La oración humilde nos abre el corazón a la misericordia divina

La oración humilde nos abre el corazón a la misericordia divina

Pbro. Marcelo Barrionuevo.

23 Octubre 2016
“Dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos teniéndose por justos y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, quedándose de pie, oraba para sus adentros: oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de todo lo que poseo. Pero el publicano, quedándose lejos, ni siquiera se atrevía a levantar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: oh Dios, ten compasión de mí que soy un pecador. Os digo que éste bajó justificado a su casa, y aquél no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado”. (Lucas 18,9-14)

El que se exalta a sí mismo es “el hombre orgulloso”. La meta de su plegaria no es Dios sino él. Quizá hablaba consigo mismo y no con Dios. Ésa es la dirección de la plegaria, él mismo: Oh Dios, te doy gracias. En lugar de Dios podría poner su propio nombre y decir: Me felicito porque no soy como los demás hombres: injustos, ladrones... y no lo ve como don de Dios sino como logro personal. Y en su soberbia, se iba ensalzando, exaltándose sobre los demás: ¡No soy como el resto de los hombres! ¡Soy el mejor de todos, estoy más alto que todos! Se eleva a sí mismo. Este fariseo es todo un símbolo... que todos llevamos dentro. La soberbia es el más corriente de todos los pecados. El fariseo soy yo cuando pienso: “cumplo los preceptos. Soy una persona honrada. No miento. No critico (salvo al árbitro y a los políticos). No extorsiono a nadie ni me quedo con lo que no es mío… no mato a nadie... Yo tengo mi moral. La conciencia no me acusa de nada. Soy fiel a mí mismo”.

El que se abaja es “el retrato de un hombre humilde”. La humildad del publicano -su oración, su vida- está en estos cuatro sentimientos. “Estando lejos...”, es decir, en el último puesto. “No quería levantar los ojos al cielo...”, o sea, humildad del cuerpo que va con la humildad profunda del alma. “Se golpeaba el pecho”, que es una manifestación de dolor y de arrepentimiento. Decía: “ten compasión de mi Señor”.

Jesús es nuestro abogado. Acudir al templo y ponerse en la presencia de Dios con la conciencia dolorida por nuestras ofensas y olvidos, es lo que nos justifica ante Dios, “porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Nos dices, Señor, cómo hemos de orar: confiados en Dios, con humildad, una fe viva y perseverante, una audacia filial. Humildad “es andar en verdad; que lo es muy grande no tener nada bueno de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende anda en mentira” (Santa Teresa. VI Moradas 10,8).

Dios nos ayude a lograr la sabiduria de la humildad.

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