Una idea fija y mucha confusión
Próxima a cumplir 10 años desde su creación, la alianza opositora más numerosa de la provincia aún bracea para consolidar su identidad. Curiosamente, la primera década de la coalición que conduce la UCR atraviesa por su momento de mayor injerencia política; pero, a su vez, de mayor debilidad. Justo en la víspera de un proceso electoral que puede darle un envión determinante para los comicios de 2019 o empujarla nuevamente hacia la orilla.

Al embrión del Acuerdo para el Bicentenario (ApB) hay que encontrarlo en 2007, con la Concertación para una Nación Avanzada (UNA). Aquella acotada alianza le devolvió al radicalismo una banca de diputado, de la mano del fallecido escritor José Ignacio García Hamilton, y le quitó al Frente para la Victoria la hegemonía electoral que ostentaba en los primeros años kirchneristas. Después los aliados se ampliaron y en 2009 apareció el Acuerdo Cívico y Social, con la UCR, la Coalición Cívica, el socialismo, la Democracia Cristiana, un sector del peronismo disidente, del campo y de la producción. El resultado fue el escaño de senador por la minoría y otra banca de diputado. Por primera vez, además, el kirchnerismo local perdió en las mesas de Yerba Buena. Ya en 2011, el ACyS sentó cuatro legisladores, acompañado por el incipiente macrismo y, más tarde, por Libres del Sur. Desde entonces, empardó el reparto de bancas al oficialismo en cada comicio nacional. Ya en 2015, la coalición se rebautizó con el aún vigente ApB y creció con la llegada de los peronistas Domingo Amaya y Germán Alfaro: obtuvo 380.000 votos en la compulsa por la Gobernación, se quedó con cuatro intendencias y recogió 15 de las 16 butacas legislativas de la oposición.

Sin embargo, la confusión de este espacio parte desde lo más elemental: el nombre. Cuando convoca a reuniones o se pronuncia sobre algún tema de actualidad, no se sabe si lo hace como ApB o como Cambiemos. Ni siquiera sus integrantes lo saben. La llegada del radical José Cano y del peronista Amaya al gabinete nacional de Mauricio Macri afectó aún más la cohesión opositora. Con ello, aparecieron nuevas internas producidas por celos, desinteligencias, contradicciones y rencores que no se superan. Hay dos ejemplos claritos. Cuando Cano asumió como funcionario nacional, lo reemplazó en el Congreso Federico Masso, un opositor a Cambiemos que en la provincia integra el ApB y que sentó funcionarios en la Municipalidad. De la misma manera, cuesta entender que Silvia Elías de Pérez haya denunciado la gestión municipal de Amaya (y de Alfaro) y hoy compartan espacio; al punto que es difícil encontrar una imagen en la que la senadora aparezca con esa dupla justicialista. Aún no lo digiere.

Lo que ocurrió este último mes en Yerba Buena es otra muestra más de ese desorden en el ApB. Es probable que haya habido influencia de un sector del peronismo en el estallido institucional que puso en jaque al intendente Mariano Campero, y que la Provincia le retacee fondos a ese municipio. Sin embargo, ahí no está el germen del conflicto. Es indiscutible que el revuelo lo piloteó el legislador Ariel García, hasta hace poco vicepresidente y por unos meses presidente de la UCR. Él acorraló con ediles de su riñón a Campero para arrebatarle la conducción del Concejo Deliberante. Y lo consiguió este martes en una secuencia de humor grotesco. Primero, un documento del ApB de respaldo al intendente que ridiculizó al débil socialismo: Ricardo Salas, presidente de esa fuerza y amigo de García, desmintió el apoyo institucional de esa fuerza. Segundo, mientras Cano, Amaya, y Alfaro denunciaban a la Casa de Gobierno por el ahogo en el edificio municipal yerbabuenense, García les daba vuelta la elección en el Concejo y, unas horas después, llevaba a las electas autoridades a fotografiarse con el vicegobernador, Osvaldo Jaldo. Un par de datos al margen: al “Camperazo” fallido del martes no asistieron Silvia Elías y el intendente de Bella Vista, Sebastián Salazar, que responde directamente a García.

Puede que el de Yerba Buena sea quizás el ejemplo más burdo de la inagotable capacidad de autodestrucción que tiene el Acuerdo para el Bicentenario, pero hay otros mucho más profundos. Hay legisladores de esta alianza que cobraron gastos sociales religiosamente y otros, como Luis Brodersen (macrista) y Eudoro Aráoz (radical) que fueron a la Justicia en su contra. Tampoco sus integrantes se ponen de acuerdo sobre qué es lo que proponen como reforma electoral para la provincia. Alfaro quería hace un par de semanas adelantar sus anteproyectos, pero no consiguió la firma del resto y al final acordaron un documento público insulso. Él, no obstante, sí tiene en su poder una carpeta con algunas sugerencias que marcan el camino. En el ojo de ese tornado giran y giran varias posturas: están quienes cuestionaron la comisión creada en la Legislatura, pero terminaron diciendo presente; los que apoyan una reforma constitucional para eliminar los acoples y habilitar la reelección indefinida de legisladores, aquellos que piden “poquitos” acoples y también los que fogonean la idea de acudir a la Justicia para lograr la inconstitucionalidad del actual sistema.

A modo de conclusión, puede decirse que sí hay un elemento unificador en el seno de la alianza opositora más importante de la provincia: José Alperovich. Desde 2007, cuando dio sus primeros pasos, a la actualidad, sus principales referentes son conscientes de que el senador nacional es el rival a vencer. Lo fue hace casi 10 años y lo seguirá siendo. Podrá no estar en los comicios para renovar cuatro bancas de diputado en 2017, pero seguramente intercederá en la elección por la Gobernación de 2019. Con esa idea entre ceja y ceja, radicales, peronistas disidentes, liberales, socialistas y piqueteros se mantienen juntos. Más allá de que desde la elección del nombre, todo sea confusión en este espacio.

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