El mercado les da la espalda a los jóvenes

El mercado les da la espalda a los jóvenes

Las estadísticas reavivan un problema preocupante en tiempos recesivos: las escasas oportunidades laborales en el país.

23 Octubre 2016

“Yo salgo a buscar un laburo. Presento curriculum en varias empresas, pero hasta ahora no he tenido la oportunidad. Pienso que, en algún momento, me llegará”. Roque tiene 22 años. Tiene el secundario completo y, como puede, trata de seguir una carrera universitaria. El problema, como muchos tucumanos, sigue siendo lo económico. La prolongada recesión ha castigado a miles de argentinos. Y las estadísticas oficiales se han encargado de desnudar las escandalosas cifras del desempleo juvenil. Por caso, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) ha mostrado que, en el segundo trimestre del año, la desocupación de las mujeres de hasta 29 años ha sido del 22,3% en los 31 aglomerados urbanos de la Argentina (15,1% en el Gran Tucumán-Tafí Viejo), mientras que en los jóvenes de esa edad, el desempleo ha mostrado tasas del 16,6% en el promedio nacional, y del 20,1% en el área metropolitana tucumana. La tasa general de desempleo está muy por debajo de aquellos porcentajes: llegó al 9,3%. El problema es de tanta profundidad que, en el país, se ha calculado que más de un millón de jóvenes no estudia ni trabaja. Son los denominados “ni-ni”. Aún más, alrededor de 800.000 casos ni siquiera buscan un trabajo, de los cuales cerca de 590.000 son mujeres, según un relevamiento efectuado por Adecco Argentina.

Al analizar la cuestión, lo primero que surge es si la medición está bien realizada. O si se aproxima a lo que la población percibe. Por eso es importante la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), indica a LA GACETA Daniel Abad, director del Centro de Estudios Económicos y Sociales del NOA (Cesnoa). “Medir bien implica diagnosticar para poder resolver la desocupación y subocupación, los problemas sociales más preocupantes que tiene la Argentina”, completa. La persistencia del fenómeno lleva a un creciente empeoramiento cualitativo, ya que cada vez es mayor la proporción de desocupados por largo tiempo. “Se supone que un desocupado por pocos meses tiene reservas y cuenta con la ayuda de familiares y amigos. Pero alguien que no consigue empleo por más de dos años ya no tiene reservas y la ayuda de terceros tiende a extinguirse”, dice Abad. En ese fenómeno, subyace otro: la pobreza.

Además, pierde la autoestima y la cultura del trabajo, por lo cual le cuesta cada vez más reinsertarse en el circuito laboral. Debemos asumir que los programas de apoyo a los desocupados son un paliativo, indica el experto. “Conceptualmente, el asistencialismo no es malo en tanto y en cuanto la persona pueda reinsertase en un plazo razonable al mercado laboral. Lo preocupante -advierte- es cuando se instala la idea del subsidio como normalidad, porque desincentiva los esfuerzos por obtener un empleo. Para resolver el problema de la desocupación en un plazo razonable necesitamos, en primer lugar, bajar los alarmantes índices de deserción escolar, en especial, el secundario. De cada 100 chicos que ingresan a la escuela primaria solo 30 terminan el secundario en la escuela pública y unos 70 en establecimientos privados. “El siglo 21 es el del conocimiento. Solo con petróleo y minería no se progresa. Corea del Sur no tiene petróleo y Nigeria sí. En Corea se gradúan 95 de cada 100; en tanto Nigeria tiene las tasas de analfabetismo más altas del mundo”, ejemplifica. Hace falta desarrollar políticas más activas para generar empleos. Hace falta mejorar los resultados en educación aumentando el número de egresados en el secundario. También que la inversión sea productiva y no especulativa, dice el titular de Cesnoa.

Dos realidades

En la compleja matriz del desempleo, particularmente entre los jóvenes confluyen varios factores, dice José María Blunda, director de +Personas. Por un lado, frente a una economía que no ha crecido en los últimos cinco años, no hay demasiada oferta de trabajo. Pero, además, en la empleabilidad, “los jóvenes muestran condiciones deficitarias: los despidos son más fáciles y sus indemnizaciones cuestan menos”, alerta. En esta frágil estabilidad laboral, se suma otro factor que incide negativamente: las fuertes diferencias entre las aspiraciones de los jóvenes y lo que el mercado laboral les ofrece, añade el consultor. Esas expectativas no satisfechas, hacen que los jóvenes con trabajo se desvinculen buscando oportunidades más en sintonía con sus intereses, sintetiza.

Si analizamos la realidad del empleo juvenil, según el nivel socioeconómico de su estructura familiar, encontramos en los niveles más bajos algo muy preocupante: la pobreza impulsa a los adolescentes a buscar anticipadamente el ingreso al mundo del trabajo, situación que incrementa el abandono al sistema educativo. “Esto, por supuesto, lo condena en muchos casos a probables fracasos en las futuras búsquedas de empleo de calidad”, analiza. Por otro lado, los jóvenes que se encuentran en segmentos socioeconómicos más altos, tienen la posibilidad de acceder en mayor porcentaje al sistema educativo. Pero, aquí se topan con un inconveniente de otra índole: el tremendo desajuste que existe entre lo que el sistema educativo enseña y lo que el mundo laboral actual necesita y por ende, les demanda a los jóvenes determinadas competencias y habilidades que no tienen. En conclusión, si bien este segmento tiene la posibilidad de retardar su ingreso al mercado y poner la prioridad en el estudio, en muchos casos no recoge el resultado de esa inversión de tiempo y esfuerzo, finaliza Blunda.

PUNTO DE VISTA

Empleo en negro, impuestos y educación
Por Félix Piacentini, director de la consultora Noanomics
Ya con un Indec funcionando bien y sin esconder lo feo debajo de la alfombra, hace unos días se conocieron los indicadores socioeconómicos del mercado de trabajo para el segundo trimestre del año. Más allá de los vaivenes, la tasa de desocupación, que resulta lógico aumentará transitoriamente tras un proceso de sinceramiento de variables económicas largamente distorsionadas, hay factores que permanecen invariables desde hace ya un tiempo: el nivel de empleo en negro y un desempleo juvenil del doble que el promedio, y aún más alto para las mujeres menores de 29 años.
Sobre el nivel de empleo no registrado, desde 2011 que se encuentra casi fijo en un tercio de la población ocupada, lo que nos ubica en el doble de países vecinos como Uruguay. Lamentablemente, el NOA siempre está en el lugar más alto, con una media del 39% para las provincias que lo componen; y Salta y Tucumán en el podio. Esta vez la primera se ubica con el registro más alto del país con un obsceno 44,8% y la segunda la sigue con un 42,3%.
Para explicar este fenómeno no se puede mirar sólo una razón, hay muchas. Una causa que influye es la altísima carga fiscal general que padece la Argentina, y en particular los elevados impuestos y cargas al trabajo, cuyo niveles se encuentran en los más altos de Latinoamérica. Pero actúa un ingrediente adicional que es parte del círculo vicioso en el que estamos insertos, ya que sobre esta carga fiscal general influye la necesidad de ir aumentándola para financiar un exceso de empleo público creciente. Ambos factores desincentivan aún más la tenue creación de empresas, cuyo número está estancado desde 2011 y muy lejos de los estándares internacionales, al quitarles competitividad y productividad, dificultando la creación de empleo privado de calidad y fomentado la aparición del empleo en negro. Existe de esta forma una correlación entre falta de empresas, exceso de empleo público y elevado nivel de empleo en negro; y esta correlación es más clara y fuerte en el Norte argentino.
Pero además, también entre los motivos está la cuestión de la educación y del pésimo estado que exhibe en la Argentina, cuestión que no sólo permite entender la mayor presencia del trabajo en negro, sino también que el desempleo juvenil sea mucho mayor que el promedio. Aquí confluyen por lo menos dos factores. Por un lado la bajísima eficiencia del sistema educativo, y por otro sus obsoletos contenidos. Respecto de la eficiencia, hoy el índice de graduación del secundario es de sólo el 45%. Es decir que terminan en el tiempo estipulado menos de la mitad de los alumnos que empiezan. Es sabido que para cualquier empleo formal el secundario completo se constituye en un requisito mínimo, por lo que el sistema educativo es hoy una máquina de fabricar empleo en negro y desempleo. Si a ello le sumamos que los contenidos que se imparten no se corresponden con lo que las empresas necesitan el panorama empeora porque además caemos en la paradoja de jóvenes que no consiguen empleo y empresas que no encuentran mano de obra mínimamente calificada. En este sentido el sistema educativo no provee las habilidades y valores que las empresas necesitan para sus potenciales empleados como aprender a pensar y resolver problemas, el sentido de la puntualidad, del trabajo en equipo, entro otras tantas. Tampoco el contenido enciclopédico imperante da lugar a que se aprendan oficios. Ni hablar de la rigidez de la legislación laboral que complica la aplicación de programas de pasantías o entrenamiento que les permiten a los jóvenes superar la valla de la experiencia, muchas veces excluyente.
De nuevo, estos motivos no son los únicos que explican los fenómenos del empleo en negro y la altísima desocupación juvenil, pero es urgente abarcarlos integralmente, sobre todo en el Norte del país, porque el daño que provocan muchas veces es irreversible.

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Empleo en negro, impuestos y educación

Por Félix Piacentini, director de la consultora Noanomics

Ya con un Indec funcionando bien y sin esconder lo feo debajo de la alfombra, hace unos días se conocieron los indicadores socioeconómicos del mercado de trabajo para el segundo trimestre del año. Más allá de los vaivenes, la tasa de desocupación, que resulta lógico aumentará transitoriamente tras un proceso de sinceramiento de variables económicas largamente distorsionadas, hay factores que permanecen invariables desde hace ya un tiempo: el nivel de empleo en negro y un desempleo juvenil del doble que el promedio, y aún más alto para las mujeres menores de 29 años.

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Sobre el nivel de empleo no registrado, desde 2011 que se encuentra casi fijo en un tercio de la población ocupada, lo que nos ubica en el doble de países vecinos como Uruguay. Lamentablemente, el NOA siempre está en el lugar más alto, con una media del 39% para las provincias que lo componen; y Salta y Tucumán en el podio. Esta vez la primera se ubica con el registro más alto del país con un obsceno 44,8% y la segunda la sigue con un 42,3%.

Para explicar este fenómeno no se puede mirar sólo una razón, hay muchas. Una causa que influye es la altísima carga fiscal general que padece la Argentina, y en particular los elevados impuestos y cargas al trabajo, cuyo niveles se encuentran en los más altos de Latinoamérica. Pero actúa un ingrediente adicional que es parte del círculo vicioso en el que estamos insertos, ya que sobre esta carga fiscal general influye la necesidad de ir aumentándola para financiar un exceso de empleo público creciente. Ambos factores desincentivan aún más la tenue creación de empresas, cuyo número está estancado desde 2011 y muy lejos de los estándares internacionales, al quitarles competitividad y productividad, dificultando la creación de empleo privado de calidad y fomentado la aparición del empleo en negro. Existe de esta forma una correlación entre falta de empresas, exceso de empleo público y elevado nivel de empleo en negro; y esta correlación es más clara y fuerte en el Norte argentino.

Pero además, también entre los motivos está la cuestión de la educación y del pésimo estado que exhibe en la Argentina, cuestión que no sólo permite entender la mayor presencia del trabajo en negro, sino también que el desempleo juvenil sea mucho mayor que el promedio. Aquí confluyen por lo menos dos factores. Por un lado la bajísima eficiencia del sistema educativo, y por otro sus obsoletos contenidos. Respecto de la eficiencia, hoy el índice de graduación del secundario es de sólo el 45%. Es decir que terminan en el tiempo estipulado menos de la mitad de los alumnos que empiezan. Es sabido que para cualquier empleo formal el secundario completo se constituye en un requisito mínimo, por lo que el sistema educativo es hoy una máquina de fabricar empleo en negro y desempleo. Si a ello le sumamos que los contenidos que se imparten no se corresponden con lo que las empresas necesitan el panorama empeora porque además caemos en la paradoja de jóvenes que no consiguen empleo y empresas que no encuentran mano de obra mínimamente calificada. En este sentido el sistema educativo no provee las habilidades y valores que las empresas necesitan para sus potenciales empleados como aprender a pensar y resolver problemas, el sentido de la puntualidad, del trabajo en equipo, entro otras tantas. Tampoco el contenido enciclopédico imperante da lugar a que se aprendan oficios. Ni hablar de la rigidez de la legislación laboral que complica la aplicación de programas de pasantías o entrenamiento que les permiten a los jóvenes superar la valla de la experiencia, muchas veces excluyente.

De nuevo, estos motivos no son los únicos que explican los fenómenos del empleo en negro y la altísima desocupación juvenil, pero es urgente abarcarlos integralmente, sobre todo en el Norte del país, porque el daño que provocan muchas veces es irreversible.

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