El tucumano que estudia musgos en climas extremos

El tucumano que estudia musgos en climas extremos

Guillermo Suárez es biólogo, e investiga plantas que resisten mucho tiempo sin agua.

RECOGIENDO MUESTRAS. Guillermo Suárez, en la isla Elefante, la más septentrional de las Shetland del Sur, trabaja recostado a causa del viento. Fotos gentileza Guillermo Suárez RECOGIENDO MUESTRAS. Guillermo Suárez, en la isla Elefante, la más septentrional de las Shetland del Sur, trabaja recostado a causa del viento. Fotos gentileza Guillermo Suárez
10 Diciembre 2016
Las briofitas son plantas que no absorben el agua por las raíces sino por todo su cuerpo; las más conocidas son los musgos, esos que, como bien describió Violeta Parra, simplemente “brotan” en las piedras. Ahora bien... ¿qué puede llevar a un botánico tucumano a entrenarse con rigor cuasi militar para profundizar sus investigaciones en la Antártida... por “culpa” de los musgos? Es complejo, pero se puede decir, en principio, que fue el ansia de saber cuáles son capaces de vivir en los polos y su relación con “parientes” cordilleranos. Pero esto es sólo el principio.

“Yo soy subtropical”, se define Guillermo Suárez. Jura que nunca había sentido tanto frío, aunque -reconoce- pasados algunos grados bajo cero la diferencia ya poco importa. Hoy relata la experiencia feliz y con nostalgia, y puede reírse de los momentos duros.

Guillermo forma parte de un equipo internacional dirigido por el botánico Paulo Cámara, de la Universidad de Brasilia. Y lo que lo depositó en la Antártida (más allá del avión, del barco y del helicóptero de la Armada brasileña) fue el proyecto “Evolución y dispersión de las especies antárticas de briofitas y líquenes”. El título desató preguntas, esas a las que el científico se resigna ¿Eso qué es y para qué sirve?

Dicho muy brevemente: para entender los mecanismos de supervivencia. “Las briofitas tienen la gran habilidad de adaptarse a las condiciones de humedad (y a las temperaturas extremas, claro; por eso la Antártida). Si hay agua, todo bien; si no la hay, se deshidratan hasta que la haya... y reviven. Estoy trabajando con plantas de hace más de 200 años... ¡vivas y hermosas!”, cuenta. Esa capacidad de tolerar la sequía está teniendo aplicaciones prácticas: “científicos japoneses están tomando genes de briofitas y colocándoselos a plantas de tomate, por ejemplo, para lograr su resistencia”, explica.

Entrenamiento y viaje

La aventura empezó mucho antes que el viaje: durante 15 días Guillermo y sus compañeros (alpinistas, médicos, marinos, psicólogos y biólogos como él) “se internaron” en una base naval, donde , entre otros ejercicios, debieron nadar en una pileta cargada con agua y hielo, o armar una carpa en dos minutos. “No entendíamos la urgencia, ni los gritos para que nos apuráramos; nos lo explicó el viento cuando ya estuvimos sobre el hielo”, cuenta.

Para poder llegar a la base Frey (el último aeropuerto) hubo que esperar “ventana climática” a bordo del buque. Cuando por fin el helicóptero los dejó en la isla Elefante (la más septentrional de las Shetland del Sur) no lo podían creer. “¡Parecía la aldea Hobbit: brillaba el sol, no había ni pizca de viento. Armamos las carpas tranquilos... pero la realidad antártica se impuso: al día siguiente (a mediados de enero) todo estaba cubierto de nieve”, recuerda Guillermo.

El trabajo

Estaban completamente aislados. El helicóptero iría a buscarlos en la fecha establecida -si el tiempo lo permitía-, pero entre tanto dependían de sí mismos. “En cada salida llevábamos una mochila de supervivencia; nos movíamos a la intemperie más o menos a unos 20° bajo cero. Debíamos recolectar muestras y preidentificar los musgos, en qué tipo de suelo crecían, con qué otras plantas... Para pelearle al viento teníamos que hacer la recolección acostados”, cuenta.

Las muestras se guardan en bolsas de papel y se secan naturalmente, para evitar que desarrollen hongos. Colectó entre 1.000 y 1.500 ejemplares, y su compañero encontró el doble de líquenes de los que habían calculado. La identificación definitiva se hace luego en tierra. “Allí no se puede... ¡es tanto el viento que el microscopio no se queda quieto!, cuenta divertido. “Quisiéramos poder describir la flora completa de la isla”, se permite soñar al despedirse.

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