La novela más leída del momento

La novela más leída del momento

Un thriller psicológico atrapante por sus vueltas de tuerca

EN LA PANTALLA GRANDE. Emily Blunt protagoniza La chica del tren, recientemente estrenada en Argentina. EN LA PANTALLA GRANDE. Emily Blunt protagoniza La chica del tren, recientemente estrenada en Argentina.
11 Diciembre 2016

SUSPENSO

LA CHICA DEL TREN

PAULA HAWKINS

(Planeta - Buenos Aires) 

Best-seller en Estados Unidos y en Europa con 11 millones de ejemplares vendidos, inspiradora de la película homónima protagonizada por Emily Blunt y recientemente estrenada en la Argentina, también es el libro de ficción que encabeza los actuales rankings de títulos más leídos en nuestro país. Uno de las claves del éxito del libro es, según su autora, el atractivo de toda propuesta voyeurista.

Rachel, la protagonista, espía vidas ajenas. Vidas que anhela, que podrían ser la suya y que, de hecho, se parecieron demasiado a lo que fue su vida. Ahora es una treintañera sumida en una crisis personal generada, según ella misma concluye, por errores fatales. Todas las mañanas toma un tren a la misma hora, desde las afueras de Londres hacia el centro. Diariamente, desde su vagón, escudriña la casa de su ex marido, habitada por su nueva esposa y el pequeño hijo que tienen en común. También espía a una pareja que vive en una casa cercana, con una vida aparentemente perfecta hasta que, de pronto y de acuerdo a lo que se entera por las fotos en los diarios, la mujer espiada desaparece. Ese hecho le da un sentido a la vida de Rachel; averiguar qué hay detrás de esa desaparición.

Se trata de un libro atrapante, con un ritmo sostenido, apoyado en una trama con múltiples vueltas de tuerca. Distintas versiones sobre los hechos que rodean la desaparición abren dudas en el lector y alimentan el interés por detectar las inconsistencias de los diversos relatos. “La chica del tren tiene mucha más diversión como narración engañosa que ninguna otra novela escalofriante desde Perdida”, señaló la crítica del New York Times, aludiendo a la novela de Gillian Flynn, popularizada por la película de mismo nombre protagonizada por Ben Affleck.

Se repite en ambos libros el dilema psicológico planteado por distintos narradores no fiables por sus neurosis o las distorsiones propias de sus adicciones. También está presente en ambas obras un enfoque de género en el que se resalta la tendencia abusiva de los hombres y la inclinación culpógena de las mujeres en sus relaciones de pareja. Agil, inquietante, rápida, La chica del tren es una novela ideal para el verano.

© LA GACETA

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Juan José Fernández


Rachel 
Fragmento de La chica del tren * 
============03 SUBT (10978734)============
   Por Paula Hawkins
Viernes, 5 de julio de 2013
Mañana
Hay una pila de ropa a un lado de las vías del tren. Una prenda de color azul cielo -una camisa, quizá-, mezclada con otra de color blanco sucio. Seguramente no es más que basura que alguien tiró a los arbustos que bordean las vías. Puede que la hayan dejado los ingenieros que trabajan en esta parte del trayecto, suelen venir por aquí. O quizá es otra cosa. Mi madre solía decirme que tenía una imaginación hiperactiva; Tom también me lo decía. No puedo evitarlo, veo estos restos de ropa, una camiseta sucia o un zapato solitario, y sólo puedo pensar en el otro zapato, y en los pies que los llevaban.
El tren se vuelve a poner en marcha con una estridente sacudida, la pequeña pila de ropa desaparece de mi vista y seguimos el trayecto en dirección a Londres con el enérgico paso de un corredor. Alguien en el asiento de atrás exhala un suspiro de impotente irritación; el lento tren de las 8.04 que va de Ashbury a Euston puede poner a prueba la paciencia del viajero más experimentado. El viaje debería durar cincuenta y cuatro minutos, pero rara vez lo hace: esta sección de las vías es antigua y decrépita, y está asediada por problemas de señalización e interminables trabajos de ingeniería.
El tren sigue avanzando poco a poco y pasa por delante de almacenes, torres de agua, puentes y cobertizos. También de modestas casas victorianas con la espalda vuelta a las vías.
Con la cabeza apoyada en la ventanilla del vagón veo pasar estas casas como si se tratara del travelling de una película. Nadie más las ve así; seguramente, ni siquiera sus propietarios las ven desde esta perspectiva. Dos veces al día, sólo por un momento, tengo la posibilidad de echar un vistazo a otras vidas. Hay algo reconfortante en el hecho de ver a personas desconocidas en la seguridad de sus casas.
Suena el celular de alguien; una melodía incongruentemente alegre y animada. Tardan en contestar y sigue sonando durante un rato. También puedo oír cómo los demás viajeros cambian de posición en sus asientos, pasan las páginas de sus periódicos o teclean en su computadora. El tren da unas sacudidas y se bambolea al tomar la curva, y luego ralentiza la marcha al acercarse a un semáforo en rojo. Intento no levantar la mirada y leer el periódico gratuito que me dieron al entrar en la estación, pero las palabras no son más que un borrón, nada retiene mi interés. En mi cabeza, sigo viendo esa pequeña pila de ropa tirada a un lado de las vías, abandonada.
 * Planeta.

Rachel 

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Fragmento de La chica del tren * 

Por Paula Hawkins


Viernes, 5 de julio de 2013

Mañana

Hay una pila de ropa a un lado de las vías del tren. Una prenda de color azul cielo -una camisa, quizá-, mezclada con otra de color blanco sucio. Seguramente no es más que basura que alguien tiró a los arbustos que bordean las vías. Puede que la hayan dejado los ingenieros que trabajan en esta parte del trayecto, suelen venir por aquí. O quizá es otra cosa. Mi madre solía decirme que tenía una imaginación hiperactiva; Tom también me lo decía. No puedo evitarlo, veo estos restos de ropa, una camiseta sucia o un zapato solitario, y sólo puedo pensar en el otro zapato, y en los pies que los llevaban.

El tren se vuelve a poner en marcha con una estridente sacudida, la pequeña pila de ropa desaparece de mi vista y seguimos el trayecto en dirección a Londres con el enérgico paso de un corredor. Alguien en el asiento de atrás exhala un suspiro de impotente irritación; el lento tren de las 8.04 que va de Ashbury a Euston puede poner a prueba la paciencia del viajero más experimentado. El viaje debería durar cincuenta y cuatro minutos, pero rara vez lo hace: esta sección de las vías es antigua y decrépita, y está asediada por problemas de señalización e interminables trabajos de ingeniería.

El tren sigue avanzando poco a poco y pasa por delante de almacenes, torres de agua, puentes y cobertizos. También de modestas casas victorianas con la espalda vuelta a las vías.
Con la cabeza apoyada en la ventanilla del vagón veo pasar estas casas como si se tratara del travelling de una película. Nadie más las ve así; seguramente, ni siquiera sus propietarios las ven desde esta perspectiva. Dos veces al día, sólo por un momento, tengo la posibilidad de echar un vistazo a otras vidas. Hay algo reconfortante en el hecho de ver a personas desconocidas en la seguridad de sus casas.

Suena el celular de alguien; una melodía incongruentemente alegre y animada. Tardan en contestar y sigue sonando durante un rato. También puedo oír cómo los demás viajeros cambian de posición en sus asientos, pasan las páginas de sus periódicos o teclean en su computadora. El tren da unas sacudidas y se bambolea al tomar la curva, y luego ralentiza la marcha al acercarse a un semáforo en rojo. Intento no levantar la mirada y leer el periódico gratuito que me dieron al entrar en la estación, pero las palabras no son más que un borrón, nada retiene mi interés. En mi cabeza, sigo viendo esa pequeña pila de ropa tirada a un lado de las vías, abandonada.
 

* Planeta.

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