El arzobispo en su laberinto
No puede ser más incómodo el escenario para el arzobispo Alfredo Zecca, cuyo manejo del caso Viroche lo dejó entre la espada y la pared: enfrentado con la Corte provincial, criticado puertas adentro por un amplio abanico de párrocos que no se sienten contenidos y desprestigiado ante una feligresía que lo critica sin eufemismos. Tampoco se escuchan respaldos sólidos desde afuera; ni El Vaticano ni la Conferencia Episcopal enviaron mensajes conciliatorios. Para sortear tantos frentes de tormenta es imprescindible contar con una cintura política excepcional y, sobre todo, con un entramado de respaldos que el arzobispo no parece encontrar. La imagen que transmite es la de un pastor sin rebaño.

Los curas ven al obispo como un padre y eso representaba Luis Villalba para ellos: un padre al que podían acudir en cualquier momento. Cuando Alfredo Zecca asumió la conducción de la Iglesia provincial, en 2011, todo cambió. La condición pastoral y dialoguista de Villalba fue reemplazada por el perfil académico de Zecca, un apasionado de la teología y la filosofía, lector empedernido y de hábitos solitarios. “Ni siquiera le gusta el fútbol”, aportan quienes le conocen sus rutinas. Un recambio entre personalidades tan opuestas generó un lógico cimbronazo en la Arquidiócesis. La onda expansiva nunca se detuvo.

Una de las decisiones que tomó Zecca puertas adentro fue desarmar la mesa chica en la que se apoyaba su antecesor. Melitón Chávez y Carlos Sánchez, identificados con el estilo y el ideario de Villalba, perdieron influencia y poder de decisión. Adoptó protagonismo Marcelo Barrionuevo, con rango de Vicario para la Fe y la Cultura. La cuestión es que a Barrionuevo la coyuntura le resulta antipática. No le gusta que lo cataloguen de “zequista” (si es que tal categoría existe) pero tampoco puede dar muestras de deslealtad. Quien acerca consejos es el padre Guillermo Cassone, una voz experimentada entre la abundante juventud que caracteriza al resto de la curia.

El huracán se desató el 13 de marzo de 2013 y llegó con nombre propio: Francisco. Lo llamativo es que Jorge Bergoglio y Zecca se conocen desde jóvenes, porque las familias eran amigas. El Papa es considerablemente mayor, le lleva 12 años, pero nunca le perdió el rastro a la carrera del futuro arzobispo.

Se reconoce que Zecca era uno de los profesores mas progresistas del Seminario de Buenos Aires, hasta que viajó a Alemania para doctorarse en la Universidad de Tübingen. No era el mismo cuando volvió. De esa experiencia le quedaron contactos más que fluidos con la poderosa Iglesia alemana, que marchaba al ritmo impuesto por el cardenal Joseph Ratzinger. Zecca ejerció durante una década el rectorado de la Universidad Católica Argentina (UCA) en una distante convivencia con Bergoglio, entonces arzobispo de Buenos Aires. Benedicto XVI, el Papa que puso a Zecca al mando de la Iglesia tucumana, es otro enamorado de la teología y la filosofía al que el rigor de la gestión puso en aprietos. En su caso tomó una decisión histórica: dejar vacante el trono de Pedro.

Los acontecimientos tomaron un giro impensado y vertiginoso apenas Francisco se alzó con el poder. Hizo cardenal a Villalba y obispo a Chávez, en su caso de Añatuya, una diócesis gigantesca en extensión, y en carencias materiales y espirituales. Todo un desafío. De Sánchez -a la sazón párroco de La Victoria- viene rumoreándose desde hace rato una potencial designación como obispo, pero al parecer la balanza se inclinará primero por Jorge Blunda, quien se mantiene al frente de Nuestra Señora del Valle, en Yerba Buena. Blunda era muy cercano a Viroche. Sánchez, por su parte, acompañó a Villalba a Roma para asistir a la canonización del Cura Brochero. Chávez, Sánchez, Blunda y Viroche representan, junto a muchos otros que ponen el pecho en zonas de extrema vulnerabilidad, el modelo de sacerdote favorito de Bergoglio. Nada que ver con los prototipos que elegían Wojtyla y Ratzinger. Es la marcha de los tiempos.

Pero hay otro frente delicado para Zecca y representa sostener a Facundo Maggio como abogado del Arzobispado. Su carácter de defensor de represores en los juicios de lesa humanidad lo coloca en la vereda del frente de propios y extraños en el universo de la Iglesia. Maggio fue abogado del fallecido cura José Mijalchyk en la megacausa Arsenales y logró su absolución. En cambio, otro defendido, el coronel Carlos Trucco, fue condenado a 14 años de prisión. En la actualidad representa a Camilo Orce, acusado en el marco de la megacausa Operativo Independencia.

Las conexiones de Maggio son llamativas. Su esposa, Eloísa Rodríguez Campos, es relatora del ministro fiscal, Edmundo Jiménez, quien la designó a poco de asumir. Es su sobrina. Lucas Maggio, hermano de Facundo, es prosecretario de la Fiscalía de la VIII Nominación, donde reporta a Adriana Giannoni. A su vez, Eleonora Rodríguez Campos, hermana de Eloísa, es secretaria adjutora de la Fiscalía de Estado. De ese organismo del Poder Ejecutivo fue eyectado Facundo Maggio cuando se comprobó que representaba a represores. “No puede seguir perteneciendo a un Gobierno comprometido con la defensa de los derechos humanos”, opinó Humberto Rava, entonces secretario de Derechos Humanos. A este tapiz quedó cosido el Arzobispado.

El ida y vuelta de acusaciones y declaraciones que mantiene con la Corte Suprema no hizo más que esmerilar la figura de Zecca, a quien se critica -a veces con razón, otras con mala fe- desde diferentes sectores. Las versiones sobre un eventual reemplazo no se ajustan a los modales de la Iglesia (no es caprichosa la metáfora sobre los “tiempos vaticanos”) pero nada puede soprender en un ambiente tan enrarecido.

En la web del Arzobispado, el padre Viroche sigue figurando como párroco de La Florida. Este, que puede parecer un dato menor, está cargado de significados. Representa hasta qué punto la casa de la avenida Sarmiento continúa en estado de shock.

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