Mentiras platónicas
yo le quería decir la verdad

por amarga que fuera,

contarle que el universo era más

ancho que sus caderas,

le dibujaba un mundo real

no uno color de rosa,

pero ella prefería escuchar

mentiras piadosas

(De la canción “Mentiras piadosas”, de Joaquín Sabina).

La mentira forma parte de la condición humana desde el principio de los tiempos. En la Biblia sobran ejemplos, desde Caín y Abel hasta la negación de Pedro. También se discute sobre su uso en la política desde hace siglos. Platón, por ejemplo, la recomendaba. En “La República”, aludía a un mito que decía que los dioses ponían oro en la sangre de los gobernantes y otros metales de menor valor en las subsiguientes castas sociales. Platón decía que, aunque ello fuese falso, si la gente lo creía se lograría tener una sociedad ordenada, lo que convertía al mito -decía- en una mentira noble o piadosa. Pascal no quería instalar la idea de que había derechos naturales para los gobernantes, pero también creía que la mentira era necesaria. Según el pensador de 1600, luego del triunfo por la fuerza de un partido sobre otros para acceder al poder es necesario hacer creer al pueblo que las leyes fueron instituidas en su beneficio. Según él, la mentira es necesaria porque es imposible gobernar siempre a partir de la fuerza y para que las leyes sean obedecidas.

Podría decirse, entonces, que los gobernantes de esta era son herederos de aquella antiquísima doctrina, porque los últimos días quedaron en evidencia mentiras que se gritaron en la cara al pueblo. La zaga reciente comenzó con Rogelio Frigerio, que mintió para tapar una verdad o una mentira (ya no queda claro cuál es cual). El ministro del Interior venía legitimando la administración de Juan Manzur desde el comienzo de su mandato. Parecía haber hecho rápidamente “borrón y cuenta nueva” tras el escándalo electoral de 2015 y jamás miró de soslayo al gobernador. Todo lo contrario, ponderó la gestión del tucumano, lo acompañó, lo mimó y lo sentó a su lado más veces que a otros de su mismo palo. ¿Esa era la verdad? No se sabe, porque la semana pasada, afirmó: “se ganó (Cambiemos) la elección a nivel nacional y, digan lo que digan, también en Tucumán”. ¿Era ese, entonces, el verdadero pensamiento del ministro? Tampoco está claro, porque apenas horas después Frigerio intentó decir que jamás dijo lo que había dicho.

Pasaron apenas minutos para que Manzur obrara de manera similar. El mandatario ex K que hablaba maravillas de su amigo el ministro y del Gobierno nacional sacó las garras, prometió no arrodillarse por pavimento y arremetió contra los que “critican desde un hotel 5 estrellas” (Frigerio había hablado desde el Sheraton). Pero a los minutos borró esa frase de su cuenta de Twitter y al otro día dijo que con el ministro estaba todo bien. Otra vez: ¿cuál es la verdad?

Ese entredicho entre Frigerio y Manzur es apenas una muestra de que la clase política convive con la mentira o, para ser más elegantes, con un doble discurso que los lleva a ellos mismos a “pisar el palito” y terminar enjaulados: dicen una cosa en público y otra en privado hasta que esos límites se confunden y los deja en evidencia.

Eso es una parte de esta historia “platónica”. La otra es más real y preocupante, porque el engaño se sale de los carriles de la casta política e involucra a toda la sociedad. El gobernador, su secretario general de la Gobernación y su ministra de Salud entregaron una ambulancia para los pobladores de Arcadia. La presentaron como 0 km y con todos los “chiches”, pero el mismo vehículo ya había sido entregado hacía dos años atrás. Luego del papelón, los funcionarios explicaron que había sido una donación de la Nación, que se había pasado a la provincia y varios etcéteras. Pero ya se había mentido y, lo que es peor, se había tratado de borrar esa mentira con otra. ¿No era más fácil explicar que se había tratado de un error? De haber sido un error, ¿el ex ministro del área y otros ex -ahora actuales funcionarios- no se dieron cuenta de ello? ¿Ninguno se percató de que se le estaba por mentir a la gente? ¿No hay control de obras ni de insumos ni de equipamiento? ¿Quién verifica o supervisa que se ponga a disposición de la población los servicios que se gestionan? Negligencia en estado puro.

O, quizás, la influencia de los grandes pensadores como Platón y Pascal se impone en el siglo XXI. Siguiendo esa teoría, lo importante no es hacer obras, sino anunciarlas. La clave no está en solucionar los problemas de la gente, sino en aparentar que así se hace. El problema con la mentira es que una vez que se detecta es difícil creer en el que la pronunció. Es como la fábula del pastor mentiroso. Lo dijo la propia ex comisionada de Arcadia, Rosa Alderete, que culpó a su sucesor, Julio Maturana, de hacer inaugurar varias veces el mismo cordón cuneta...

Se pone en duda, así, si no habrá muchos kilómetros de pavimento y obras diversas inaugurados en los últimos 12 años que en realidad se contaron más de una vez. O si en realidad son menos que los que se creía. O, tal vez, la mentira es normal y los equivocados son los íntegros.

Uno de esos locos era Kant, para quien el deber de no mentir es una ley moral inviolable porque el mentir no se puede convertir en una ley universal. Según el filósofo, mentir sistemáticamente acarrearía desconfianza entre las personas y no se podría vivir en sociedad, pues la confianza es la base primordial para establecer vínculos entre las personas. Decía Kant: si la mentira fuera una regla universal todas las personas sabrían que todos mienten, entonces la mentira ya no tendría el efecto esperado.

Suena a filosofía barata. O a la realidad que vivimos en estos días.

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