Rosa Montero vuelve con una historia sobre el riesgo del deseo

Rosa Montero vuelve con una historia sobre el riesgo del deseo

Una mujer que vive la vida como un espacio de luz entre dos nostalgias

ROSA MONTERO. La española introduce una dimensión irónica en su última novela, referida a la tentación del desaliento y a la obsesión. télam ROSA MONTERO. La española introduce una dimensión irónica en su última novela, referida a la tentación del desaliento y a la obsesión. télam
30 Octubre 2016

NOVELA

LA CARNE

ROSA MONTERO

(Alfaguara - Buenos Aires) 

La española Rosa Montero maneja con destreza una atrapante escritura que se mueve entre la ficción y el periodismo. En La carne, novela de resonante título, narra la historia de Soledad Alegre, una mujer solitaria, de 60 años, sin pareja ni hijos. Hacia el final cita a Mallarmé casi como una explicación del nombre del libro: “La carne está triste y ya he leído todos los libros”.

Licenciada en Historia del Arte y curadora de exposiciones, Soledad se encuentra organizando una gran muestra sobre los escritores malditos. El personaje aspira al gran amor de Tristán e Isolda, cuya representación en el Teatro Real desencadena la trama. La ópera nos lleva a la reflexión sobre el amor obsesivo y es el telón de fondo de la protagonista de una fuerte tendencia al melodrama.

La historia familiar de la protagonista incluye una madre inestable y violenta y una hermana gemela internada en un psiquiátrico así como varias parejas fracasadas. La senectud se expresa con una fuerte conciencia del paso del tiempo en el cuerpo, en particular en una sociedad que rechaza el envejecimiento. No sólo es cuestión de sentirse vieja, no deja nunca de cifrar una melodía de auto-reconocimiento, con la precisa indagación en las cicatrices en la piel y los achaques de una edad, que intenta disimular con miles de ungüentos y recursos.

El peligroso juego erótico se inicia en su cumpleaños cuando decide contratar en una página de citas a un joven gigoló para dar celos a un ex amante. La venganza se convierte en la condena que la transforma en prisionera de su deseo. La novela se mueve con el agregado del enigma de la evolución del personaje. Soledad encuentra, en el emigrado ruso, un aliciente para sentirse atractiva. Se arroja a vivir esa historia porque, como señala al comienzo, siente que “La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir. Y el momento justo de la acción es tan confuso, tan resbaladizo y tan efímero que lo desperdicias mirando con aturdimiento alrededor”.

El otro y el placer

La trama se desdobla en fascinantes microhistorias, la de los escritores malditos objeto de la muestra en la Biblioteca Nacional de España. La historias funestas de algunos de sus más dignos valedores: Philip K. Dick, Pedro Luis de Gálvez, Guy de Maupassant, María Lejárraga, María Luisa Bombal, Anne Perry...

“Ser maldito es no encontrar tu lugar en el mundo, no soportar la vida y no soportarte a ti mismo…Vivir plenamente consiste en ir quitándose capas del disfraz”, nos dice Montero.

La novela, un texto de placer con un personaje que se atreve a elegir y escuchar sus deseos, aún con riesgos. Rosa Montero introduce una dimensión irónica en esta novela sobre la tentación del desaliento y la obsesión a la que pueden conducir la necesidad del otro. Al mismo tiempo no se deja reducir a la elegía y se convierte en un relato sobre la capacidad de supervivencia.

© LA GACETA

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Gigolós
Fragmento de La carne *
Por Rosa Montero 
La página se abrió de nuevo, un diseño elegante en gris y malva. Buscó la pestaña que decía «Galería» y entró. Aparecieron los tres primeros chicos en la pantalla; una foto de cada uno y una descripción sucinta, el nombre, la edad, la altura, el peso, el color de cabello y de ojos, la condición física. Atlética. Todos decían atlética, incluso aquellos que se veían un poco pasados de peso. En la primera foto casi todos estaban vestidos; pero si pinchabas en las imágenes salían dos o tres instantáneas más de cada hombre, por lo general alguna con el pecho descubierto y la cintura del pantalón más bien caída, dejando ver un tenso y tentador palmo de piel bajo el ombligo. Un par de ellos, más arriesgados, aparecían desnudos de cuerpo entero, aunque, eso sí, tumbados boca abajo y entre sombras, mostrando tan sólo la cúpula perfecta de las nalgas. En conjunto eran fotos bastante buenas, hechas con cierto gusto. Se notaba que se trataba de una página cara. ParaComplacerALaMujer.com. Eran escorts, gigolós. Prostitutos. El servicio mínimo, dos horas, costaba trescientos euros, hotel incluido. Las mujeres perdiendo, como siempre, rumió Soledad: los putos eran más caros que las putas.
* Alfaguara.
Gigolós
Fragmento de La carne *
Por Rosa Montero 

La página se abrió de nuevo, un diseño elegante en gris y malva. Buscó la pestaña que decía «Galería» y entró. Aparecieron los tres primeros chicos en la pantalla; una foto de cada uno y una descripción sucinta, el nombre, la edad, la altura, el peso, el color de cabello y de ojos, la condición física. Atlética. Todos decían atlética, incluso aquellos que se veían un poco pasados de peso. En la primera foto casi todos estaban vestidos; pero si pinchabas en las imágenes salían dos o tres instantáneas más de cada hombre, por lo general alguna con el pecho descubierto y la cintura del pantalón más bien caída, dejando ver un tenso y tentador palmo de piel bajo el ombligo. Un par de ellos, más arriesgados, aparecían desnudos de cuerpo entero, aunque, eso sí, tumbados boca abajo y entre sombras, mostrando tan sólo la cúpula perfecta de las nalgas. En conjunto eran fotos bastante buenas, hechas con cierto gusto. Se notaba que se trataba de una página cara. ParaComplacerALaMujer.com. Eran escorts, gigolós. Prostitutos. El servicio mínimo, dos horas, costaba trescientos euros, hotel incluido. Las mujeres perdiendo, como siempre, rumió Soledad: los putos eran más caros que las putas.
* Alfaguara.

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