Entre estar y estar bien, o hacer y hacerlo bien

Entre estar y estar bien, o hacer y hacerlo bien

Dicen que un buen gerente es la persona que hace que las cosas funcionen. Y que un gerente superlativo, excelente, es el que hace que las cosas funcionen cada vez mejor. La diferencia no es sutil, porque marca la distancia entre una empresa estándar y una empresa líder.

Esta idea puede proyectarse a casi todos los órdenes de la vida, públicos y privados. En vez de un gerente puede ser un presidente, un gobernador, un intendente, un policía, un maestro, un alumno, un albañil, un juez, un padre, un esposo, un vecino.

En términos de productividad, de efectividad, hay tres tipos de personas: las que no hacen las cosas, las que hacen las cosas, y las que hacen las cosas bien. Lo más llamativo es que, en general, el “gasto” de estas tres personas es el mismo, en tiempo y en esfuerzo.

En casi todas los trabajos, por ejemplo, coexisten estos tres tipos de personas. Puede que todos “trabajen” ocho horas, pero habrá empleados que permanecerán ocho horas en sus puestos, perdiendo el tiempo, esperando a que llegue la hora de retirarse, mientras que habrá otros empleados que harán lo que se les pida, lo justo, y un tercer grupo de empleados que cumplirá con sus tareas pero que además hará un aporte extra, con sus propias iniciativas, ideas y con mayor empeño al que se le exige. Estas son las personas que hacen la diferencia, que focalizan su esfuerzo en objetivos, no en horarios y que terminan convirtiéndose en líderes, que trascienden, que sobresalen, que marcan el rumbo de un grupo o de un proyecto, de un club, de una empresa, de un pueblo, de un país o del mundo.

Dormir en los pupitres

En las aulas, en cualquiera de los niveles educativos, se repite este fenómeno de manera muy evidente. Todos los alumnos transcurren por las mismas horas de clases, escuchan las mismas enseñanzas y se enfrentan a exámenes idénticos. Sin embargo, algunos aprenden un montón, otros algo y hay quienes no aprenden nada.

Unos exprimieron cada minuto en la escuela, en el colegio, en la universidad, mientras que otros perdieron meses y años sin sentido, durmiendo en los pupitres, aburriéndose, ocupando un lugar innecesario, desperdiciando dinero y molestando al resto.

Suele decirse que hacer nada cansa más que hacer algo. Además, el tiempo pasa más lento y tedioso para el que está haciendo algo que le desagrada o en un lugar incómodo.

Un viejo jefe de redacción solía decir que hay gente que hace más esfuerzo fingiendo que trabaja que el que haría trabajando. Al margen del malestar; fingir es incómodo y estresante, no es placentero, a menos que se sea mitómano.

Es comprensible en un niño o en un adolescente que se ven casi obligados a estar donde no quieren. O hasta en un joven universitario, que no siempre sabe muy bien dónde quiere estar, hasta que encuentra o descubre su vocación, su pasión, su lugar en el mundo.

Es inentendible en personas adultas, conscientes de su finitud, de que la vida es un viaje bastante más corto del que se creía al principio, cuando eran más inconscientes.

Claro que están exceptuadas aquellas personas que viven en condiciones extremas y que deben aguantar, soportar y enfrentar las pocas o únicas opciones que les deja la vida.

Distinto es en aquellos que sí tienen otras opciones y sin embargo eligen, tal vez sin ser del todo conscientes, desperdiciar la vida en el trabajo inapropiado, en el lugar del mundo equivocado o junto a una persona que no es la indicada, o al menos no lo suficiente como para compartir su única y brevísima existencia.

Muchas veces confundimos hacer las cosas correctamente con hacer las cosas correctas. Se puede ser un excelente esposo y padre con la pareja incorrecta. O se puede ser el mejor empleado en el trabajo equivocado. Estos son ejemplos gruesos y burdos, pero lamentablemente muy comunes.

La mayoría de las veces hacemos las cosas correctamente pero no las cosas correctas en asuntos más sutiles e imperceptibles. Decir lo correcto en el momento equivocado es típico, por ejemplo. Ordenar un “desorden” ajeno es otro caso clásico, donde con buenas intenciones y sin querer le desordenamos la vida al otro.

También están los que no hacen las cosas correctamente ni las cosas correctas. Son los casos perdidos.

Afirman que algunos ven siempre el vaso medio lleno y otros lo ven siempre medio vacío. Los pesimistas son personas inseguras, que suelen depositar en los otros sus propias incapacidades y frustraciones. Pero el exceso de optimismo también puede ser una ingenuidad peligrosa. No se trata de ser optimista en todo momento, porque el optimista también es ese que cuando salta del edificio grita: “¡hasta ahora vamos bien!”.

La diferencia la hacen aquellos que ven un vaso, sencillamente, y en él una oportunidad, para llenar, para vaciar, o para nada, según convenga.

Para esto hay que anticiparse, adelantarse a lo que se espera de nosotros, suponer las respuestas antes que se hagan las preguntas, proponer más que disponer, mirar al frente más que al costado y focalizarse en los puntos de disfrute, no en los de disgusto.

Si alguien o algo se relaciona más tiempo o más veces al displacer que al placer hay que dar un paso al costado y volar, urgente volar, porque si de algo estamos seguros es que cada día que pasa no vuelve nunca más.

Hay dos sustantivos que diferencian al que hace las cosas, del que hace las cosas bien. Concentración y pasión. Y ambos se necesitan para marcar la distancia entre algo que simplemente funciona de algo que funciona cada vez mejor.

Porque no es lo mismo estar que estar bien, o permanecer y transcurrir que honrar la vida.

Como escribió Eladia Blázquez en esa letra con inmensa sensibilidad y sabiduría y que bien merece recordarse ahora...

Honrar la vida (1980)

No, permanecer y transcurrir no es perdurar,

no es existir, ni honrar la vida.

Hay tantas maneras de no ser,

tanta conciencia, sin saber, adormecida.

Merecer la vida no es callar y consentir

tantas injusticias repetidas.

Es una virtud, es dignidad,

y es la actitud de identidad más definida.

Eso de durar y transcurrir no nos da derecho a

presumir

porque no es lo mismo que vivir, honrar la vida

No, permanecer y transcurrir no siempre

quiere sugerir honrar la vida.

Hay tanta pequeña vanidad

en nuestra tonta humanidad enceguecida...

Merecer la vida

es erguirse vertical más allá del mal de las caídas.

Es igual que darle a la verdad

y a nuestra propia libertad la bienvenida.

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