Buscando al jefe
Es más factible que en 2019 Alperovich regrese a la gobernación, antes que Cristina a la presidencia.

La frase, surgida en una de las tantas charlas mantenidas esta semana por este columnista con dirigentes políticos -oficialistas y opositores- provoca realizar un par de consideraciones, al margen de que detrás haya mucho de ironía, anhelos, dudas y especulaciones. Lo primero es que no hay que descartar al senador en la pelea por la sucesión de Manzur -una alternativa que suena cada vez más fuerte en el oficialismo- y, lo segundo, que algunos le asignan pocas chances para reinsertarse en los primeros planos a la patagónica; por lo menos los consultados. Cabe mencionar que no se trata de una encuesta rigurosa ya que el universo del muestreo es reducido y que en la política hay verdades y mentiras relativas.

Quien no aparece en esta especulación es el titular del Poder Ejecutivo; casi ninguneado. Nadie, ya sea para jugar con la frase, la encabezó con un es más factible que Manzur sea reelecto. ¿Acaso no ven señales, ni siquiera en privado, de que esté interesado en continuar o bien que se encuentre con las fuerzas suficientes como para disputar la reelección? De buenas a primeras, el mandatario arrastra lastres significativos como para planear sus pasos en función de lo que puede acontecer en 2019: tiene una deuda de gratitud con quien lo eligió para que lidere la boleta del justicialismo y, después de los polémicos comicios de 2015, comenzó con “menos 10” su gestión. Arrancó de atrás. Inició su mandato con una obligación angustiante: legitimarse aceleradamente, y no sólo ante sus comprovincianos, sino ante el país y frente al mundo.

El mal ejemplo

Se enfrascó en ese proceso desde el primer día; prefirió apostar a logros en la gestión para mejorar la imagen de su Gobierno, afectada por un proceso electoral novelesco, que tuvo todo tipo de condimento. La previa lo debilitó. La Corte Suprema de Justicia avaló el resultado, legalizó la votación; pero la legitimidad de las autoridades electas sigue en la nebulosa. Las dudas salen a la luz cada vez que alguien, en cualquier parte de la Argentina, defiende una eventual reforma política poniendo en la mesa el “mal” ejemplo de Tucumán. Es la justificación central para impulsar cambios electorales.

Puede más la incertidumbre, por lo menos en una porción de la población que no acompañó con su voto al Frente para la Victoria y que salió a la calle a gritar “fraude”. Manzur soporta esa carga; y no puede desembarazarse de la incomodidad. Conspira contra sus aspiraciones políticas, si las tiene. Por ahora no muestra sus cartas. Decidió recostarse en la gestión.

No hay que pensar en fraudes aritméticos al momento del escrutinio: hay que pensar en una seguidilla de pequeños fraudes institucionales que, como la gota que horada la roca, terminan vulnerando los principios elementales de transparencia y libertad, dijo la periodista Irene Benito en la presentación del libro “#Tucumanazo2015”. Desde el Gobierno provincial no se apela al fallo de la Corte tucumana -que dio fin a la incertidumbre política y que alejó los fantasmas de una posible intervención federal- para justificar su victoria y desmentir que haya habido fraude. Prefiere argumentar, siempre, que durante el año pasado hubo cuatro votaciones con diferentes sistemas electorales y que en todas se impuso el oficialismo. Trata de que se infiera que era imposible una derrota. ¿Es así? ¿Es un buen argumento para legitimarse política e institucionalmente? ¿Es de peso? Antes de responder si sirve a su propósito, hay que mirar varios números.

Respaldo de las cifras

En efecto, hubo cuatro elecciones en Tucumán: PASO el 9 de agosto, provinciales el 23 de agosto, presidenciales el 25 de octubre y balotaje el 22 de noviembre. Oficialmente, en la primera votaron 928.154 personas; en la segunda 952.577, en la tercera 970.220 y en la cuarta 976.775. El interés fue incrementándose elección tras elección, según se desprende de las cifras.

En las primarias abiertas, el FpV obtuvo 501.0439 votos, Cambiemos logró 175.045 y UNA, 141.527. Dos semanas después, en la pelea por la gobernación, el FpV consiguió 491.951 adhesiones y el opositor ApB 380.418, según los datos de la Junta Electoral Provincial. Observación: en la elección de las irregularidades a mansalva, el oficialismo sacó 10.000 votos menos que en las primarias nacionales y la oposición superó en sufragios (63.837) la suma de los dos resultados opositores de las PASO. Paradójico e irónico.

En octubre, para elegir presidente, el FpV consiguió 456.053 sufragios; Cambiemos, 251.299, y UNA, 195.784. El oficialismo mermó su caudal en 45.000 adhesiones y la oposición -uniendo sus votos- sumó 66.000 más que el 23 de agosto. Observación: se puede decir sin temor a equivocarse que el “caso Tucumán” repercutió en las urnas negativamente para el PJ, que igual superó en el resultado a sus adversarios. Además, en esta elección acudieron más tucumanos a las urnas, posiblemente movilizados en defensa del sistema y para evitar que se repitieran los tristes episodios de agosto. Ese día, nada se repitió.

En noviembre, en la jornada el balotaje, fueron más ciudadanos a votar que en los anteriores comicios. El FpV logró 563.696 votos contra los 398.197 que consiguió Cambiemos. Aquí Scioli doblegó a Macri sin que se repitieran las imágenes del 23 de agosto, ganó casi caminando. Hubo más de 165.000 votos de diferencia con la oposición, pero menos que los 184.000 que le sacó el FpV en las PASO a sus adversarios, y aún menos que la diferencia que le sacó el oficialismo a Cambiemos en octubre: 255.000 sufragios.

O sea que en la elección provincial es la que menos diferencia hubo entre el oficialismo y la oposición, 111.500 boletas. Justo en la que pasó de todo, la que fue anulada y luego validada, la sospechada de fraude, la que deslegitimó a Manzur. Los resultados nacionales dicen que en la provincia el apoyo de los votantes al oficialismo fue mayoritario y, visto a la distancia, sugieren que el PJ podría haber ganado los comicios del 23 de agosto sin embarrar la cancha, tal como lo hizo. Como dice la popular: a llorar al campito, más que nada por las consecuencias, Y pese a que viene ganando todas las elecciones desde 2003.

Manzur tiene una cuota de razón cuando apela a los cuatro resultados para rechazar que no haya sido finalmente el elegido de la mayoría de los tucumanos. Es un argumento válido, pero insuficiente. Está condenado a hacer hasta lo imposible por dejar atrás esa mancha de origen que lo deslegitima, tal como lo dijo su par salteño Juan Manuel Urtubey cuando analizó el “caso Tucumán”. El escándalo que se generó en esa pelea por el poder -por la continuidad o el cambio- perjudicó al gobernador, pero dañó a Tucumán, epicentro de lo peor y de lo mejor en la historia del país y laboratorio de todos los experimentos electorales posibles. Este año celebramos el Bicentenario, en la provincia que votó primero con los sistemas de lemas y de acoples o colectoras.

Condenado

El gobernador está condenado a un proceso de legitimación continuo, eterno. En eso coincide la dirigencia política de diferentes colores partidarios cuando se le presentan las siguientes opciones sobre lo que debería privilegiar Manzur a la hora de accionar políticamente: 1- legitimarse ante los tucumanos, 2- conducir el peronismo, 3- ver cómo se saca de encima a Alperovich. Y las respuestas se organizan casi en ese orden. Sólo uno mencionó en primer lugar lo de sacarse al senador.

Pero cuando los compañeros son los que analizan la realidad, la conducción del peronismo es una condición que aparece obligatoriamente en la nómina de las prioridades. Para un gobernador de ese partido nunca es aconsejable descuidar ese frente interno; señaló un ex funcionario de la Casa de Gobierno. Pero Manzur aún no da señales sobre que le interese manejar al peronismo ni al PJ. Por ejemplo, celebró más ser elegido presidente del Zicosur, como si este reconocimiento le aumentara puntos en la tabla de legitimación frente a la sociedad. Es su forma de tratar de dejar atrás los efectos negativos que lo acosan desde 2015. Hubo algunos que se movilizaron por el gobernador, especialmente desde organizaciones sociales que convocaron a sus integrantes por las redes sociales. Alguien los apalabró para acompañar al mandatario. Otros se movilizaron -como dice un peronista de años- para que se sepa que existimos, porque el que no aparece, desaparece. Lo que es lo mismo decir: acudieron por ellos mismos, no por el titular del PE.

A reportarse

Precisamente, entre charla y charla, un referente con ascendencia territorial en la capital hizo una afirmación llamativa cuando se hablaba de la relación entre Manzur y Alperovich. A manera de confesión largó: yo me reporto a Alperovich. Un mensaje con tremendo significado puertas adentro del peronismo, que siempre está a la búsqueda de un jefe, de quién lo conduzca con garantías de acceso al poder. Y no sería el único, varios integrantes del gabinete lo imitarían. ¿Juegan a dos puntas?, ¿apuestan a ganador?

El año próximo está a escasos metros, a la vuelta de la esquina; política y electoralmente ya empezó. Y lo que se defina en 2017 -sociedades, candidaturas, uniones y traiciones- repercutirá dos años más tarde. Por lo que el gobernador debe hacer cálculos, entre otras cosas, sobre cómo seguirá su relación con Alperovich; porque eso es clave. Alguien que conoce al mandatario deslizó que no quiere pelearse con nadie, ni con el senador, ni con Jaldo; sino sumarlos a todos. “Quiere hacer la ‘gran Alperovich’ de 2003”, acotó, palabras más, palabras menos. ¿Cuál es esa jugada?: tratar de ser el mejor candidato del peronismo para que todos trabajen para él. No será fácil, porque para eso necesita, inevitablemente, legitimarse frente a la sociedad, ya se para intentar repetir, para volver a ser vice o para pelear por una senaduría.

En este panorama cabe considerar la encrucijada en la que se encuentra hoy: plantarse o no frente a Macri a causa del proyecto por Ganancias. Con quién juegue y cómo lo haga dirá algo de lo que piensa Manzur para encarar el año próximo. La legitimación que busca estará en juego en este entramado de intereses, ya que la respuesta que dé al Gobierno nacional le podría servir eventualmente. Pero no sólo tendrá que soportar la presión del poder central y resolver cómo seguirá su relación con Macri -que ya comenzó a desgastarse- sino también la de la CGT, de sus pares del PJ y la de los trabajadores, componentes claves en la estructura del peronismo. Le hace un guiño a Macri o apuesta a su desgaste político.

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