¿Los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus?

¿Los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus?

Adelanto de Mitomanías de los sexos *

20 Noviembre 2016

Por Eleonor Faur y Alejandro Grimson

¿Ellas manejan peor que ellos? ¿Los machos necesitan (por razones biológicas) tener más relaciones sexuales que las hembras? ¿Las minas son histéricas? ¿Los tipos son violentos? ¿Las mujeres son más detallistas? ¿Los varones son mejores líderes? ¿Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus?

Sabemos que no siempre existieron ciertas realidades, que tecnologías como el automóvil o la electricidad son inventos bastante recientes. Del mismo modo, hay ideas y conceptos sobre las divisiones entre los seres humanos que datan de pocos siglos atrás. No siempre los seres humanos se pensaron divididos en naciones, en culturas o en razas.

Pero con el sexo todo es diferente. Sexo y sexos hubo siempre. Es simple: sin sexo y sin deseo, la humanidad habría desaparecido. De ahí emana su poder. Y el poder de ocultar una historia. La historia de cómo pensamos sobre los sexos.

Ni la sexualidad ni las relaciones entre varones y mujeres se reducen a la reproducción. Sin embargo, algunos hechos de la reproducción biológica (sólo las mujeres tienen útero y paren, sólo ellas pueden amamantar) se convierten en metáforas que ordenan buena parte de las relaciones entre los sexos: en la casa, en el trabajo y en la política. Ahora bien: sólo las mujeres tienen partos; pero no es cierto que sólo ellas tengan hijos. Sólo las mujeres amamantan; pero no es cierto que sólo ellas puedan alimentar a sus hijos y cuidar de ellos.

Se trata de una larga y vertiginosa historia. Es posible que miles de años atrás, cuando los seres humanos vivían de la caza y la recolección, hayan considerado necesaria una división sexual del trabajo: es más sencillo que salga a cazar el que no queda embarazado, el que no debe alimentar a una prole numerosa. ¿Por qué sobre esa división se generó una creencia extendida y perdurable de superioridad masculina? ¿Por qué se urdieron leyes, industrias y sistemas políticos que colocaron a los varones en los lugares de decisión y de valoración social y a las mujeres, en cambio, en escenarios carentes de protagonismo público? Y esto no sólo se impuso en las más diversas sociedades. Hoy en día, ninguna división del trabajo podría justificar en ningún sentido aquella desigualdad, que sin embargo continúa presente en hechos brutales y en gestos cotidianos. En pequeñas, pero no siempre inofensivas, humoradas machistas o simplemente en malentendidos que se reiteran una y otra vez.

Esa división fundamental del mundo entre varones y mujeres, entre lo masculino y lo femenino, se prolonga a objetos y prácticas. Jugar al fútbol es cosa de hombres, preparar la comida cosa de mujeres. ¡Hasta los colores tienen género! Los estereotipos sobre qué es de ellos y qué es de ellas trascienden las desigualdades de cualquier tipo e impregnan nuestra visión del mundo. Ver a una mujer hacer algo “de hombres”, y viceversa, genera incomodidad o rechazo. Hemos construido una jaula para nosotros mismos. De hierro, sólida, persiste.

Pero cabe que nos preguntemos si persiste idéntica. Claro que no. Estamos en una época de transición. Una época en que todos los estereotipos de género tambalean, y las mitomanías sobre las mujeres y los varones pierden parte de su antigua potencia. Y no bien escribimos que una cosa “es” de ellos o de ellas, surgen contraejemplos a la velocidad del rayo: los torneos de fútbol femenino, los hombres que se volvieron grandes cocineros hogareños, las cinco gobernadoras argentinas, los papás que pasean bebés en sus cochecitos…

* Siglo XXI.

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