Un peronista en la Casa Blanca
“Donald Trump es lo más peronista que le pasó a Estados Unidos en su historia”, disparó el periodista Willy Kohan el jueves a la noche, en el programa Animales Sueltos, que conduce Alejandro Fantino por América.

Ante una mesa desahuciada por una selección “Messi dependiente” que acababa de caer humillada en Brasil, Kohan hacía referencia a que Trump es nacionalista, populista, proteccionista y pragmático, cuatro de las principales características del peronismo autóctono.

Tal vez por eso Cristina Fernández de Kirchner analizó que la victoria de Trump era una confirmación del fracaso de las políticas neoliberales en el mundo. “En los Estados Unidos ganó alguien que representa la crisis de la representación política, producto de la implementación de políticas neoliberales. Lo que el pueblo de los Estados Unidos está buscando es alguien que rompa con el establishment económico, que lo único que ha causado es pobreza, pérdida de trabajo, pérdida de sus casas”, afirmó la ex presidenta, y luego agregó: “Se nos acusaba de proteccionistas y acaba de ganar alguien que hace del proteccionismo, de sus trabajadores, de sus empresas y de su mercado interno una bandera”.

Más allá de que en forma subliminal lo que Cristina quiso decir es que ganó ella, su lectura fue en contra de los berrinches de sus seguidores durante la campaña presidencial estadounidense, bienpensantes de clase media, políticamente correctos, progresistas escandalizados con la misoginia, la xenofobia y la falta de hipocresía política del magnate. Gente que cayó en la trampa discursiva que les tendió Trump. Ya les pasó lo mismo a los kirchneristas con Cristina, más papistas que el Papa, cuando Bergoglio se convirtió en Francisco.

Cristina acierta cuando afirma que los estadounidenses castigaron a Hillary Clinton porque representa al establishment político y económico, enquistado desde hace décadas en el poder, y que empobreció a millones de norteamericanos, principalmente a partir de los tratados de libre comercio impulsados en los últimos 30 años.

Es la primera vez en la historia de EEUU que se elige a una persona que no transitó por ninguna etapa de la política ni de las Fuerzas Armadas. Es un outsider, un paracaidista, rechazado incluso por su propio partido republicano, que también derrama cinismo bienpensante, aunque moralmente evangélico y protestante.

Cristina se presenta a sí misma también como una outsider que no forma parte del establishment político y económico de la Argentina, cuando a diferencia de Trump ella vive de la política desde hace 40 años y gobernó el país con su marido durante 12 años. Igual que Hillary, una cara gastada, del riñón de la vieja política. Y también una millonaria que le habla a los pobres, igual que Trump.

El empresario y ahora presidente se sacudió de encima a las ciudades costeras, filodemócratas, desarrolladas, con acceso a las tecnologías de punta y a los mejores programas sociales, donde los discursos progresistas son hegemónicos y el feminismo cala hondo.

Trump le apuntó a los estadounidenses que se vienen cayendo del mapa con el aumento de productos importados que provocan cierres de fábricas, que ven a Wall Street como un monstruo que succiona todo, sin bandera, y que encima es salvado por el establishment cada vez que está en problemas.

Trump dijo barbaridades, racistas y machistas, algunas rayanas con la apología del delito, y consiguió horas y horas y páginas y páginas en los medios adversos que lo ridiculizaron, primero, y luego lo denunciaron espantados. Así obtuvo mucho más espacio que sus opositores, de su propio partido y después de los demócratas, y pudo llegar con su mensaje bastante más lejos de lo que lo hubieran dejado.

En los papeles, el PRO de Mauricio Macri debería estar más cerca de los conservadores republicanos y el peronismo kirchnerista de los demócratas progresistas. Pero Trump tampoco encaja dentro del partido Republicano tradicional y, en algún sentido, también está en contra de su propio espacio, que representa a la vieja política, mentirosa, hipócrita, donde unos pocos se enriquecen a costa de la mayoría.

Trump amenazó a Ford con que si avanzaban con el proyecto de cerrar la fábrica para mudarse a México les pondría un impuesto del 35% a los autos construidos en México que se envíen a EEUU. También amenazó a la multinacional Apple con obligarla a dejar de fabricar teléfonos en China para hacerlo en suelo norteamericano. Peronismo de manual.

También dijo que eliminará todos los tratados de libre comercio para proteger la economía estadounidense y avisó que denunciará a China por sus manipulaciones cambiarias. Si cumple con estas medidas modificará de un día para el otro el mapa económico, comercial y financiero del mundo.

Los tratados estadounidenses en la región apuntan a frenar el avance de las economías asiáticas en el continente, sobre todo la China. Es decir, buscan tener mayor control de la economía de los países de la región. Trump los quiere eliminar. Quiere retirarse para recuperar fuerzas. Está en sintonía con lo que formularon Lula, Chávez, Kirchner y Correa, entre otros, cuando se opusieron a cualquier tratado con el imperio del norte.

Trump está en las antípodas del discurso de libre mercado del PRO. La mayoría se distrajo con la pirotecnia verbal y olvidó que es un empresario ultra pragmático y nacionalista, no un orador de parlamentos bonitos, de consignas apropiadas y correctas, sujetas a la aprobación del progresismo fiscalizador, la policía moral de estos tiempos.

Sobre esto, el periodista entrerriano Lucas Carrasco publicó una serie de tuits. “El melodrama progresista necesita alimentar su depresión crónica. Con lo de Trump tiene tres meses de combustible. ¡Ganan previsibilidad!”. Luego dijo: “La xenofobia es un lujo que sólo los incluidos en el sistema pueden darse. ¿Es mala la xenofobia? Sí, pero peor es la exclusión social”. Y también: “Los bienpensantes están sacados con Trump, parecen el Tea Party cuando ganó Obama. Nada es para tanto, como Obama demostró”.

¿El famoso muro mexicano? México es el principal socio de EEUU, con un intercambio comercial de 500.000 millones de dólares, el equivalente al PBI de toda la Argentina. Si algo sabe Trump es hacer negocios y si construye un muro deberá ser bastante poroso, por cierto.

¿Expulsará a los extranjeros? Durante la administraciones de Bush y de Obama se deportaron a cinco millones de indocumentados. No pasaría nada nuevo entonces.

¿La vuelta al poder del complejo militar-industrial-financiero de EEUU? Es el poder que rigió los gobiernos de los Reagan, Clinton, Bush y Obama y apoyó la candidatura de Hillary, secretaria de Estado que agudizó las guerras en medio oriente.

Tampoco en Washington un presidente puede hacer lo que se le da la gana. Está condicionado por múltiples y poderosos intereses, internos y externos. Como potencia mundial, económica y militar, tiene acuerdos de larga data, tan profundos que forman parte de los cimientos del propio país.

La mayoría de los petardos que hizo explotar Trump en campaña están sujetos a la aprobación de un Congreso que no lo quiere.

Ya demostró que puede ser muy peligroso y disruptivo, pero Trump es un peronista muy condicionado, sin demasiado poder unipersonal y en un país realmente federal. Será todo un desafío observar a un peronista gobernar con esas limitaciones, algo nunca visto antes. Un peronista nacionalista, popular, proteccionista y pragmático en la Casa Blanca, pero sin peronismo, sin partido y sin poder. Un verdadero enigma, un misterio electrizante.

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