Los jíbaros reducidores de realidad

Los jíbaros reducidores de realidad

Pobre Tucumán. El año del Bicentenario de la Independencia no tiene gloria. Una pena larga estremece el tejido social de la provincia. Y esa angustia profunda se manifiesta en la conmoción que ha provocado esa tragedia totalizante que es la muerte del sacerdote Juan Viroche.

Alrededor de ese hecho absoluto, marcado por el signo tremendo de lo real, dos imágenes contrastan con una violencia arrasadora.

Por un lado, en la escena política están los poderes públicos, empantanados en su empecinada lógica del empequeñecimiento. Enfrascados, como jíbaros, en reducirlo todo a una doble discusión. Determinar, primero, si se trató de un homicidio o de un suicidio. Precisar, luego, si es un asunto que concierne a la Iglesia o al Estado.

Por otra parte, en la fotografía social, está el pueblo en la calle. El de La Florida y el de Delfín Gallo (al que ahora se suma el de la Capital). Día tras día. Semana tras semana. Esa movilización permanente desautoriza sin escalas el absurdo oficial. Si todo se tratase, simplemente, de la muerte de un cura y de determinar la causa, no habría toda esa indignación. Todo ese desconsuelo no entra en ninguna jibarización oficial.

Pero los protagonistas de los poderes del Estado se encuentran empantanados en esa lógica sublime y a la vez terrible, engañosa y a la vez hipnótica, que consiste en representar un “todo” con sólo una “parte”. Ese recurso retórico de nombre esquivo, tan naturalizado en nuestro cotidiano discurso, les permite a los terratenientes hablar de “100 cabezas de ganado” en lugar de un centenar de vacas enteras; les permite a los desposeídos hablar de las “ocho bocas que alimentar” en lugar de los hijos que no tienen garantizado el sustento diario; y les permite a los cristianos rezar por el “pan nuestro de cada día”, cuando no se trata sólo de harinas.

La trampa de la sinécdoque consiste, esencialmente, en que se trata de una simulación.

Los poderes en eterna simulación son la trampa de Tucumán.

Herencias

El pueblo en la calle es el síntoma brotado de una verdad no dicha por sus autoridades.

Lo más superficial consiste en identificar, en esas manifestaciones, el reclamo ciudadano de soluciones contra el narcotráfico, la inseguridad y la corrupción. La sinécdoque oficial, por caso, reduce esas demandas a “ejes de campaña electoral” para los comicios del año que viene.

Pero debajo de la epidermis social hay verdades, necesariamente, más hondas. Los curas que trabajan en los márgenes ya no sólo de las ciudades, sino de la sociedad, las conocen. Y las hacen públicas. Viroche no sólo denunciaba el narcotráfico, la inseguridad y la corrupción, sino también los oprobios paridos por esas lacras, como la prostitución infantil.

Hay en esas orillas, urbanizadas o no, una pobreza que abarca todas las dimensiones del tiempo. La pobreza estructural (la de los pobres que son hijos y nietos de pobres) no sólo refiere al pasado. Los pobres de siempre marchan también (y sobre todo) porque no pueden heredarle un futuro a los suyos. Si no se puede sacar a los hijos de la pobreza en que se los trajo al mundo, entonces se les está heredando un perpetuo presente. De esa letanía está hecho el infierno del Dante: todos los castigos se ejecutan en presente perpetuo.

Pero en la sinécdoque de las sociedades fracasadas como sociedades, hablar de la pobreza sólo es hablar de dinero (el costo de la canasta familiar marca la línea de pobreza) o de satisfactores externos (necesidades básicas insatisfechas).

El chileno Manfred Max-Neef (ganador en 1983 del Right Livelihood Award, considerado el Nobel alternativo de economía), de paso por Tucumán en los 90, pregonaba un desarrollo a escala humana y esclarecía que las necesidades básicas eran internas a las personas e invariables en el tiempo y las culturas. Avisaba, también, que funcionaban como un sistema: se es pobre con sólo carecer de una de ellas. Las identificó como la subsistencia, la protección, el afecto, el entendimiento, la participación, el ocio, la creatividad, la identidad y la libertad.

A la luz de esa pauta (y mientras la necesidad de tramitar certificado de pobreza se torna masiva en las clases sociales medias y altas), muchos carentes de bienes materiales encontraron, en curas como Viroche, todo esos satisfactores internos con los cuales ya no eran pobres.

Por eso, la lógica del poder y su pretensión de reducirlo todo a la escala de “Juan Viroche, el hombre”, es una sinécdoque bestial. Anoche, tucumanos y tucumanas de las más diferentes extracciones sociales e ideológicas marcharon con intereses diversos, pero unidos en la figura del “curita Juan”: ese hombre religioso cuyo cuerpo sin vida, dentro de una iglesia, vestía una remera con la efigie de Ernesto “Che” Guevara. ¿En cuál sinécdoque cabe todo ello?

Legalidades

Viroche predicaba contra las políticas de la pobreza y su distribución de la miseria. En misas y en charlas comunitarias condenó la corrupción, la impunidad y -nada menos- el clientelismo. Es decir, las prácticas que, en lugar de combatir la pobreza, la financian.

Ese clientelismo concibió el 23 de agosto una elección estragada de crímenes electorales, tales como el bolsoneo, las urnas quemadas, el acarreo de votantes, las urnas “embarazadas”, el tiroteo en las escuelas, y las urnas refajadas. Ese clientelismo alumbró la histórica declaración de nulidad de los comicios. Y gestó, también, un Poder Judicial sitiado, con el edificio pintado de amenazas de “muerte a los traidores”, y una Corte declarando válida la votación en una medianoche sin gallos.

Los poderes del Estado contestaron esta semana con una sinécdoque impecable: “reforma política”. Que se entienda: el hecho de avanzar en el debate de un régimen electoral que fue prometido hace un año, y que la Constitución reclama desde hace una década, es comenzar a saldar una deuda insoportable. Pero no deja de ser, en el contexto de nuestra historia reciente, más que otro ensayo para representar el “todo” con apenas una “parte”. La verdadera reforma política consiste, tan sólo, en cumplir y hacer cumplir la ley. Para que no haya lucro electoral con el hambre de un tucumano pobre, al que se le exige el voto a cambio de una semana de mercadería, no hace falta una nueva ley.

En una provincia donde el derecho está vigente pero no se aplica, pregonar que habrá transparencia con nuevas leyes es una sinécdoque depravada.

Por caso, ya empezaron a amagar de nuevo con reformar la Carta Magna, manoseada hace apenas 10 años. En Tucumán las normas están para ser modificadas, no para ser cumplidas.

Silencios

Los tucumanos en la calle, como verdad en acto, desnudan que hay verdades que ya no están en los poderes públicos.

Resulta evidente que la palabra oficial ha enfermado de silencio. Nada significan en boca del Estado palabras como lealtad, intransigencia, diálogo, compromiso, justicia social, solidaridad, reciprocidad, paz social, dignidad, coherencia y hasta las últimas consecuencias. Pero hay algo todavía más grave. Hay una lesión en el carácter creador de la palabra del Estado.

La palabra estatal (parafraseando a Pierre Bourdieu en ¿Qué significa hablar? respecto de la palabra jurídica) “confiere vida a lo que anuncia”. Mucho de ello puede verse todavía. La palabra de los poderes públicos legisla, ejecuta e interpreta las normas. Pero debería hacer mucho más.

Que el parlamento está para dictar leyes es una sinécdoque: debería crear las normas que nos asocien, que nos consagren como una sociedad. La Declaración de 1816 refiere a las “provincias unidas en el Río de la Plata”: lo que nos hizo argentinos fue la Constitución de Alberdi.

Que el Ejecutivo está para hacer obras públicas es una sinécdoque: debería crear las condiciones que permitan ejecutar el principio de igualdad -en los términos del constitucionalista Roberto Gargarella- como la “preocupación por asegurar que la vida de cada individuo depende de las elecciones que cada individuo realiza y no de las meras circunstancias en las que le tocó nacer”.

Que los tribunales están para dictar sentencias es una sinécdoque: no sólo deberían declarar inocentes o culpables, tendrían que crear justicia.

Por lo mismo, hacer cordón cuneta no es estar “trabajando fuerte”; los “gastos sociales” no eran para los pobres; no pagar impuesto a las ganancias no es defender la independencia judicial.

Creencias

La palabra pública está lesionada, también, porque el Estado que ha perdido la capacidad de leer lo que le ocurre a su pueblo respecto del Estado mismo.

“¿Están los tucumanos preparados para saber la verdad?”, se preguntó el criminólogo Raúl Torre, en alusión a si los que sostienen que el cura fue asesinado aceptarán, si así lo confirman las pericias, que se suicidó. Pero en la determinación de los pobladores de La Florida y de Delfín Gallo, convencidos a prueba de cualquier prueba de que se encuentran frente a un crimen, no hay mera obcecación. Esos tucumanos creían -y creen- en Viroche por la fuerza de sus denuncias, que sacaban a luz los crónicos sufrimientos colectivos; y porque él sólo se calló cuando una linga le estranguló la voz y la vida. Esos tucumanos hace mucho que dejaron de creer en un Estado de palabras que dicen nada. Tampoco van a creerle mañana, por más estudios que presente, si llega a confirmar que esa tragedia no fue un asesinato. ¿Por qué creerían en lo que el Estado tiene que decir respecto del sacerdote que denunciaba la corrupción del Estado?

Por cierto, el Estado no puede renegar de que haya tantos tucumanos empecinadamente convencidos de que el cura que no se callaba (y que los representaba mejor que sus representantes) fue víctima de un ataque. Ya hace demasiados años que los poderes públicos enseñan, con la pedagogía de la sumisión, que a los que se callan la boca nadie los molesta…

Pobre Tucumán. Hay dramas de toda escala configurando una tragedia social que empuja a los tucumanos a las calles. Pero demasiados integrantes del poder sólo ven una marcha -otra marcha- por el cura Viroche. Las sinécdoques estúpidas, en realidad, son la simulación de una ceguera peligrosa. Pero los jíbaros, en Tucumán, finalmente han logrado reducir el reduccionismo.

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