La era del Bicentenario

La era del Bicentenario

Cuando 2016 empieza a despedirse, las internas y las diferencias entre partidos, entre provincia y nación y entre funcionarios se profundizan como si se hubieran liberado. La esperanza de un trabajo conjunto no debería perderse.

Faltaban pocos días para el 9 de Julio. Jorge había cambiado su rutina. Cuando podía iba hasta la plaza Belgrano y reconstruía la historia. Otras veces caminaba hasta La Ciudadela y de nuevo se emocionaba pensando que hacía 200 años, por esos lares, la Independencia había desenvainado su sable. Contaba las cuadras entre un lugar y el otro para imaginar cómo se habrían movido los ejércitos y los ánimos. En ese espacio transitaba la libertad, sin saberlo quizás. Cuando Jorge reconstruía esos episodios se emocionaba. Por eso el 7, el 8 y hasta el 9 de julio más de uno llegó a verlo deambular desde la librería hasta la Casa Histórica y alguno lo vio llorar. No pudo disimular. Es que el año del Bicentenario tuvo esa picardía. Supo cuál era el talón de Aquiles de los tucumanos –incluso de los argentinos-.

El año del Bicentenario está empezando a dar sus últimos estertores. Ha dejado la sensación de que cuando hay un objetivo común, compartido, es más fácil construir. En estos últimos días pareciera que el espíritu bicentenario va falleciendo con 2016. En medio de estas cavilaciones apareció Jorge. “El bicentenario no es un año, es una era”, reflexionó con la necesidad de transmitir este concepto. ¿Y por qué no? Sin la habilidad de un estadista, este ingeniero dejó sembrada la semilla de la ilusión. La importancia de que la sociedad tucumana, tan experta en la discusión, fuera capaz de encontrar puntos de consenso y abrir una instancia para aprovechar un espíritu que se va diluyendo. Los años son cortos en la historia; en cambio las eras no se agotan hasta que los sueños fructifican.

Poco serios

Si el año del Bicentenario pudiera convertirse en era, las bizantinas discusiones entre las autoridades de la Provincia y las de la Nación podrían tirarse al tacho de la basura y, en todo caso, serviría para ponerse de acuerdo en cómo concretar las obras y no para pelearse por las autorías. Al fin y al cabo, en una era las obras se concretan y trascienden a sus autores. ¿Para qué les sirve a Pablo Walter (director de Agua y Saneamiento Argentinos SA) y a Pablo Yedlin (secretario general de la Gobernación) tirarse con improperios y chicanas? De nada. Ni aclararon nada ni aportaron soluciones. La pequeñez de ambos dirigentes sólo deja al descubierto la necesidad de exponerse públicamente tal vez con alguna intención electoral, que seguramente no encajaría en la era del Bicentenario que necesitaría de otras actitudes.

Yerba seca

Yerba Buena tampoco cabría en esta era. La ciudad que se desparrama al pie de San Javier es la mejor muestra de la división política tucumana. El intendente Mariano Campero tiene más divisiones que un libro de matemáticas. Hasta para salir al cruce de los embates, el titular del Departamento Ejecutivo tuvo diferencias con sus principales aliados. A Campero le dio resultado enfrentar las situaciones, no esconderse, al menos hasta ahora. A tal punto que mientras se mantuvo en silencio, el teléfono del gobernador de la Provincia no le devolvió ni los vetustos mensajes de texto. Después de que Campero se plantara y advirtiera el juego de pinzas del que estaba siendo objeto, Juan Manzur le dio una audiencia. Aparentemente se volverían a ver la cara después de que el mandatario provincial regrese de los Estados Unidos.

Está claro que los problemas del intendente no se reducen a los fondos que con más parsimonia le envía el ministro del Interior, Miguel Acevedo. El peronismo no se va a quedar quieto después de haber perdido más de una década de gobierno en Yerba Buena. El radicalismo tampoco vive la paz de los cementerios. Las internas están al rojo vivo y por eso tampoco el Concejo Deliberante puede elegir autoridades ni consigue incorporar al décimo concejal (Rodolfo Aranda). Campero se siente parte de Cambiemos y desde el primer momento jugó en ese combinado nacional. Lo que no ha podido es esquivar la pelea de los capitanes de ese equipo. Por lo tanto, el intendente de Yerba Buena camina sobre un cable en las alturas. En una punta lo espera Manzur con una lapicera y la caja fuerte y en la otra el gobierno nacional sin nada especial. Si trastabillara, abajo lo esperan leones radicales y peronistas que rugen hambrientos de poder.

En las gradas de este circo se desplazan los ciudadanos de Yerba Buena. Podrían soñar con algunos cambios en la era del Bicentenario, pero ante tantos intentos desintegradores, es difícil. Un trabajo conjunto podría convertir a Yerba Buena en un municipio de primera categoría. Sigue siendo de segunda para la normativa vigente, pese a tener más bancos que una plaza, delegaciones nacionales que simplifican la vida en esa ciudad y un desarrollo notable casi como el de una capital de provincia. La unidad y los objetivos comunes del Bicentenario brillan por su ausencia.

El culebrón de la mentira

La novela de las ambulancias clonadas suma capítulos y, como un gran culebrón que es, no tiene final aún. La apuesta de todas las autoridades es que la historia ingrese al cono del silencio para nunca más despertar. Hay un sumario abierto en el Siprosa que apunta a la sección de Logística, Comunicación y Transporte. Ella está a cargo de Héctor Barrientos. Como la ministra de Salud Rossana Chahla no está dispuesta a hacerse cargo del conflicto y las autoridades del Siprosa, tampoco, Barrientos seguramente terminará siendo por lo menos el responsable de que en Arcadia Manzur y su antecesor, el senador José Alperovich hayan entregado la misma ambulancia. Pero en el Siprosa es un secreto a voces que una hipotética sanción a este funcionario le podría traer más dolores de cabeza que el alivio de ponerle fin a la telenovela. El respaldo del ministro en las sombras, el legislador Reneé Ramírez, no es menor. Además, el encargado de la supervisión de más de un centenar de ambulancias ha mantenido una buena relación con el ex ministro de Salud, Pablo Yedlin. Este se ha mantenido prescindente de este conflicto; sin embargo en el Siprosa se acuerdan de que entre él y Barrientos había buenas ondas.

En la administración de la Salud actual, en vez de asumir los errores, reconocerlos, pedir disculpas y avanzar, una de las preocupaciones de los directivos de la Salud es buscar culpables y, en ese marco, estiran sus dedos acusadores contra el responsable del 107, Francisco Barreiro. En la era del Bicentenario, las autoridades en vez de buscar cómo tapar mentiras podrían actuar como juraron hacerlo.

Para el Poder Ejecutivo provincial fue una semana de sonrisas. Se firmó el convenio que pone primera en la construcción del dique de Potrero El Clavillo. Más aplaudida aún fue la confirmación de que la provincia será el nodo de salida de los aviones de Avianca. El emprendimiento, que tiene la crítica de algún joven empresario con apetencias políticas, se ha convertido en la plataforma de despegue provincial. Mientras los funcionarios de Manzur aplaudían haber concretado estos proyectos, los hombres del macrismo despotricaban contra el mandatario porque ayudó a cerrar las compuertas a la reforma política nacional. Pese a que la Constitución provincial ordena instaurar el voto electrónico, Manzur dispuso que sus diputados (algunos flojos de papeles y de reputación) y senadores impidieran la iniciativa nacional.

La llegada de los vuelos de la empresa colombiana de aviación marca también una política absolutamente diferente a la que venía implementando el kirchnerista Alperovich. La acérrima defensa de la política fiscal expulsó inversiones que fueron a parar a Santiago del Estero o a otras provincias. En cambio, esta semana Manzur mostró la otra cara de la moneda apostando a la inversión pública como instrumento de progreso. El ministro de Economía, Eduardo Garvich, es más proclive a la filosofía alperovichista que a la de su actual jefe. Está claro que las internas no son patrimonio exclusivo del intendente Campero.

Jorge, seguramente, seguirá caminando por las calles tucumanas con la ilusión de que el espíritu del Bicentenario lo siga emocionando y se convierta en un virus de la concordia y de la construcción colectiva. Sin embargo, a juzgar por la cantidad de obstáculos que surgen de las internas y de los intereses mezquinos, debería estar preparado a vivir en la era que inmortalizó “Divididos”, aquel grupo de rock de su juventud, y no en esta, que él quiere prolongar con el Bicentenario.

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