La vida se trata de un viaje a las Islas Marquesas

La vida se trata de un viaje a las Islas Marquesas

Nueva novela del escritor tucumano Adolfo Colombres

30 Octubre 2016

NOVELA

LA ETERNIDAD

ADOLFO COLOMBRES

(Catálogos - Buenos Aires) 

María Eugenia Virla debió defender con vehemencia a Adolfo Colombres, hace muchos años, cuando mi impertinente juventud aseguró que los escritores tucumanos que vivían lejos del terruño mostraban cierto resentimiento en sus literaturas respecto al suelo que habían dejado atrás. Me demostró que la distancia, como dice la famosa canción, “apaga los fuegos pequeños pero enciende aquellos grandes”.

Opinó Abel Posse de Colombres: “su léxico es quizás el más extenso utilizado hasta ahora en las letras argentinas”. Claro que sí. Y es tan eficiente ese léxico a la hora de describir las islas Marquesas -itinerario y meta irrenunciables- que incluso llega a robar lo real como lo planteó Borges, hablando de un poeta que elucubró un palacio con tal fidelidad que terminó por anularlo.

Se disfruta de cierto decadentismo romántico que se hace presente en cláusulas como “nuestro hombre” o “ahora que el lector seguramente lo espera”.... En esa línea estilística, incluye escenarios de rara belleza y mujeres exóticas con las que los personajes masculinos entablan relaciones incesantes, de exquisito erotismo.

La primera parte cuenta la historia de Edmundo, quien abandona a su mujer y a su único hijo, Cristian, que será protagonista de las siguientes secciones de la novela. Edmundo no regresará por sus propios pies. La empresa deberá ser llevada a cabo por el hijo, acuciado por la necesidad de conocer quién es su padre y cuál su destino. Cristian partirá luego y en ese viaje se dará cuenta de que el único deber de todo ser humano es la anagnórisis, el viaje a las propias Islas Marquesas, el descubrimiento de “la perfecta forma que supo Dios desde el principio”. Está ahora en condiciones de entender cabalmente a su padre. Pero al tiempo de su regreso, Edmundo se ha suicidado. Repito: no se trata de una tragedia. Siempre que alguien logra redondear una historia que ha quedado abierta en una rama más alta del árbol familiar, el árbol íntegro sana. Cristian resulta una mejor versión de su padre. Y eso siempre es una buena noticia.

La notable labor del autor como antropólogo contamina virtuosamente la novela. Si alguien sólo deseara rastrear las huellas del etnógrafo, no se decepcionaría.

Una última digresión: tuve miedo de que Tucumán (paraíso perdido y recuperado -la mismísima eternidad en el universo de la novela-) brillara por su ausencia. Pero no, todo lo contrario. María Eugenia Virla sigue teniendo razón.

© LA GACETA

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Mercedes Chenaut

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