Darío Fo: “El teatro satírico es ético y profundo”

Darío Fo: “El teatro satírico es ético y profundo”

Paradojas del destino. El premio Nobel de Literatura 1997 murió la semana pasada, el mismo día en que se anunciaba el para muchos sorprendente y controvertido -al igual que en su momento ocurrió con el de Fo- Nobel para Dylan. En esta entrevista exclusiva para LA GACETA publicada en 2012, el gran “juglar” italiano afirmaba que la parodia es reaccionaria. “La sátira, en cambio, ha ayudado a desarrollar la conciencia de la gente”, sentenciaba.

23 Octubre 2016
“¡Una carcajada los sepultará!” Durante años, los jóvenes italianos, sobre todo los de los años 70, quienes se manifestaban cotidianamente reclamando un mundo mejor, usaban esta frase pensando que le pertenecía a Mao Tze Tung. Pero basta hablar sólo un instante con Darío Fo y se descubre que aquella frase es suya. 
- Y bueno... (sonríe) yo le he regalado esa frase al viejo Mao.
Darío Fo, Premio Nobel de Literatura 1997, es simpático pero, sobre todo, es un gran charlador, que le gustar hablar y hablar, y si se tiene la suerte de encontrarlo por las calles de Milán -ciudad que frecuenta cada vez menos porque, dice, ha perdido la magia- hay que calcular, al menos, una buena media hora para escuchar sus relatos que van de la política al teatro, cuestiones que, en su caso, están muy conectadas y coinciden. 
La idea de una carcajada que puede provocar, para siempre, el silencio de una eventual recriminación del poder de turno, es una idea bien precisa, hoy más actual que nunca. La sátira, como instrumento de la acción sobre la historia, es una de las matrices indiscutibles del teatro de Darío Fo.
“Así es -me dice- porque recuérdate que siempre el teatro satírico es ético y profundo, ya que apunta a la ideología. En cambio la parodia, ese modo epidérmico de mostrar lo superficial de los personajes parodiados, suele ser reaccionaria. La sátira, en cambio, ha ayudado a través de los siglos, a desarrollar la conciencia de la gente, sobre todo de las clases inferiores, para que entiendan que ellos mismos tienen el poder de modificar la situación. De otro modo no se podría explicar que ya en el 1200 la ley durísima de Federico II de Suecia condenaba a los juglares como ‘habladores infames’. Es decir que cualquiera que escuchase a un juglar hablar mal o ridiculizar al poder podía -recuerda Fo- apalearlo, insultarlo y hasta matarlo. Sin embargo, muchas veces los bufones eran tan queridos y sostenidos por el pueblo que el Rey se veía obligado a perdonarlos, a veces hasta para evitar una rebelión. No es una casualidad que Francesco de Asís, aquel que luego será ungido a santo, será llamado el juglar de Dios”.

“¡Una carcajada los sepultará!” Durante años, los jóvenes italianos, sobre todo los de los años 70, quienes se manifestaban cotidianamente reclamando un mundo mejor, usaban esta frase pensando que le pertenecía a Mao Tze Tung. Pero basta hablar sólo un instante con Darío Fo y se descubre que aquella frase es suya. 

- Y bueno... (sonríe) yo le he regalado esa frase al viejo Mao.

Darío Fo, Premio Nobel de Literatura 1997, es simpático pero, sobre todo, es un gran charlador, que le gustar hablar y hablar, y si se tiene la suerte de encontrarlo por las calles de Milán -ciudad que frecuenta cada vez menos porque, dice, ha perdido la magia- hay que calcular, al menos, una buena media hora para escuchar sus relatos que van de la política al teatro, cuestiones que, en su caso, están muy conectadas y coinciden. 

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La idea de una carcajada que puede provocar, para siempre, el silencio de una eventual recriminación del poder de turno, es una idea bien precisa, hoy más actual que nunca. La sátira, como instrumento de la acción sobre la historia, es una de las matrices indiscutibles del teatro de Darío Fo.

“Así es -me dice- porque recuérdate que siempre el teatro satírico es ético y profundo, ya que apunta a la ideología. En cambio la parodia, ese modo epidérmico de mostrar lo superficial de los personajes parodiados, suele ser reaccionaria. La sátira, en cambio, ha ayudado a través de los siglos, a desarrollar la conciencia de la gente, sobre todo de las clases inferiores, para que entiendan que ellos mismos tienen el poder de modificar la situación. De otro modo no se podría explicar que ya en el 1200 la ley durísima de Federico II de Suecia condenaba a los juglares como ‘habladores infames’. Es decir que cualquiera que escuchase a un juglar hablar mal o ridiculizar al poder podía -recuerda Fo- apalearlo, insultarlo y hasta matarlo. Sin embargo, muchas veces los bufones eran tan queridos y sostenidos por el pueblo que el Rey se veía obligado a perdonarlos, a veces hasta para evitar una rebelión. No es una casualidad que Francesco de Asís, aquel que luego será ungido a santo, será llamado el juglar de Dios”.

Si Fo tuviera que dar un consejo a un joven actor le diría: “Cuidado con interpretar exclusivamente sobre la caricatura ligada al personaje o a un hombre político, diciendo o representándolo como gordo, por ejemplo, o petiso, o que tiene una joroba, porque eso no va a nada de profundo. Quizás el público ríe, pero es una risa que termina allí, es en sí misma, sin dimensión ética. Tu hacer reír será vacío si no se opone a la banalidad, a la hipocresía y, sobre todo, a la violencia que se ejercita sobre los débiles”.

Reconocimiento a los juglares

Cuando en 1997 la Academia Real de Suecia le adjudicó el Premio Nobel de Literatura algunos dijeron que se trataba de una vergüenza, de una ofensa hacia otros escritores pero, en realidad, hasta los estudiosos más prestigiosos coincidieron en que el premio era un reconocimiento para todos los cuentahistorias, los juglares, los narradores orales de todos los tiempos, desde el Ruzzante a Moliere, quienes fueron despreciados en vida por las academias literarias.

Fo ha inventado, para contar sus historias, el grammelot -en argentino se podría decir que es algo similar a una barsata-, una lengua explosiva, anticonvencional, de aire carnavalesco, que recurre a sonidos onomatopéyicos de otras lenguas, a cadencias de otros acentos, inventada en el momento, para expresarse con tanta fuerza sobre el escenario que, aún ahora, cuando Fo ya ha pasado la boya de los 80 años, parece que quien está actuando no es un solo hombre sino un coro polifónico.

Lo mismo sucede cuando lo encuentras en una calle de Milán y te cuenta cómo él ve la política italiana de hoy. No puede quedarse quieto, no basta su cuerpo para domesticarlo, mueve cada parte de él como un ventarrón.

“Se puede hablar de un verdadero desastre nacido de la pequeñez espiritual. Y uso este término fuera de cualquier contexto religioso -subraya-. El remedio podría consistir en educar a las personas en la búsqueda de la simplicidad, no de la persecución obsesiva del elogio excesivo, de la santificación de la ‘viveza’, de la fanfarronería, vicio antiguo de este país. Yo, mientras respire, continuaré apuntando el dedo sobre las cosas que no funcionan en este país y lo haré con ironía y apelando a dejar en ridículo a los poderosos. A veces, cuando viajamos por el mundo con Franca -mi esposa- contando nuestras historias, mucha gente nos dice:

“¡Cómo son simpáticos ustedes! ¡Cómo inventan cosas increíbles! Pero nosotros, en realidad estábamos contando hechos reales, crímenes y cosas absurdas que sucedieron realmente.”

© LA GACETA

Cristiana Zanetto - Periodista  de medios gráficos y televisivos  italianos.

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