de su propio libro.

Aunque escéptico hasta los huesos, Rivera siempre dejó alguna rendija para respirar. Porque si bien la revolución es un sueño, una utopía, es a la vez eterno, no muere nunca.

Hace unos años, en una charla con la periodista Viviana Gorbato, expresó: “Yo estoy convencido de que ningún libro, por bueno que sea, puede cambiar el mundo. Pero tengo que escribir.” De nuevo, la incredulidad y la ranura que permite respirar, que en su caso la escritura.

Bussi, el mazorquero

“¿Cómo es posible que, en una provincia donde se ganó una batalla decisiva para la independencia, hayan votado a un mazorquero como (Antonio) Bussi?”. Rivera enmudeció al auditorio y se hizo cargo de ese silencio durante largos segundos, sin dejar de mirar fijo a los ojos del público.

Fue el 31 de julio de 2003, cuando vino a Tucumán a presentar “Ese manco Paz”, otra novela histórica, esta vez sobre José María Paz.

La elección del adjetivo con el que denostó a Bussi acarreaba una fuerte carga simbólica, ya que tres años después de la historia de Castelli publicó “El Farmer”, una novela sobre Juan Manuel de Rosas, personaje al que Rivera aborrecía y cuyo brazo armado era la mazorca.

En esa misma presentación, el ganador del Premio Nacional de Literatura en 1992, contó que escribió el libro sobre Paz en 2002, “en la Argentina de las coimas, de la corrupción, de los nuevos ricos, y del que se vayan todos”.

Lo más triste es que nada cambió en estos últimos 15 años. O sí, hubo algunos cambios estéticos, de forma. La Banelco mutó en bolsos con dólares o en valijas repletas de efectivo. Dinero público invertido en lujosas mansiones en countrys donde habita el neo marxismo surgido en esta última década.

Memoria selectiva

En Kadish, su último libro, Rivera hace referencia a la “memoria selectiva” de los argentinos y cómo tiramos al inodoro todos los hechos que ya no nos sirven o que conviene olvidar.

Cómo haría un obsesivo de la coherencia política como él para aceptar que la misma clase dirigente que privatizó el país en los 90, luego lo estatizó en la próxima década y ahora intenta volver sobre sus pasos. Privatizaron el fútbol primero, después lo estatizaron y ahora lo vuelven a privatizar, por ejemplo.

Y no son distintos, son casi todos los mismos. Para confirmarlo pueden hacerse algunos ejercicios muy sencillos.

Por ejemplo, tomar las declaraciones sobre el impuesto a las Ganancias del kirchnerismo de hace dos años y ponerlas en boca de los funcionarios actuales y se verá que son exactamente las mismas.

De igual modo, tomar las declaraciones sobre Ganancias de Cambiemos de hace dos años y colocarlas hoy en labios del kirchnerismo y se verá que en nada difieren, ni en una sola coma. Pareciera que no buscan una solución real ni mejorarle la vida de los argentinos, sino que buscan dañar al adversario y para eso vale decir cualquier cosa. Hoy negro y mañana blanco, qué más da.

Hace poco más de un año el macrismo denunciaba empleomanía estatal y sobredosis de noquis en toda la administración pública. Y en sólo seis meses de gobierno ya nombraron a más gente que la que había.

La Justicia es exactamente la misma, pero ¿ahora hace justicia y antes no? O es al revés. ¿Cómo es?

Cuatro décadas de pobreza

El kirchnerismo recibió el país (en realidad Eduardo Duhalde primero) con el 50% de pobreza y lo entregó con el 30%, el piso histórico desde 1974.

Es decir, la pobreza estructural de Argentina sigue siendo la misma desde hace 42 años y ningún gobierno pudo, quiso o supo bajarla. Y en este último año volvió a subir, como también aumentaron las tarifas de los servicios, los alimentos, la ropa, las cuotas de los colegios y las ganancias de sectores nunca postergados, en ningún caso, como las mineras y los bancos, por ejemplo. De los pocos privilegiados que ganan más que el año pasado.

En el único lugar donde se pretende reducir personal es quizás en una de las pocas instituciones transparentes que le quedan a la Argentina, que es el Conicet. También hay ñoquis, es innegable, pero nada en comparación con los nichos de corrupción que persisten en las universidades nacionales, por ejemplo. Y ahí sí hay muchos que hacen nada.

El eterno enroque

Hay ministros y funcionarios de Cambiemos que están en el gobierno desde la década del 90, que pasaron por todos los colores y funciones. Esos no pueden hablar de “pesada herencia”.

Ni hablar del Congreso: senadores antes diputados, antes gobernadores, antes intendentes, luego ministros y de nuevo diputados o gobernadores y así, en algunos casos, desde la década del 80.

Rivera murió con el mismo escepticismo con el que vivió los últimos 50 años. Fue coherente toda su vida y por eso siempre votó en blanco. Con razón o equivocado, la coherencia ideológica es un valor muy escaso en estos tiempos.

Y él estaba convencido de que el país iba camino implacablemente hacia el desastre, porque quienes son parte del problema nunca podrán ser parte de la solución. O como escribió Rivera a través de Castelli en “La Revolución es un sueño eterno”: “Si ves al futuro, dile que no venga”.

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