Arroz con leche
CONFESIÓN. Según Armando Pérez, Macri es su jefe. Está todo dicho. CONFESIÓN. Según Armando Pérez, Macri es su jefe. Está todo dicho.
El fútbol fue siempre un hecho político. Mañana se cumplen 35 años de cuando medio centenar de hinchas de Nueva Chicago fueron arrestados por cantar la Marcha Peronista en pleno partido. Y obligados a marchar al trote de la cancha al calabozo, mientras la gente del barrio de Mataderos insultaba a la policía al grito de “asesinos”. Sucedió el 24 de octubre de 1981, tiempos de dictadura militar. El Boca de Diego Maradona se había coronado campeón argentino dos meses antes y San Lorenzo había descendido a la B (meses después, para proteger otros eventuales descensos de clubes grandes se instaló el sistema de promedios, sin mucho éxito, porque con el tiempo también descendieron Independiente y River). Aquel 24 de octubre de 1981, Chicago, líder firme, ganó 3-0 a Defensores de Belgrano por la 34ª fecha, con tres goles de Mario Franceschini. Ascendió con el subcampeón, Quilmes, ambos delante de Banfield, más lejos en el tercer puesto (Lanús y Chacarita estaban en la C).

Chicago fue siempre un club peronista. Evita inauguró en 1949 el barrio Los Perales. En 1955, apenas después de la Revolución Libertadora que derrocó a Juan Domingo Perón, los hinchas de Chicago entraron a la cancha de Sarmiento cantando la Marchita. El peronismo era palabra prohibida. También fueron prohibidos los deportistas “sospechados de peronistas”. En el 81, después del golpe del 76, con el Congreso cerrado, sin partidos políticos, represión feroz y recortes de derechos y libertades, los hinchas de Chicago seguían cantando la Marchita. La policía no lo toleró aquel 24 de octubre, me cuenta Gerardo Scola (uno de los 49 hinchas que fueron detenidos y que entonces tenía 23 años), porque muchos de sus efectivos se habían quedado ese día sin entradas. Sus lugares los había ocupado, nada menos, el líder sindical Lorenzo Miguel, que había sido liberado poco antes, y ese día volvía por primera vez a la cancha, y por su gente. Los hinchas empezaron con el “Dale campeón”, luego “Chicago corazón” y, finalmente, la Marchita. Se sumó toda la cancha.

“Presos al trote”, tituló Crónica al día siguiente. “Al trote”, justamente, se llama un documental de 26 minutos de Gabriel Dodero que ya fue preestrenado en un cine de Mataderos y ganó un premio en Qatar. Nueve de los detenidos terminaron en Devoto y uno de ellos recuperó la libertad 35 días después. Los hinchas de Chicago fueron tres veces hasta la policía para reclamar su libertad. No cantaron la Marchita. Mucho menos el “se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”, como comenzó a escucharse luego en varias canchas, especialmente tras la derrota en la Guerra de Malvinas de 1982. Eligieron entonar el Arroz con leche. “Arroz con leche, me quiero casar -cantaban mientras hasta la policía se reía-, con una señorita de San Nicolás”.

Relatos militantes

El kirchnerismo volvió a “cantar” la Marchita cuando fue gobierno. El programa de televisación pública Fútbol Para Todos (FPT) incluyó en sus momentos más calientes relatos militantes y anuncios con palos para cualquier voz opositora. El gobierno anterior alentó inclusive la creación de un ridículo torneo de 30 equipos, todavía vigente. Estos días escuchamos además una denuncia tardía y, en cierto sentido, incomprobable (porque Julio Grondona está muerto), sobre presiones del kirchnerismo que, supuestamente, buscaron salvar a River del descenso. Pero River se fue a la B, igual que Independiente, y, además, fueron campeones equipos chicos como Banfield, Lanús, Arsenal y Argentinos Juniors. Pareció entonces haber más política afuera que adentro de la cancha.

El nuevo gobierno no cantó la Marcha Peronista (obvio) ni ninguna otra que le fuera más afín. Pero tal vez nos canta su propia versión del Arroz con leche. Y, mientras tanto, interviene en el fútbol de modo brutal.

El propio presidente de la Comisión Normalizadora de la AFA, Armando Pérez, lo desnudó sin tapujos días atrás en una entrevista con Alejandro Fantino. A Pérez, supuestamente, lo pusieron la FIFA y la Conmebol. El hombre de Belgrano de Córdoba, sin embargo, confirmó lo que muchos otros decían. Cuando Fantino le preguntó por Mauricio Macri, Pérez, desde Bahrein, lo definió como “mi jefe”. Tal vez lo hizo como pase de facturas, porque el gobierno ahora busca tomar distancias de Pérez, consciente de su desgaste y de sus errores.

Si la Comisión imaginó en algún momento permanecer un año más, Pérez acepta ahora que podrá haber elecciones antes de fin de año. Su gestión podría durar entonces menos que el Fútbol Para Todos, que cesará también el 31 de diciembre. ¿Le haría Pérez (si la Comisión todavía siguiera en esa fecha y él tuviera que seguir a cargo del cuidado de la AFA) un juicio al Estado por rescindir unilateralmente el contrato del FPT dos años antes? ¿Le haría juicio Pérez a quien llama su “jefe”?

El empate del bochorno

Las elecciones, que habían quedado malditas después de la bochornosa votación 38-38, vuelven a ser ahora palabra salvadora. ¿Cómo no recordar que la AFA podría haber realizado una nueva votación apenas media hora después y no pudo hacerlo porque dos dirigentes abandonaron el lugar? ¿Cómo no recordar que luego llegaron los dictámenes de la jueza María Servini de Cubría y la actuación de la Inspección General de Justicia (IGJ) primero y del gobierno nacional después para coordinar con la FIFA y la Conmebol el arribo de la Comisión Normalizadora? Luego, es cierto, se complicó todo aún más.

¿Acaso alguien hubiese imaginado que Pérez, que no tenía votos pero sí cierto prestigio conseguido en Belgrano, podía cometer tantos errores? Paradójicamente, lo desnudó la Selección nacional más que la administración de la AFA.

La designación de los distintos técnicos de las selecciones nacionales es sintomática. La del “Patón” Bauza impulsada por Fernando Niembro. Y las de Claudio Ubeda y Miguel Micó con influencia inevitable de Fernando Marín, que conocía a ambos de su paso por Racing-Blanquiceleste.

Los recortes

Al desgaste se sumó el anuncio formal del gobierno del fin del FPT, con recortes económicos previos que ahogaron a los clubes. El costo anual del FPT (120 millones de dólares) equivale al 0,4 por ciento de los 32.000 millones de pesos de deuda externa emitidos durante el gobierno de Macri. Sí, 0,4 por ciento. Eliminado el FPT, alguna prensa apunta ahora al porcentaje todavía mucho menor que implica dar educación universitaria a estudiantes extranjeros. El problema, pretende decirnos el especialista David Cufré, no es fiscal. Es político. Los clubes ahogados son la mejor puerta a la búsqueda desesperada de dineros privados que ayuden a la creación de los Clubes Sociedades Anónimas, como quiere el gobierno. Primero se opusieron a la Comisión de Pérez los clubes chicos. Luego se sumaron los grandes. Y, finalmente hasta el Boca de Daniel Angelici, el club más afín al gobierno, dice que ya basta. Ahí está también el dictamen del Tribunal de Disciplina de la AFA, advirtiéndole a la Comisión Normalizadora que deje de hacer macanas y que se aboque a los objetivos de su misión: normalizar, adecuar estatutos y convocar a elecciones. El fútbol, además de juego, es negocio y también es política, un combo irresistible para el que se siente dueño de la pelota. Algunos lo hacen cantando la Marcha Peronista. Otros, el Arroz con leche.

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