Una sociedad global sin proyecto colectivo

Una sociedad global sin proyecto colectivo

Este es un fragmento de una charla que dio el ex presidente uruguayo en la asamblea anual de la Sociedad Interamericana de Prensa en México, a mediados de este mes. “Vivimos en una civilización en la que el mercado es el nuevo dios; en una cultura funcional a las necesidades del mercado que impulsa un hiperconsumo“, afirma el político del Frente Amplio

30 Octubre 2016

Por José "Pepe" Mujica

Un sistema inevitablemente es generador de una cultura. La burguesía fundadora del capitalismo levantó como principios fundamentales la mística del trabajo y del ahorro. Apostó a la ciencia y a la evolución tecnológica. Entre los bienes que nos dio están el de haber extendido en 40 años el promedio de vida y la multiplicación del acervo de la civilización humana. Pero los pasos de los hombres y las ideas tienen sus edades. Se ha perdido la vieja mística, hoy sustituida por una visión más especulativa de la riqueza.

Hubo transformaciones muy serias en el campo de la cultura. Se ha creado una civilización laica. Vivimos en una civilización en la que el mercado es el nuevo dios. Una cultura funcional a las necesidades del mercado que impulsa un hiperconsumo. Una cultura no son solo los cuadros que se cuelgan, las bailarinas que bailan o la poesía que se escribe sino la cotidianidad de nuestras relaciones. Hoy parece que si no compramos, somos infelices.

La acumulación de riqueza como Norte y llevar al mercado a su enésima potencia son los dos parámetros contemporáneos. Constituyen la Carta Magna de esta civilización paradójica. La que desarrolla una energía atómica que puede ayudar a superarnos y también terminar con la vida humana. La principal pregunta que debemos responder es si los hombres son más o menos felices. Las claves de nuestra felicidad son afectos y cosas simples ligadas a la libertad. No quiero hacer una apología en contra del trabajo pero lo cierto es que la libertad implica hacer lo que queremos con nuestro tiempo, ejerciendo nuestras opciones personales. Para tener cuotas de felicidad hay que tener tiempo libre. Hay que trabajar para vivir pero no vivir para trabajar. Hay que tener tiempo para el amor, los hijos, los amigos; tiempo para cultivar los afectos humanos que, al fin y al cabo, constituyen la única forma posible de la felicidad.

Quizás estas conclusiones, tan elementales como olvidadas, posiblemente sean propias de alguien como yo, que estuvo muchos años en soledad. Intento transmitírselo a los jóvenes, quienes se harán cargo del mundo. Yo pertenezco al tiempo de una generación que soñó ingenuamente con un hombre nuevo, con un mundo distinto a partir del cambio de las relaciones de generación y distribución en la sociedad. Hoy veo ciertos síntomas en los jóvenes de esta sociedad atada al consumo. Y esos síntomas se acentúan en los países más avanzados. No propongo caer en un primitivismo sino en una vida sobria transitada con equipaje liviano, sin enredarse en una constelación de compromisos materiales...

La democracia, con todos sus defectos, es el mejor sistema que hemos logrado encontrar. Hoy está muy jaqueada por la esperanza de mucha gente. Hay mucha incertidumbre en las clases medias de los países más avanzados. Muchos de ellos siguen a Trump, a Marine Le Pen, votan el Brexit en Inglaterra. La democracia siempre fue “un poco novia” de la igualdad. Pero no puede cumplir con ese compromiso por las contradicciones de una sociedad en la que la concentración de la riqueza es más fuerte que el crecimiento económico. El mundo marcha hacia una mayor concentración en el que el viejo concepto de soberanía se transforma en una especie de liturgia momificada, en donde el verdadero poder se traslada a una plutocracia internacional de las grandes corporaciones, que tienen un peso creciente en la economía globalizada. Pero la disconformidad de los bajos sectores medios del mundo industrial genera un chauvinismo que se convierte en una fuerza de tensión opuesta. Y creo que esto está, más allá de lo anecdótico y de lo trágicamente pintoresco, reflejado en el debate de las elecciones norteamericanas. No me preocupa Trump sino quienes lo siguen...

Creo que el mundo vive una brutal crisis política. Vivimos en una sociedad cada vez más global pero sin un proyecto colectivo. La globalización nos impone aplicar políticas globales para solucionar nuestros problemas pero no lo estamos logrando. No logramos razonar como especie...Sin embargo, la aventura de los años venideros será notable. Si a la vida la representáramos como una pulpería, un bar, en la que el que maneja la vida está del otro lado y yo soy el cliente, mientras me acerco al final del partido me gustaría decirle al pulpero: “Por favor, sirva otra vuelta”.

Publicidad
Tamaño texto
Comentarios
Comentarios