Yamile, Gladys y Elsa: tres historias contra toda regla

Yamile, Gladys y Elsa: tres historias contra toda regla

La vida las golpeó y el EPAM las amontonó; en ese ámbito de socialización encontraron el impulso para retomar los proyectos.

ALEGRÍA DE VIVIR. Las compañeras aseguran que les falta el tiempo para hacer cosas. la gaceta / foto de julio marengo ALEGRÍA DE VIVIR. Las compañeras aseguran que les falta el tiempo para hacer cosas. la gaceta / foto de julio marengo
25 Octubre 2016
Yamile José: “a la soledad hay que buscarle compañera”

A los 46 años, de un momento para otro, Yamile José quedó viuda. Un infarto masivo no le dio tiempo ni de pensar, y al día siguiente de que se había muerto su marido ya estaba al frente del negocio familiar, trabajando para criar a sus dos hijos. Nada que no haya hecho antes: “yo he nacido detrás de un mostrador”, dice esta mujer de 81 años, con una vitalidad que sorprende. Pero sobre todo sorprende la paz y la alegría con la que ha enfrentado los garrotazos de la vida. “20 años estuve llorando a mi marido. Un dolor infinito sentía, pero tenía que criar a los chicos. Pasó ese tiempo, yo tenía 62 años, y conocí otro señor con el que fui muy feliz. Estábamos a un mes de casarnos, y también se murió, de un infarto masivo”, cuenta. Ahí sí, Yamile se sintió sola: ya no había viajes a Córdoba, salidas, aventuras ni proyectos. Hasta que llegó al EPAM, el programa para adultos mayores de la Secretaría de Extensión de la UNT, donde volvió a ponerse en contacto con su alegría, con el compañerismo, las amistades y la actividad. “Yo vivo sola y me encanta. La paso muy bien porque siempre hay algo para hacer: cocino, voy al súper, hago algún postre, ando en bicicleta fija en la casa, me voy a la peluquería... y si tengo ganas de estar con alguien invito a mis amigas, jugamos al rumy o al burako. Siempre hay algo para hacer, porque a la soledad hay que buscarle compañera. El tema está en no dejarse caer”, sostiene. Y de alguna forma aconseja.

Yamile tiene el contraejemplo muy cerca, según cuenta. Su hermana, de 84 años. “Vive enferma, siempre tiene algún problema. Y eso que no vive sola, vive con una hija y rodeada de adolescentes. Pero ella está como deprimida. Cuando viene a mi casa a quedarse unos días yo reniego mucho, porque no hay forma de sacarla de ese estado. No depende de vivir solo o acompañado, depende de uno”, concluye Yamile, siempre con una sonrisa que no juzga, pero enseña.


Elsa Bulacio: “no me faltan cosas para hacer. Lo que me falta es tiempo”

“En mi familia cayó una bomba. En un mismo año, en un lapso de seis meses, se murió mi hija de 36 años y mi marido”. Así comienza su historia Elsa Bulacio (75 años), también alumna del EPAM, “el lugar de las segundas oportunidades”, como lo definen sus alumnos. En ese momento, en el año 99, Elsa tenía 56 años y la vida le dio un giro tempestuoso. Y si bien ahora no vive sola, sino con su hijo de 52 años y su nieta de 24 -la hija de su hija fallecida- asegura que no le resultaría difícil quedarse sin compañía en casa. “Me encanta vivir con ellos, pero no me molestaría que no estén. De hecho, yo a mi hijo le dije, hace muchos años, que no se quedara en casa a cuidarme. Le dije que hiciera su vida, que yo estaba mal pero que iba a estar bien, que iba a salir. Y así fue. De a poco y con mucho apoyo pude salir”, relata. Entre esos apoyos fue sustancial el de sus hermanos, entre ellos el de Héctor Bulacio, integrante de los Tucu Tucu hasta su fallecimiento en septiembre de 2007 a causa de una terrible tragedia automovilística en Santa Fe. Otra vez el abismo de la muerte. “Ahí tuve una recaída, la pasé mal. Pero al mismo tiempo ese duelo tuvo una particularidad: me acercó a la música y a partir de ahí comencé a tomar clases de coro en el EPAM. Eso me ayudó mucho. Eso y el ejemplo de mi madre, que vivió sola casi toda su vida. Ella también sobrellevó muchos dolores con fortaleza y nos inculcó esos valores. Ahora estoy en un momento de paz. No sé si soy feliz completamente, pero tengo momentos felices. El EPAM es un motivo para levantarme, para vestirme, ponerme linda y sociabilizar. Porque uno necesita estar entre pares. Así como los jóvenes se buscan entre ellos, los mayores también nos buscamos entre nosotros.

Elsa reitera que no le molestaría quedarse a vivir sola, porque siempre encontraría qué hacer y con quién estar. Ahora sabe leer partituras, canta, escucha música, cose ropita de bebé para regalar a sus amigas abuelas o bisabuelas. “Yo hasta los 100 no paro. A mí no me faltan cosas para hacer, lo que me falta es tiempo para hacerlas”, presume.


Gladys Jiménez: “cuando se fueron mis hijas lloré como loca”


Gladys Jiménez (69) también quedó viuda, pero muy joven. Tenía apenas 32 años y dos hijas, una de tres y otra de cuatro. “Las eduqué y las crié sola, al punto que me hacían regalos para el día de la madre y para el día del padre también”, cuenta, a modo de ejemplificar su vida dividida en dos. Ella siguió trabajando como psicóloga en la escuela especial Clotilde Doñate, de donde ya se jubiló.

Durante 12 años Gladys vivió sola, y ella sí lo padeció, al menos al principio. “Cuando se fueron mis hijas, una porque se casaba y la otra porque quería irse a vivir sola, yo lloré como una loca. Fue un desprendimiento muy fuerte en los dos casos. Pero de a poco encontré actividades y tareas para no sentirme sola. Iba a comer con una de ellas todos los días, a otra le cuidé los chicos para que terminara la carrera -es médica, igual que el marido- y así, además de los talleres en el EPAM. Ahora tengo seis nietos que son mi vida y vivo con mi cuñada, que también quedó viuda. Nos hacemos compañía y nos cuidamos, pero el sentirse sola o acompañada pasa por otro lado, no por vivir con alguien significa que uno se sienta acompañado. Y en el sentido contrario, igual”, dice ella, que estuvo de los dos lados del mostrador.

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