“El Teatro Colón, el arte, son para mí una droga”

“El Teatro Colón, el arte, son para mí una droga”

Hace 30 años que Ricardo Quintieri es el afinador oficial de los pianos del famoso coliseo argentino

AMIGO DE LOS TECLADOS. Ricardo Quintieri junto al Yamaha del Salón Dorado del Colón. GENTILEZA JULIETA ESPINOSA AMIGO DE LOS TECLADOS. Ricardo Quintieri junto al Yamaha del Salón Dorado del Colón. GENTILEZA JULIETA ESPINOSA
Una secuencia de gotas musicales acaricia tal vez sus sueños. Un firmamento sonoro se abre quizás en sus pensamientos, cuando el silencio de la noche se impregna de aromas románticos o impresionistas. Lleva tres décadas disciplinando los teclados del Teatro Colón. “Su labor refleja el respeto y el afecto que debe tener por la música en general y por el piano en particular”, ha dicho de él Daniel Barenboim. Aquella mañana del lunes ha estado trabajando en el Yamaha del Salón Dorado para que los tres galardonados del Concurso Internacional de Piano de Tucumán, organizado por la Universidad de San Pablo T y el Ente Cultural, pudieran hacer cantar su arte. Ricardo Quintieri (70 años) nació en Almagro, aunque no es hincha de San Lorenzo, y vive desde hace mucho tiempo en Belgrano.

- ¿Tuvo formación musical antes de dedicarse a afinar pianos?

- A los 11 años ingresé a la banda del colegio salesiano; en esa época había unas bandas de música extraordinarias, como las de las Fuerzas Armadas, además nos venían a enseñar. El primer instrumento que me pusieron en las manos fue un clarín, y al año siguiente me pasaron a pistón… Cuando salí de la primaria y entré al secundario, dije que iba a estudiar música. Entonces mis padres hablaron con el maestro de la banda para empezar a estudiar trompeta, pero al tiempo, me di cuenta de que mis labios no daban el agudo como yo quería, entonces me pasé al clarinete. Estudié con un grande, que era el solista de la Orquesta Sinfónica Nacional, el maestro Cosme Pomarico, muy conocido en el mundo entre los clarinetistas. Él empezó a fabricar acá las boquillas y después se fue a Italia. Estudié con él, me divertí un rato tocando el clarinete en pequeñas orquestas de jazz… Uno de mis maestros me dijo: “yo sé que vos no querés pedirles plata a tus padres para los fines de semana (era muy pibe, tenía 14, 15 años)… mirá, donde nosotros llevamos los instrumentos de viento a arreglar, están necesitando gente”. Como todo aprendiz, comencé por limpiar un instrumento, conocer cómo es un piano, en todo el sentido de la palabra. El maestro Pomarico me hizo ingresar luego en la Universidad de La Plata, en la Escuela de Bellas Artes, ya era más grande, y seguí con la carrera de afinación; hice toda la carrera técnica, primero.

- ¿Cuándo entra al Colón y se convierte en el afinador oficial?

- Cambiaron las autoridades, se retiraba Cecilio Madanes e ingresó Ricardo Szwarcer, como director general, y como director técnico, Juan Carlos Montero, que era crítico del diario La Nación. Yo estaba trabajando en Brasil, tres veces me fueron a ver, hasta que Montero me dio un ultimátum y desde un sábado a las 4 de la tarde hasta el día de hoy estoy acá adentro.

- ¿Los pianistas más exigentes qué le piden?

- Los grandes pianistas tienen todas las cosas resueltas, no son complicados, le pueden solicitar algo, un detalle, pero son claros, por ahí piden más bien algo de la parte técnica, como el escape, la profundidad, porque quieren hacer algo en particular o los pianísimos, la corda, el pedal izquierdo... No es lo mismo tocar Debussy que Beethoven o Chopin… Hay algunos que quieren que una nota suene menos estridente, eso se llama entonar, es muy normal.

- ¿Qué se siente trabajar acá tantos años, qué significa el Colón?

- El Teatro Colón, el escenario… el arte son para mí una droga, pero la más linda que pueda existir porque satisface la parte espiritual y lo deja tranquilo a uno, porque lo que uno hace trabajando técnicamente, no tiene que pesar en uno mismo, sino en aquel que va a ejecutar el instrumento, que es el que va a dar todo hacia el que lo está escuchando y uno pasa a ser partícipe de eso. Cuando lo veo al intérprete tranquilo y contento, soy el hombre más feliz.

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