30 años sin Di Benedetto

30 años sin Di Benedetto

El 10 de octubre de 1986 fallecía el escritor y periodista mendocino Antonio Di Benedetto. Fue el autor de Zama, Aballay y de cuentos formidables. La dictadura lo secuestró y torturó. Se exilió en Europa y volvió al país a mediados de los 80. Hoy, ensayos y artículos destacan su relevancia, mientras se reeditan sus libros

ANTONIO DI BENEDETTO SEGÚN ÉL MISMO. “Un tiempo quise ser abogado y no me quedé en querer serlo, estudié mucho, aunque nunca lo suficiente. Después quise ser periodista. Conseguí ser periodista. Persevero”. ANTONIO DI BENEDETTO SEGÚN ÉL MISMO. “Un tiempo quise ser abogado y no me quedé en querer serlo, estudié mucho, aunque nunca lo suficiente. Después quise ser periodista. Conseguí ser periodista. Persevero”.
30 Octubre 2016

Por Alejandro Duchini - Para LA GACETA - Buenos Aires

“La de Antonio Di Benedetto (2-11-1922) es una figura única, en el sentido en el que se ubica en la literatura nacional. Es sabido ya que Saer señaló a Zama como una de las grandes obras de la literatura y decía que en ella el mendocino había elaborado una imagen exacta de América. No es un detalle, dice mucho que un gran escritor rescate a otro gran escritor. Sobre su obra literaria ha escrito Jimena Néspolo un ensayo en el que desgrana todas sus particularidades. En lo periodístico, el aporte fue en varios sentidos. Desde lo más práctico, como renovar el diario Los Andes, inspirándose en todas las innovaciones que veía en los diarios del exterior, que visitaba durante las muchas becas que le otorgaban en otros países, hasta lo más político, porque fue durante su gestión en el diario que se publicaron los nombres de personas detenidas por los organismos parapoliciales y donde se denunció el accionar de grupos como la Triple A o el Comando Anticomunista de Mendoza. Además, fue un inspirador para sus pares o para quienes recién ingresaban al oficio y lo veían como un modelo a seguir en la profesión”, me dice Natalia Gelos, autora de Antonio Di Benedetto Periodista - Una historia que pone en tela de juicio el rol de la profesión.

Publicó novelas y cuentos geniales: entre ellos, Zama y Los suicidas. Buscó en sus textos la innovación; y la encontró. Hay quienes lo comparan, por su calidad, con Julio Cortázar y Ernesto Sabato. Ricardo Piglia no le escatimó elogios. En lo periodístico, bien podría tener un lugar junto a otros dos grandes: Rodolfo Walsh y Haroldo Conti.

El 24 de marzo de 1976, cuando dirigía el diario Los Andes, fue secuestrado y torturado por la dictadura militar, que además lo sometió a simulacros de fusilamiento. Sus notas y denuncias lo colocaron en un papel opuesto al gobierno. “Nunca supe por qué me secuestraron”, repetía. Pero era consciente de que jugarse por una idea en aquella Argentina violenta lo dejaba expuesto.

“Si bien lo que le pasó a él, el exilio, sobrevivir a la tortura, perderlo todo, fue algo que también le ocurrió a miles de exiliados en esos años, quizá lo que más aflige de su situación particular al leer las cartas que le enviaba a sus conocidos, o al hablar con quienes lo conocieron, fue el derrumbe que él sufrió, y esa necesidad de entender qué había pasado, sin terminar de entenderlo del todo. Un desfasaje que se le volvió sombra… sí, eso es en particular lo que más me conmueve de su historia luego de que lo liberaran”, recuerda Gelos sobre aquel episodio.

Sería liberado en septiembre del año siguiente. Se exilió en Francia, primero, y España, después.

Ultimos días

Volvió a la Argentina el 23 de marzo de 1984, cuenta Gelos. Murió dos años después en el Hospital Italiano, en Buenos Aires, ciudad en la que tenía un trabajo en la Casa de Mendoza. Hay un texto formidable sobre aquellos últimos días escrito por Liliana Valverde. En esas líneas -tituladas Los últimos días de Antonio Di Benedetto- se cita el recuerdo de uno de sus doctores, Carlos Becker, con quien en las visitas médicas hablaban de la vida y de la literatura. “Al verlo, se acomodó en la cama. Su pelo y barba blancos, ojos hundidos y el cuerpo un tanto deteriorado. Un hombre viejo –pensé-. Podía ser mi padre. Había angustia y mucha resignación en su mirada. Es cierto que algunos pacientes parecen tristes, pero ese hombre parecía vencido”, se lee. Y luego: “A la mañana siguiente fui a verlo, pero la cama estaba vacía y tendida cuidadosamente. La ficha, aún colgada a los pies de la cama, sólo agregaba la fecha y causa de la muerte: 10 de octubre de 1986. Derrame Cerebral”.

“En sus últimos días tenía una nueva compañera, digamos que contención afectiva no le faltaba, y trataba de ajustarse a su nueva realidad. Tenía reuniones con escritores, con amigos, y conservaba el humor que lo caracterizaba, muy filoso, muy irónico. Pero algo no funcionaba, era un mundo desarmónico, él se encargaba de decirlo. Él vivía en Buenos Aires y la ciudad, según algunos testimonios, no le era amable. En la última entrevista que le hace Jorge Urien Berri para La Nación se intuye eso, y también se intuye ese peso, esa angustia que nunca dejó de mencionar”, cuenta Gelos cuando le pregunto por aquellos tiempos finales.

Si a una persona, en este caso un escritor, se la conoce por sus textos, a Di Benedetto se lo puede además entender gracias a este gran trabajo publicado en 2011 por la editorial Capital Intelectual. Lo que se inició como una tesis se convirtió en un libro que repasa su vida a través de material de archivo y de conversaciones con gente que lo conoció.

“De su madre, Sara, había heredado el impulso narrativo. Ella le contaba historias”, lo recuerda en las primeras páginas. “De su padre, José, heredó una gran biblioteca”, sigue al citar a la investigadora Jimena Néspolo, quien sobre la figura paterna agrega que le quedó la “fascinación por la muerte”. Néspolo también se acercó al mendocino: en 2004 publicó Ejercicios de pudor, ensayo y biografía intelectual sobre Antonio Di Benedetto y su obra (Adriana Hildalgo).

Acerca del por qué de la figura de Di Benedetto como objeto de su trabajo, Gelos cuenta que “empezó por un interés literario, luego fue creciendo el interés por toda la historia del autor, una figura con muchas preguntas abiertas, con muchos enigmas, y cuando tuve que pensar en una investigación para mi tesis de Maestría no lo dudé y fui directo a buscar en su perfil como periodista. Ahí fue cuando encontré varias sorpresas”.

Entre las muchas voces que cita, está la de la actriz Ana María Giunta, quien lo señala como alguien que “tenía siempre una infinita tristeza”.

“Como jefe era, digamos, complejo”, se suma Rodolfo Braceli, también mendocino, por lejos uno de los mejores entrevistadores argentinos. Braceli compartió con él la redacción del diario Los Andes, donde Di Benedetto fue director.

“Prefiero el silencio”

Profesión: sospechoso, se titula el capítulo en el que se describe el secuestro de Di Benedetto por parte de las fuerzas de la dictadura. Es imperdible. Tanto como el resto del libro. Que llega hasta estos tiempos, en los que cuenta sobre la reedición de su obra literaria, que fue llevada al cine. Juan Villegas lo hizo con Los suicidas y Fernando Spiner con Aballay. Y hay, sobre el final, un dejo de nostalgia. Escribe Gelos: “La que fue su última casa, diseñada por el arquitecto Luis Ricardo Casnati, fue derrumbada. Las herederas, Luci Di Benedetto y Luz Bono, debieron venderla y el Estado no hizo nada para rescatarla. Sólo quedan los planos que guardó Casnati, pero ya no hay paredes, ni dos plantas, ni estudio, ni terraza. En el lugar funciona una concesionaria de autos de lujo”. Unas líneas antes, Gelos describe su paso por el cementerio municipal de Las Heras, en Mendoza: “10-10-1986, se lee. Antonio Di Benedetto. Una cruz sencilla adorna el mármol. Hay un florero plateado, una flor ajada, vetusta, cubierta toda de un polvillo suave. El olvido es una flor reseca”.

En la tercera edición de los Cuentos Completos publicada por Adriana Hidalgo hay una autobiografía “escrita en 1968 por encargo para una publicación de Alemania Occidental”. En ese breve texto se describe: “He leído y he escrito. Más leo que escribo, como es natural, leo mejor que escribo”. También: “He trabajado, trabajo. Carezco de bienes materiales (excepto la vivienda que tendré)”. “Un tiempo quise ser abogado y no me quedé en querer serlo, estudié mucho, aunque nunca lo suficiente. Después quise ser periodista. Conseguí ser periodista. Persevero”. “Soy argentino, pero no he nacido en Buenos Aires”. “Bailar no sé, nadar no sé, beber sí sé. Coche no tengo. Prefiero la noche. Prefiero el silencio”.

Cuando le pregunto sobre el Di Benedetto periodista y el otro, el escritor, Gelos contesta: “Él mismo con el tiempo se amigó con los límites borrosos entre una profesión y la otra. Hablaba de la realidad como barrera y decía que la literatura se diferenciaba además por la falta de un deadline, pero entendía que ambas profesiones se nutrían, eran simbióticas”. Y enseguida diferencia: “Quizá el Di Benedetto periodista era más formal y no experimentó todo el tiempo con sus trabajos, obligado por la formalidad de las secciones, por la urgencia, o el espacio, pero cuando lo hizo, dejó piezas que vale la pena leer”.

© LA GACETA

Alejandro Duchini - Periodista y escritor.

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Testimonio sobre el gran autor mendocino 
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u Por Arturo Guardiola
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Mi vínculo con el diario Los Andes muy poco tiene que ver con este testimonio, que cuento casi por casualidad. Buscábamos unas fotos del escritor y surgió el recuerdo de una tertulia en la madrugada, regada con whisky, en la casa de uno de sus grandes amigos, don Emilio Fluixá. Antonio Di Benedetto (1922-1986) es una presencia ineludible en Los Andes, del que fue subdirector, y su nombre sobrevuela cada tanto la conversación entre periodistas. Los mayores, que trabajaron con él, lo recuerdan de distintas maneras. La calidad de su arte no admite discusión. Al decir de Juan José Saer, sus tres principales novelas “constituyen momentos culminantes de la narrativa en castellano” en el siglo XX: “la deuda inmensa de la cultura argentina con Di Benedetto aún no ha sido saldada”. Su obra no necesita de una mitificación militante del artista.
Al salir, tarde, de una reunión social, el viejo escribano Emilio Fluixá, destacado político peronista, simpatiquísimo y conversador, nos invitó a un amigo y a mí a seguirla en su casa con unos tragos. Allí don Emilio, ya con más de 80 años, fue deshilachando la historia de su estrecha y larga amistad con Di Benedetto, que nació en el secundario, junto con otros dos mendocinos, el abogado José Federico Monfort y Joaquín Calomarde, con quienes habían organizaron la secta “Enseñanzas del Patay Sancho”.
Los cuatro amigos cumplieron durante años el ritual de juntarse una vez por semana a compartir cada uno “su bagaje de miserias”. Emilio hablaba del escritor sin rodeos. Como sub-director, Di Benedetto era rígido y hasta distante. Emilio decía que Antonio “tenía una crueldad florentina” en el trato y que él mismo la justificaba diciendo que esa era la única forma de lidiar con 150 periodistas.
Sobre el año y medio que los militares lo tuvieron preso, del exilio y de su retorno a Buenos Aires, donde vivió hasta su muerte, en un departamento que Emilio le había prestado, también nos contó que Di Benedetto no tenía nada que ver con ninguna forma de violencia ni organización armada: era manso y miedoso, dijo, muy apegado a las ideas de los literatos socialistas franceses de la época. Emilio nos contó esa noche que él atribuía la detención de Di Benedetto a un brindis que éste pronunció unos días antes del golpe militar, en la comida que el comandante de la 8va. Brigada de Infantería de Montaña ofreció. Invitado a hablar, el escritor analizó la realidad coincidiendo con otros en la idea de mantener la institucionalidad pero concluyó: “los militares son tan brutos que es difícil que comprendan esta situación”. Esto que cuento lo saben muchos en el pago chico. Pero a mí me lo contó uno de sus amigos más entrañables.
© Clarín
Arturo Guardiola - Director del 
diario Los Andes, de Mendoza. 

Testimonio sobre el gran autor mendocino 

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Por Arturo Guardiola

Mi vínculo con el diario Los Andes muy poco tiene que ver con este testimonio, que cuento casi por casualidad. Buscábamos unas fotos del escritor y surgió el recuerdo de una tertulia en la madrugada, regada con whisky, en la casa de uno de sus grandes amigos, don Emilio Fluixá. Antonio Di Benedetto (1922-1986) es una presencia ineludible en Los Andes, del que fue subdirector, y su nombre sobrevuela cada tanto la conversación entre periodistas. Los mayores, que trabajaron con él, lo recuerdan de distintas maneras. La calidad de su arte no admite discusión. Al decir de Juan José Saer, sus tres principales novelas “constituyen momentos culminantes de la narrativa en castellano” en el siglo XX: “la deuda inmensa de la cultura argentina con Di Benedetto aún no ha sido saldada”. Su obra no necesita de una mitificación militante del artista.

Al salir, tarde, de una reunión social, el viejo escribano Emilio Fluixá, destacado político peronista, simpatiquísimo y conversador, nos invitó a un amigo y a mí a seguirla en su casa con unos tragos. Allí don Emilio, ya con más de 80 años, fue deshilachando la historia de su estrecha y larga amistad con Di Benedetto, que nació en el secundario, junto con otros dos mendocinos, el abogado José Federico Monfort y Joaquín Calomarde, con quienes habían organizaron la secta “Enseñanzas del Patay Sancho”.

Los cuatro amigos cumplieron durante años el ritual de juntarse una vez por semana a compartir cada uno “su bagaje de miserias”. Emilio hablaba del escritor sin rodeos. Como sub-director, Di Benedetto era rígido y hasta distante. Emilio decía que Antonio “tenía una crueldad florentina” en el trato y que él mismo la justificaba diciendo que esa era la única forma de lidiar con 150 periodistas.

Sobre el año y medio que los militares lo tuvieron preso, del exilio y de su retorno a Buenos Aires, donde vivió hasta su muerte, en un departamento que Emilio le había prestado, también nos contó que Di Benedetto no tenía nada que ver con ninguna forma de violencia ni organización armada: era manso y miedoso, dijo, muy apegado a las ideas de los literatos socialistas franceses de la época. Emilio nos contó esa noche que él atribuía la detención de Di Benedetto a un brindis que éste pronunció unos días antes del golpe militar, en la comida que el comandante de la 8va. Brigada de Infantería de Montaña ofreció. Invitado a hablar, el escritor analizó la realidad coincidiendo con otros en la idea de mantener la institucionalidad pero concluyó: “los militares son tan brutos que es difícil que comprendan esta situación”. Esto que cuento lo saben muchos en el pago chico. Pero a mí me lo contó uno de sus amigos más entrañables.
© Clarín

Arturo Guardiola - Director del diario Los Andes, de Mendoza. 

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