Carlitos Way

Carlitos Way

Un libro con la velocidad con que vivió, hasta hace poco, Carlitos Nair Menem. Su autora cuenta aquí por qué se interesó en un personaje que a priori puede generar rechazo o prejuicios. La biografía de un chico signado por la negación paterna y el suicidio materno, con uno de los apellidos más pesados de la historia política argentina, refleja aspectos sobresalientes de una época de la Argentina

APRESADO EN JUNIO DE 2015. En un control vehicular descubrieron que Carlos Nair llevaba un fusil, una pistola con numeración limada y cocaína. APRESADO EN JUNIO DE 2015. En un control vehicular descubrieron que Carlos Nair llevaba un fusil, una pistola con numeración limada y cocaína.
06 Noviembre 2016

Por Alejandro Duchini - Para LA GACETA - Buenos Aires

Cuando Paola Lucantis, la responsable de la editorial Tusquets en Argentina, me envió un ejemplar de Carlitos Way -la vida de Carlos Nair Menem-, escrito por la periodista Victoria De Masi, no pensaba que me lo iba a devorar: lo comencé una tarde de domingo y cuando me di cuenta tenía más de 100 páginas leídas y ya era de noche. En los pocos días siguientes, entre subtes, colectivos y tiempos ganados, lo terminé.

Lo primero que hice fue recomendarlo por algunas redes sociales. Entiendo que exista, al menos en principio, cierto prejuicio hacia este hijo de un ex presidente que suele meterse en escándalos, que sale en la tele por líos con la Justicia y que se le da por participar en programas como Gran Hermano. De Masi escribe una crónica que se lee casi sin aliento. Porque vuelve interesante hasta lo anodino y porque, como si no alcanzara con eso, se mete en el barro. Lo primero que cuenta es que en 2012 se encontró personalmente, en Mendoza, con Carlitos Nair. Lo refiere como impuntual y parco. Y a pesar de él, ella avanza. Entrevista a su entorno. Amigos, familiares y otros allegados. Intenta charlar con su padre, con Zulema y con Zulemita. Aunque apenas contesten, consigue hacer de esas respuestas la sumatoria para el perfil. Nada está de más.

Seguramente tendrá mucho que ver en el logro final la mano de Leila Guerriero, la editora de esta colección denominada Mirada crónica y a través de la cual se están publicando libros de una calidad periodística tremenda, como El partido, de Andrés Burgo, sobre el que también he comentado meses atrás.

“Hoy no tengo ninguna relación con Carlos Nair”, me dice Victoria, periodista de Clarín, durante un diálogo que mantuvimos esa misma semana en que terminé de leer el libro. Me cuenta también que Nair “nunca se comprometió con este trabajo, pero tampoco esperaba que lo hiciera”.

Marca imborrable

El hijo reconocido hace relativamente poco tiempo por Carlos Menem se muestra desinteresado con ella y con todo. No tiene drama en manejar un auto sin frenos, en ser descortés ni en salir de caño a prepotear a un camionero o a una ex pareja a la que humilla en su departamento. Tampoco tiene empacho en entablar un romance con la ex de un amigo que lo ayudó en un mal momento y, además, instalarse en su casa. Entre esos detalles, que contribuyen al perfil del protagonista, se llega al punto máximo cuando se recuerda el suicidio de su madre, Martha Mezza.

Hay algo terrible. Son las líneas de la carta que Mezza, llena de bronca, destinó a aquellos que cree la lastimaron tanto: “(...) Les digo que mi espíritu lo verá el resto de sus vidas dentro de su casa, porque de noche apareceré y no vivirá en paz. Va a enloquecer al igual que los demás. (Es un juramento)”.

“‘Me gustaría contar tu vida, cómo se conocieron tus padres; quiero conocer el pueblo de Formosa donde naciste, Las Lomitas, hablar con tus amigos, con tus hermanos, gente que estuvo cerca tuyo…’”, le comentó Victoria a Nair cuando le presentó su proyecto editorial. Después me cuenta que “su primera reacción fue de sorpresa. Hablamos por teléfono. Hubo un silencio infinito al otro lado de la línea. Luego me preguntó por qué quería hacer eso. No recuerdo qué le respondí. Me derivó a su socio de entonces. Para verlo, yo debía viajar a Godoy Cruz, la ciudad en la que Carlos Nair vivía en ese momento. Esto pasó en junio de 2012. Fueron meses de conversaciones e intercambios de e-mails. Finalmente viajé a finales de ese año. Sospecho que él pensaba que yo iba a quedarme uno o dos días, aunque había aclarado que iría por una semana en la que pretendía verlo todo el tiempo que él me dejara. Bueno, al segundo día Nair ya estaba bastante fastidioso pero pude entrevistarlo varias veces. Sólo puso reparos después, cuando le dije que había hablado con su hermana materna y que ella no tenías problemas en hablar conmigo siempre que él la autorizara. Entonces hubo que activar negociaciones: cinco meses de idas y vueltas. En ese lapso, y a través de otra persona, me hizo saber que él no tendría ganancia alguna con este trabajo y sugirió que debía ‘darle algo’. Insistí, sin darle nada, hasta que él le dio permiso a su hermana y pude viajar. Fui a Las Lomitas, donde nació, a Pirané, donde vivió un tiempo, y a la ciudad de Formosa, donde tiene amigos y familiares. Luego de eso, Nair no volvió a contestar mis llamados”.

Cuando le pregunto a Victoria qué piensa de su protagonista, contesta que “es un hombre que padeció el proceso para que su padre lo reconozca como hijo legítimo y que cuando lo logró, a los 26 años, después de un juicio de filiación que duró ocho años, y sin que su padre avalara el parentesco en la Justicia, sino que fue la Justicia la que obligó a Menem a reconocerlo, se frustró mucho: no logró integrarse a la familia paterna, siempre le hicieron sentir cierto desprecio por ser el hijo extramatrimonial. Detrás de Carlos Nair hay una historia siniestra, de mucho desamparo. Lo que pude observar durante mis encuentros con él es que sufre una abulia terminal. Creció negado y amenazado de muerte, velado por la figura de su hermano, Junior Menem. Su padre lo negó sistemáticamente hasta que Carlos Nair apareció en un reality show y se hizo famoso. Menem quería volver a gobernar La Rioja aquel año, 2007, y lo sumó de inmediato a la campaña política: un uso coyuntural y evidente. Menem perdió escandalosamente esas elecciones. Tiene problemas de consumo de drogas, y de una de las más difíciles de rehabilitar: la morfina. Tiene problemas con el juego, reacciona violentamente si lo enfrentan. Sin embargo, todos lo recuerdan como un nene muy dulce, gracioso y solidario cuando era pequeño. Podría decir que es un caso dramático de portación de apellido. Una lucha descarnada por el nombre. Y ese intento por restituir su verdad, lo dejó muy solo. Diría que lo despojó”.

Un dato no menor de este Carlitos Way es el uso que se hizo de su figura (pero sobre todo de su persona) por parte de los medios de comunicación, que lo enaltecieron, lo agrandaron y después lo dejaron de lado.

Hachazos de felicidad

Cuando el libro salió a la calle, vaya paradoja, Carlos Nair pasaba sus horas en el penal de San Martín. A fines del mes pasado logró el beneficio de la libertad asistida: debe usar una tobillera electrónica.

Lo último que le pregunto a De Masi es por qué lo eligió como personaje para este libro sobre el que trabajó durante casi cinco años: “Quise saber cómo vivía un muchachito que lleva la cara de su padre, que lo negó 26 años. Un padre que fue presidente dos veces en democracia. Quise saber qué había detrás de su flacura y también de su obesidad. Por qué respondía a los tiros cuando un camionero le pedía que corriera su auto para poder avanzar. Si conservó amistades, quién era antes de Gran Hermano. Cómo era su mamá, quiénes son sus hermanos. Qué dice su sobrina, Antonella Carla Menem Pinetta, cuya historia es casi una copia de la suya. Fui a cada lado sin prejuicios, oí a cada fuente sin prejuicios. Me encontré con una historia siniestra, con hachazos de felicidad. Pero además creía, y creo, que es posible contar un momento de nuestro país a través de Carlos Nair. Una época de mucha ostentación, de falso brillo, de lolitas, de casas fastuosas en Pinamar, de funcionarios públicos bronceados en Miami. Mientras todo eso pasaba en los noventa un hijo del presidente era negado, ocultado y amenazado de muerte”.

© LA GACETA

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