El editor que inventó a Raymond Carver

El editor que inventó a Raymond Carver

Hoy, comparando los textos publicados con los manuscritos originales, podemos constatar que el realismo sucio del célebre escritor norteamericano es fruto de las tijeras de su editor, Gordon Lish, quien los jibarizaba a través del corte de partes esenciales

UN AUTOR QUE, EN REALIDAD, ERAN DOS. El editor Lish cortaba los relatos de Carver (foto) sin piedad, quitaba partes esenciales y reducía un final de seis páginas a un párrafo lacónico. UN AUTOR QUE, EN REALIDAD, ERAN DOS. El editor Lish cortaba los relatos de Carver (foto) sin piedad, quitaba partes esenciales y reducía un final de seis páginas a un párrafo lacónico.
13 Noviembre 2016

Por Pablo Nardi - Para LA GACETA - Buenos Aires

Un hombre muy gordo se sienta en la mesa de un restaurant. Tiene los dedos gruesos, toda su figura es ridícula, repugnante, y no para de comer. A la camarera le habla de “nosotros” para referirse a sí mismo. Cuando termina, se levanta y se va. No hay clímax ni remate. Otro: a un matrimonio aburrido le encargan cuidar el departamento vecino mientras los dueños, una pareja genial, salen de vacaciones. Aprovechan para revisar todo y probarse la ropa de sus vecinos, acostarse en su cama. Por extensión (o lo que fuera, las cosas ocurren sin explicación), el matrimonio aburrido recupera el erotismo. El relato termina cuando se olvidan la llave dentro del departamento que cuidaban y quedan en el pasillo, sin poder entrar pero felices. Así es la mayoría de los cuentos de Raymond Carver: situaciones ambiguas, poco claras, inconclusas.

Durante años se consideró a Carver el creador del realismo sucio, una corriente literaria minimalista que propone reducir todo lo posible la subjetividad del narrador, no contar lo central, recurrir a diálogos directos y pocas descripciones. Años después, gracias a la comparación de los cuentos publicados con los manuscritos originales, se supo que el novedoso estilo de Carver era producto de la intervención de Gordon Lish, su editor. Éste cortaba los relatos, quitaba partes esenciales y reducía un final de seis páginas a un párrafo lacónico.

Con T.S. Eliot pasó algo similar. En 1922 escribió La tierra baldía, una de las más importantes obras poéticas del siglo XX en lengua inglesa. En el manuscrito original, el poema tenía el doble de su extensión definitiva; pero Ezra Pound, gran poeta y mentor de Eliot, sugirió hacer una serie de cortes. La tierra baldía es un texto sumamente enigmático, difícil, profuso en simbolismos y alegorías mitológicas. Tal vez por esa razón el lector, en vez de enojarse con Pound por agarrar la tijera, le agradece. Además, damos por seguro que el sentido y la intención del poema siguen intactos. En cambio los recortes de Lish invierten el sentido del cuento: se desplaza de lo central a lo periférico, de lo expresivo a lo reservado.

En otras palabras, Eliot era Eliot, pero Carver no era Carver. De ello se desprende un problema que pone a prueba la madurez del lector: si podemos reconocer el valor estético de una estrofa elaborada en un cadáver exquisito o de una letra de Spinetta, que se forman a partir del azar, ¿por qué no aceptar los cuentos de Carver? La otra opción es considerarlo la gran estafa de la literatura norteamericana y volver a Cheever, un cuentista en serio.

© LA GACETA

Pablo Nardi - Periodista cultural.

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