El Nobel argentino que regresa a sus ficciones

NOVELA

EL CIUDADANO ILUSTRE

DANIEL MANTOVANI

(Reservoir – Buenos Aires) 

Daniel Mantovani, escritor argentino ganador del Premio Nobel de Literatura y protagonista de El ciudadano ilustre, decide volver a Salas para recuperar el pasado, para retomar su pasado desde un lugar preciso. No ha escrito acerca de su vida en Europa, como si el tiempo se hubiera detenido al abordar el colectivo que lo sacó del pueblo. Por eso, cuando recibe una invitación de la intendencia de Salas para nombrarlo ciudadano ilustre, debe regresar para salir de la comodidad y de esa vida ajena en la que se ha atrapado a sí mismo. Volverá para intentar saber si para los otros el pasado se detuvo del mismo modo que para él. Pero la vida de los otros y del pueblo fantasma continuaron con su ausencia.

Mientras camina por las calles reconoce algunos lugares y la distancia de su mirada acentúa las ruinas con las que se enfrenta en el presente. Se acerca entonces a un pasado menos pretencioso, mínimo, cotidiano, familiar, casi irrecuperable, que se hace tangible en el gesto de una pareja de ancianos que le ofrecen un mate amargo y evocador, en la lectura de los cuentos de un joven escritor que trabaja como recepcionista en el hotel y en los dibujos de los niños del pueblo que lo retratan con una barba verde de yerba mate. De uno u otro modo vuelve a buscar las cosas mínimas, aquellas que se hacen más notorias y entrañables en la distancia; porque al vivir en otros lugares también nos alejamos de aquel que creíamos ser.

Es preciso destacar que, como ya señalaron Juan José Fernández y Ezequiel Stein en artículos publicados en este suplemento, se produce con esta novela un cruce entre lo real y lo ficcional ya que el libro figura escrito por el ficticio Daniel Mantovani y en la solapa cuenta con una foto de Oscar Martínez. El vínculo se profundiza al considerar la escena final de la película. Porque el “esperado regreso” que se menciona en la portada del libro es la vuelta de Mantovani a Salas, como una mirada con cuerpo.

© LA GACETA

Máximo Hernán Mena