El suicidio, según los japoneses

El suicidio, según los japoneses

Un acto de suprema libertad para la cultura nipona

EL SUICIDIO COMO LIBERTAD SUPREMA. El famoso harakiri era un homenaje al Señor, pero no su sometimiento. EL SUICIDIO COMO LIBERTAD SUPREMA. El famoso harakiri era un homenaje al Señor, pero no su sometimiento.
11 Diciembre 2016

ENSAYO

LA MUERTE VOLUNTARIA EN JAPÓN

MAURICE PINGUET

(Adriana Hidalgo - Buenos Aires) 

Es un libro fuerte, impactante, erudito. Habla de la muerte, asunto misterioso, abismo de silencio para todos los hombres. Pinguet era francés, profesor de la Sorbona, vivió en Japón 20 años, muere en 1991. Dedica este libro a Barthes.

Desde el inicio el lector vive la tragedia de la muerte voluntaria de Catón, el romano, contada por Plutarco. Es una muerte sangrienta –eviscerándose a sí mismo– orgullosa, sólo para demostrar que no se sometería al poder del César. La muerte casual, por enfermedad o accidente, no deja de ser insignificante; la muerte voluntaria siempre, por compleja que sea la situación, es un grito pleno de sentido.

El suicidio es visto en Japón –a partir de las costumbres de los guerreros del siglo XII– como un acto de libertad suprema. El famoso harakiri era un homenaje al Señor, pero no su sometimiento. La cultura japonesa tiene una singularidad: la ausencia de metafísica, de trascendencia; posee un gesto abierto hacia el pluralismo religioso que le permite tener como absoluto el aquí y ahora del mundo sensible. Desconoce el dualismo occidental y cristiano que reprueba el suicidio, tal vez porque es visto como una rebelón contra Dios.

A esta mirada desde la sociología y el estructuralismo, se suman datos estadísticos reveladores. Aborda la muerte y el amor; la tradición del sacrificio y la aparición del nihilismo con citas de Nietzsche. Dedica varias páginas al gran novelista Yukio Mishima quien –con su muerte– quiso restaurar el valor del sacrificio y la ética de los samuráis, y así, regresar a la cultura anterior a la guerra del Pacífico que destruyó Japón. El nuevo país, occidentalizado, era para él una afrenta a las antiguas tradiciones. Mishima recrea los rituales de vida y muerte y cumple con el Bushido –camino del guerrero–, tradicional código samurái. En 1970, ante el fracaso de un golpe comando de su grupo, se suicida mediante el rito del seppuku –incisión en el abdomen– al grito de “Larga vida al emperador”. Concluye el autor que, ante la muerte voluntaria se hace evidente tanto el “escándalo de la nada” que ella representa, como la soberanía del hombre sobre sí mismo. Un importante glosario de términos japoneses acompaña al lector.

© LA GACETA

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Cristina Bulacio

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