Primer año de gestión de Macri: balance y proyección

Primer año de gestión de Macri: balance y proyección

En los primeros 12 meses, Macri le dio su impronta a la gestión, diferenciándose en los gestos de su antecesora. Se encontró con una oposición fragmentada, en especial el peronismo, lo que le permitió llevar adelante una política de negociaciones.

06 Diciembre 2016

Menos cadenas nacionales, más redes sociales.

El primer año de gestión de Mauricio Macri marcó una ruptura en lo que fue el principal eje de la política comunicacional de su antecesora, Cristina Fernández, ya que pasó de las interminables cadenas oficiales de la ex mandataria a la prácticamente nula aparición de los discursos presidenciales en los canales de televisión abierta, a cambio de fuerte presencia en las redes sociales.

Lo que en un principio apareció como una fuerte apuesta de Macri por “normalizar” la relación con la prensa y garantizar la “libertad de expresión”, luego se tradujo en algunos vaivenes a raíz de “restricciones” en la cobertura y difusión de actos oficiales -no solo en la Casa Rosada sino también de la coalición Cambiemos, como en los timbreos- a cambio de una fuerte apuesta a la difusión de “mensajes directos a la ciudadanía” a través de “las redes sociales” y fotos, videos y discursos “editados” y difundidos por el gobierno.

Con un mensaje de cambio de época y de modelo, ni bien asumió en diciembre de 2015 Macri visitó dos veces seguidas la Sala de Periodistas de la Casa Rosada -algo que su antecesora no realizó en años-. Luego, vendrían las primeros restricciones en el acceso de fotógrafos y cámaras de televisión a los actos en la Casa Rosada.

La intención confirmada por el jefe de Gabinete, Marcos Peña, de “trasladar” la histórica Sala de Periodistas ubicada en el primer piso de la sede gubernamental desde hace más de 70 años, a un lugar más alejado en el segundo piso, fue objeto de una nueva polémica.

La mayoría de los funcionarios admiten que desde el equipo de Peña “se diseña y monitorea” cada mensaje que sale del Gobierno en la coyuntura diaria ante los medios de prensa; pero también se decide qué ministro o dirigente sale a hablar; se editan los discursos del Presidente en videos oficiales y las gacetillas difundidas por la Secretaría de Comunicación; y se decide a qué medios el Presidente otorga o no entrevistas o se brinda información especial.

“La realidad editada” es la estrategia emanada desde los canales de Youtube, Facebook, Twitter y Snapchat e Instagram de la Casa Rosada, del Presidente y de los principales funcionarios que suelen salir a opinar “en cadena” sobre los distintos temas en la “nueva era de la comunicación digital”.

La estrategia comunicacional en la que también tiene mucho que ver el gurú macrista Jaime Durán Barba, privilegia “las redes sociales” con “mensajes simples y directos”, con imágenes y fotografías tomadas por el Gobierno con un especial cuidado de la “imagen presidencial” pero “con escasos conceptos”, como suelen explicar los propios funcionarios.

No obstante, esa estrategia está expuesta a “errores”. Como el que ocurrió en setiembre pasado, cuando se descubrió que las imágenes del Presidente dialogando con pasajeros como uno más, a bordo de la línea 520 de colectivos en Derqui, Pilar, había sido armada.

Un puente que, sin embargo, comunica la gestión de Macri con la kirchnerista reside en los cuestionamientos a “la prensa tradicional”, en referencia a los medios masivos de comunicación y los periodistas que trabajan en ellos, al considerar que “están lejos de lo que piensa o demanda la gente”.

Ese “plan de comunicación directa” fue confirmado por la vicepresidenta, Gabriela Michetti, como “uno de los ejes” planteados en el “retiro espiritual” que Macri encabezó con todos sus ministros en Chapadmalal.

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Operadores hábiles para el congreso

El gobierno nacional necesitó del poderoso bloque del PJ-FpV para hacer progresar en el Senado las leyes de su interés y, al principio de su gestión, lo logró sin sobresaltos. Pero la agudización del problema social, el supuesto incumplimiento a gobernadores peronistas y la llegada de fin de año que adelanta el inicio de un 2017 electoral, hizo que en el último mes viera naufragar algunos de sus deseos y que a futuro tenga un panorama complejo en materia legislativa.

Así ocurrió con la caída de la reforma electoral, que se llevó al desaguadero la tan pretendida modernización del voto electrónico o boleta única electrónica, luego de que el peronismo -y pese a los esfuerzos del jefe de bancada Miguel Pichetto quien recurrió a los gobernadores para que definan posición- puso freno a los anhelos del Poder de Ejecutivo de avanzar con ese cambio del sistema electoral el año próximo.

Hasta ese momento, Pichetto había logrado administrar las diferencias internas entre la minoría kirchnerista y el sector alineado con los gobernadores, que algunos prefieren identificar como “el peronismo sensato o responsable”. Aunque alguna vez apeló a la “libertad de acción” de sus integrantes pero con el argumento de “garantizar la gobernabilidad”, Pichetto dio al Ejecutivo instrumentos legislativos importantes como el respaldo al acuerdo con los fondos buitre.

El senador por Río Negro, convertido en los hechos en el referente parlamentario y vocero del peronismo con poder territorial y formal, fue un hombre de mucho peso en la Cámara y de consulta obligada del oficialismo.

En la Cámara Alta, el contacto con la oposición recae en el presidente Provisional del Cuerpo, el macrista Federico Pinedo, pero en asuntos definitorios los acuerdos se tejen en otras oficinas. Es cierto que el tema del voto electrónico no fue el primero de los episodios complicados para el gobierno, hubo otros: la votación de la emergencia laboral, reclamada por las centrales sindicales y luego vetada por el presidente Mauricio Macri; la emergencia social, surgida tras la marcha de San Cayetano a Plaza de Mayo del 7 de agosto (por la que al final el gobierno se vio obligado a hacer un acuerdo con las organizaciones sociales que impulsan el proyecto).

También, el oficialismo tuvo éxitos parlamentarios como la habilitación del blanqueo de capitales en el exterior o la llamada reparación histórica a los jubilados, donde al menos el sector mayoritario del peronismo acompañó, como en el tema fondos buitre o el acuerdo para los dos nuevos jueces de la Corte Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz, para su aprobación.

Ante el inicio del año electoral, el gobierno necesitará de hábiles operadores que pueden negociar con la oposición, y sobre todo deberá medir con mucha precisión el tenor de los proyectos a enviar al Congreso, si espera tener respaldo en la Cámara Alta.

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Una alianza con necesidad de unidad

La alianza oficialista Cambiemos logró cumplir su primer año en el poder con algunos altibajos, como consecuencia del escaso camino recorrido en conjunto previo al triunfo de Mauricio Macri, y ya comienza a trazar los primeros objetivos de cara al desafío electoral de 2017.

El lanzamiento de la Mesa Nacional de Cambiemos en octubre pasado, con Macri, Elisa Carrió y Ernesto Sanz a la cabeza, fue uno de los hitos en la consolidación del espacio que tuvo que superar varios cortocircuitos originados, en su mayoría, en diferencias por cuestiones de gestión y de posicionamiento.

El PRO tuvo un innegable protagonismo en la definición del rumbo de las políticas del gobierno y si bien el radicalismo comenzó como un tímido socio destinado a aportar únicamente su despliegue territorial, con el correr de los meses pudo defender su lugar en la construcción oficialista.

Distinto fue el perfil que adoptó Carrió durante el primer año de Cambiemos. Desde el principio dijo que no estaba dispuesta a aceptar cargos en la conducción nacional pero no por eso resignó sus impulsos morales que la pusieron en más de un aprieto con el Presidente: Corte por decreto, no. Lorenzetti y Angelici, afuera. Blanqueo de capitales, de ninguna manera. Aumentos de tarifas, excesivos.

“Inmanejable”, fue el calificativo que utilizó la vicepresidenta Gabriela Michetti para referirse a una Lilita explosiva, que también se cruzó con el ministro de Energía Juan José Aranguren, pidió la salida del jefe de la Policía Bonaerense, Pablo Bressi y cuestionó al vicecanciller Carlos Foradori, que ya está con un paso afuera del ministerio que comanda Susana Malcorra.

El radicalismo, por su parte, cumplió con su parte al dar un fuerte respaldo a los proyectos del Ejecutivo en el Congreso, aunque con algunas disidencias en temas como la reforma electoral -no quería eliminar las PASO-, el rechazo a la incorporación de funcionarios en el blanqueo de capitales o la presión para incorporar la paridad de género en las listas electorales.

Este delicado equilibrio que Macri fue manteniendo durante todo el 2016 en Cambiemos, a fuerza de gestos internos como las citas informales que mantuvo con Carrió en Olivos, la incorporación de Sanz en reuniones del gabinete nacional o la consideración a los ministros radicales de su equipo, deberá profundizarse el año próximo para superar las elecciones de medio término. Es que Macri tiene presente que la continuidad sin sobresaltos de Cambiemos depende de una victoria en las legislativas, que le den un pasaporte a una eventual reelección en 2019, anhelo que ya no oculta.

Al igual que en 2015, ninguna de las tres fuerzas que integran la coalición gobernante tiene peso propio para ganar una elección y por eso es necesario que la sociedad siga teniendo vigencia.

El mejor escenario: un peronismo dividido


El peronismo procesó la derrota electoral de la peor manera: incapaz de encontrar una síntesis para desandar el revés en las urnas, fue desintegrándose en distintas formaciones y abrió su propia “grieta” entre pejotistas y kirchneristas, en un debate que necesita saldar cuanto antes si proyecta una actuación decorosa para 2017.

El gobierno de Mauricio Macri se encontró con el mejor escenario: un peronismo con fuertes discrepancias internas entre ortodoxos y kirchneristas; mas un peronismo por afuera de la estructura detrás de Sergio Massa y del cordobés José Manuel de la Sota.

Las primeras señales en el PJ fueron de reactivación: una vez que el kirchnerismo dejó el poder, los gerentes del PJ aceleraron los trámites para concebir una lista de unidad que cobijara a todas las expresiones. La única excepción fue, como avisaban los pronósticos, el FpV, que no aceptó pasar de ser la voz cantante a acoplarse a un colectivo de identidad en desarrollo.

El jefe del sello, José Luis Gioja, llevó adelante la alquimia y articuló un Consejo Nacional que fue definido desde el vamos como de transición: apenas un compás de espera hasta la llegada de un nuevo jefe que ordene a la tropa. Las discusiones sobre ese liderazgo son las que demoran la reorganización.

El primer desprendimiento del FpV en la Cámara de Diputados, que fue bautizado Bloque Justicialista, llevó la firma de Diego Bossio y el respaldo de un puñado de gobernadores representados por el salteño Juan Manuel Urtubey, quien no oculta sus intenciones de ponerse al frente de la “renovación peronista”.

Luego sobrevino la salida de un grupo de misioneros al mando de Maurice Closs, para dar paso por último a la ruptura del Movimiento Evita, que le reclama una “autocrítica” al kirchnerismo mientras hace votos por la conformación de una “nueva mayoría” que incluya, como prueba de superación, al Frente Renovador de Sergio Massa.

Excluido de la toma de decisiones, el kirchnerismo se refugió en la veneración de Cristina Fernández y la militancia de base de sus agrupaciones satélite, a la espera de que la arenga por el “frente ciudadano” se traduzca en la plataforma para una nueva candidatura de la ex presidenta, lo que podría terminar de dividir las aguas en el espectro peronista.

Massa juega su propio partido: tentado por la mayoría del peronismo, debe definir si afianza su armado de centroizquierda con Margarita Stolbizer o si ensaya un regreso a las fuentes para ampliar los márgenes del PJ y quedar mejor posicionado en el camino de las presidenciales de 2019.

Por ahora, los acordes del misterio le convienen: mientras el PJ no produzca un candidato de peso, los reclamos por su repatriación lo mantendrán al tope de las preferencias en un menú de por sí escaso de figuras.

La CGT, por su parte, también apostó por la unidad y dejó de lado sus diferencias para hacer honor a la convocatoria del papa Francisco. Hoy mantiene el equilibrio en una relación tensa con el gobierno Macri.

En la provincia de Buenos Aires, el mayor distrito electoral, la pérdida del gobierno y la ausencia de una conducción legitimada se tradujeron en la dispersión que se produjo entre los intendentes: están los que apuestan a la “renovación” (Esmeralda), los que quieren incluir al kirchnerismo (Fénix), los cristinistas puros y los del “interior profundo”. DYN

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