A diez años del Faceboom

A diez años del Faceboom

Es conocida la conflictiva historia de la creación de Facebook, que en 2004 nació como una red de conexión estudiantil en la Universidad de Harvard para luego expandirse en ámbitos académicos alrededor del mundo. Fue 2006 el año en que la red se abrió a todo tipo de usuarios en la web. Su expansión quebró sucesivos récords: superó los 12 millones en ese año, los 58 al siguiente, los 600 en 2010, los 1.000 en 2012, y se acerca a los 1.800 en estos días finales de 2016. Uno de cada cuatro habitantes del planeta tiene un perfil en la red

24 Diciembre 2016

Por Marcelo Zavaleta

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

Suele repetirse, para resaltar la magnitud de su alcance, que si fuera un país, sería el más poblado del planeta. Si bien sus ingresos son extraordinarios para una compañía y su cotización es una de las más altas del universo bursátil, estos son similares al PBI de un país centroamericano pequeño. Su influencia global, sin embargo, es infinitamente superior.

Tanto entre usuarios como entre no usuarios de la red social proliferan defensores y detractores. Se cuentan por millones las parejas que se generaron gracias a Facebook, los reencuentros de amigos extraviados en las curvas de la vida, las reconciliaciones o los contactos profundos con los más cercanos, gracias a la atenuación de los factores inhibitorios que se presentan en las interacciones habituales de la realidad. La red también ha sido el canal para millones de infidelidades y rupturas matrimoniales, conflictos interpersonales y reputaciones mancilladas.

Como toda plataforma de comunicación, el uso de Facebook conlleva riesgos y posibilidades auspiciosas. La multiplicación exponencial de “amigos”, la rápida gestación de una popularidad virtual que puede trascender la virtualidad o la construcción de interconexiones que pueden generar ingresos extraordinarios se cuentan entre las últimas. Un uso ingenuo de la red puede también derivar en una catástrofe inimaginable para su usuario.

Los sorpresivos resultados de las elecciones norteamericanas llevaron a muchos analistas a plantear que las catástrofes también pueden ser institucionales y globales. La existencia de burbujas digitales que aíslan a los usuarios de Facebook en un universo de contenidos seleccionados algorítmicamente de acuerdo a las preferencias personales y, por lo tanto, cerrando significativamente la convivencia de posiciones diversas que nutre al debate público, fue una de las cuestiones que despertó una controversia que no cesa. La ausencia de filtros efectivos contra las noticias falsas durante la campaña electoral fue otra de ellas. Mark Zuckerberg reaccionó rápidamente señalando que el porcentaje de información falsa que circulaba en su red era insignificante. También anunciando medidas para jerarquizar los contenidos chequeados y para filtrar los contenidos basura.

En algunos países de Asia, la mayoría de los usuarios de internet solo se conectan a la web a través de Facebook. Esa red es el marco de su navegación; no hay para ellos otro mundo -en el plano virtual- fuera de esa red social.

¿Cómo sería un mundo en la que la mayoría de sus habitantes vive inmerso en Facebook? ¿Una especie de Truman show en el que nuestras biografías virtuales -y buena parte de las reales- se construyen para ser espiadas por los otros? ¿Algo más parecido a lo que muestra uno de los capítulos de la serie Black Mirror, en el que los ciudadanos definen sus vidas a partir de la calificación que reciben de sus congéneres? ¿Un conjunto de existencias impostadas y consagradas en un altar que rinde culto a la felicidad o uno con vidas signadas por la solidaridad y la empatía? ¿Un mundo de individuos que realimenta sus prejuicios con una seleccionada dieta diaria de opiniones afines, dando rienda suelta a decisiones colectivas demagógicas? ¿O uno con menos barreras, más comunicación y un terreno fértil para una convivencia armónica? Buena parte de esos mundos, cuando recién se cumple una década del Faceboom, ya forma parte del mundo en el que hoy vivimos.

© LA GACETA

Marcelo Zavaleta - Escritor.

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