Tragedias familiares de un congresal

Tragedias familiares de un congresal

Cuando murió Tomas Godoy Cruz, la esposa ocultó el hecho para no interrumpir una fiesta. Después, mandó matar al yerno.

Tragedias familiares de un congresal
El bachiller en Cánones y en Leyes, don Tomás Godoy Cruz, con sus 25 años, era en 1816 el más joven de los diputados al Congreso reunido en San Miguel de Tucumán. Representaba -junto con Juan Agustín Maza- a la natal provincia de Mendoza. Sus datos biográficos son conocidos. Gran amigo y colaborador de José de San Martín en la preparación del Ejército de los Andes, concluida la existencia del Congreso fue gobernador de Mendoza, así como presidente de su Legislatura, ministro y diputado al Congreso de 1822, entre otras dignidades. Esto además de sufrir un largo exilio en Chile.

Pero son aspectos de su vida familiar los que tienen verdadero atractivo de novelas. Se han ocupado de ese ángulo estudiosos como Marcelo Ignacio Sánchez o Daniel Balmaceda, además de innumerables notas periodísticas sin firma. Esta se basa en sus referencias.

Fracaso amoroso

Sobre la personalidad de Godoy Cruz existe el testimonio de Vicente Fidel López, quien lo conoció durante el destierro en Chile. Lo pinta como un personaje “grave y taciturno”, de “maneras muy urbanas, pero tieso e inflexible”. Agrega que “tenía en grande aprecio su propia persona y el acierto en sus juicios”. Una crónica de Manuel Lugones lo describe como “bajo, un poco grueso, de maneras y porte solemnes”.

Sin duda, a esa tiesa solemnidad y a esa elevada autoestima la debe haber afectado profundamente la experiencia sentimental que vivió en Buenos Aires, cuando el Congreso de la Independencia mudó allí la sede de sus sesiones, al iniciarse el año 1817. Se entusiasmó con Victoria Ituarte, una bella sobrina del Director Supremo, brigadier Juan Martín de Pueyrredón. Pero ella permaneció sorda a su asedio, porque estaba enamorada de otro hombre, don Manuel Hermenegildo Aguirre. A pesar de que el Director Supremo fogoneó activamente el proyecto del romance, Victoria se mantuvo firme y terminó casándose con Aguirre: serían los bisabuelos de la escritora Victoria Ocampo.

Boda y exilio

Ya de vuelta en su Mendoza y mientras alternaba en los cargos públicos, Godoy Cruz se puso finalmente de novio y se casó, en 1823, con doña María de la Luz Sosa y Corvalán, a quien llevaba nueve años. Su único retrato revela un rostro redondo y agraciado, de grandes ojos. Tuvieron un total de cinco hijos: cuatro varones, Juan Bautista, Jorge, Eliodoro (muerto en la niñez) y Gabriel; y una mujer, Aurelia.

Doña María de la Luz integró ese grupo de las “patricias mendocinas” que entregaron donativos en joyas y aportaron su ayuda personal al Ejército de los Andes. Tuvo, por cierto, buena amistad con el general José de San Martín y con su esposa, Remedios de Escalada, durante la permanencia de ella en la ciudad cuyana.

Al parecer, no se llevaba muy bien con Godoy Cruz, según ese conjunto de cuentos que suele denominarse “tradición”. Por eso hubo de sentirse bastante aliviada -conjeturamos- cuando el ex congresal partió solo, en 1831, a exiliarse en Chile, cuando los “federales” tomaron el dominio de la región. Permanecería trece años en ese país.

Mayer en escena

Entretanto, en Mendoza, doña María de la Luz era una auténticas estrella de la vida social. Organizaba frecuentes reuniones en su casa y se movía en el alto mundillo mendocino como pez en el agua, como amiga tanto de “federales” como de “salvajes unitarios”.

En 1844, la benevolencia del gobernador José Félix Aldao permitió que Godoy Cruz pudiera regresar a Mendoza. Claro que ya no se metió más en política. Se concentró en promover la industria de la seda y las plantaciones de té, que juzgaba de enorme beneficio futuro para la economía de la provincia.

Como profesor de piano de su hija Aurelia, contrató a un médico, Federico Mayer, hijo de alemán y de porteña, que se había detenido en Mendoza de paso para Chile y que le presentó cartas de recomendación. A poco andar, la negativa de Mayer a usar el chaleco punzó fue sancionada con el destierro a San Juan, pero Godoy Cruz logró que volviera a Mendoza. En cuanto a las clases de música, culminaron en romance. Mayer terminó casado con Aurelia, el 6 de diciembre de 1851, a pesar de la enconada oposición de Doña María de la Luz.

Muerte silenciada

Por esa época, ya Godoy Cruz se encontraba enfermo. Tanto que, cuando después de la batalla de Caseros lo nombraron consejero del Gobierno de Mendoza, sólo pudo desempeñar un día ese cargo y renunció. El 15 de mayo de 1852, Doña María de la Luz resolvió dar una fiesta en su casa, a pesar de que don Tomás estaba postrado en cama.

En lo mejor de la velada, una criada la llamó aparte y le dijo que su esposo acababa de morir repentinamente en el dormitorio. Sin inmutarse, la flamante viuda ordenó que cubriera el cadáver con una manta, que cerrara con llave la habitación y que no dijese una palabra a nadie, de modo que la reunión pudiera continuar. Al amanecer del día siguiente se anunció la defunción, y Tomás Godoy Cruz fue sepultado solemnemente en el panteón familiar del cementerio de Mendoza.

Doña María de la Luz se había librado del marido, pero no de problemas posteriores, que serían más que graves. En primer lugar, detestaba a su yerno Mayer cada vez con más fuerza, y quería que su hija Aurelia se separase. Según el malicioso anecdotario, en el fondo del problema ardía el hecho inconfesable de que ella estaba enamorada de su yerno. Además, en los tribunales, la madre y su hijo mayor, Juan Bautista, se enfrentaron ásperamente por detalles de la herencia de don Tomás.

El asesinato

Antes de que se cumpliera un año de la muerte del ex congresal, el 2 de marzo de 1853, cuando Mayer y Aurelia volvían a su casa después de visitar a don Melitón Gómez, fueron de repente atacados por dos hombres en medio de la calle. No les robaron nada, pero ultimaron a tiros y puñaladas a Mayer y se alejaron a la carrera. El yerno fue velado en la casa de la suegra.

Hay más anécdotas de ese momento. Se dice que doña María de la Luz permitió que un criado robara los zapatos que tenía puestos el muerto en el féretro. Cuando lo llevaron al cementerio, el apoderado de doña María de la Luz alegó que no tenía la llave del panteón de los Godoy Cruz; y, en cuanto al cadáver, dijo: “tírenlo donde quieran, pues es hijo de un hereje”, refiriéndose a la religión protestante del padre. El cadáver fue inhumado allí, de todos modos, gracias a la buena voluntad de un fraile franciscano, ex paciente del muerto.

La confesión

La búsqueda de los asesinos de Mayer fue iniciada por la policía mendocina con una inexplicable parsimonia, que solamente se modificó presionada por la visible indignación de muchos vecinos. Doña Aurelia había proporcionado una descripción física de los matadores, lo que permitió capturarlos en una de las rutas de la cordillera. Se trataba de dos hermanos, Martiniano y Esteban Zambrano.

Llevados ante el juez Palma, declararon directamente que doña María de la Luz los había contratado para matar a Mayer y que hasta les proporcionó las armas. Cuando fue detenida, ella confesó que lo hizo porque odiaba a su yerno. Quedó presa en una habitación del Cabildo, mientras se sustanciaba la causa.

El juez la condenó a muerte, a ella y a los Zambrano. Se iniciaron entonces interminables apelaciones, en cuyo trámite quedó claro cuánta influencia tenían la parentela y las amistades de doña María de la Luz.

“Probation” y libre

Nuevos magistrados, más complacientes, lograron que la pena de muerte de los hermanos Zambrano se transformara en 10 años de cárcel y, en cuanto a doña María de la Luz, se la dejó en libertad tras cumplir lo que hoy se llama “probation”.

Quedó obligada a pagar una multa de la entonces elevada suma de 2.000 pesos, para costear la construcción de la Cárcel de la ciudad. Aurelia no le dirigió más la palabra y se fue a vivir a Buenos Aires. Y pasado un tiempo, doña María de la Luz volvió a organizar animadas reuniones en su casa.

Los días de la viuda de Godoy Cruz terminaron bruscamente el 20 de marzo de 1861, cuando el famoso terremoto destruyó prácticamente toda la ciudad de Mendoza. Murió aplastada por una pared. Y existe una última anécdota. Dicen que, cuando retiraban el cadáver destrozado, el camillero vio que colgaba del pecho un medallón con miniatura: la reconoció como retrato de Federico Mayer…

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