Un Gobierno sin iniciativa política
Un gobierno sin iniciativa política. Próximo a cumplir un año de gestión, lo que ha mostrado Juan Manzur podría resumirse en esas primeras cuatro palabras. Apático y parsimonioso, el ex kirchnerista ha carecido de reacción para sortear los momentos difíciles y le ha faltado decisión para convertirse en el conductor que el oficialismo le reclama. Y esa conjunción de carencias, en la víspera del primer test electoral de su mandato, en 2017, puede resultar preocupante para un Partido Justicialista que no logra reacomodarse.

Tucumán, tal como dijo el fin de semana el salteño Juan Manuel Urtubey, es el distrito más grande que hoy tiene en sus manos el peronismo institucional (Córdoba tiene sus particularidades). Sin embargo, no hay peronista de base que no maldiga la lejanía que impone Manzur. Hasta los legisladores se desahogan cada vez que pueden. En cada reunión oficial o de bloque, los parlamentarios que responden al Gobierno exteriorizan su enojo con funcionarios que, dicen, no les brindan respuestas para “dar” contención a sus votantes en los barrios de la capital y en los pueblos del interior. Hubo, incluso, varios casos de discusiones subidas de tono entre ministros y legisladores. Pero Manzur, más allá de su sonrisa, no parece preocuparse por lo que ocurre a su alrededor.

Autismo

Una muestra clara de ese autismo tuvo lugar en estas últimas semanas. El Gobierno ha quedado acorralado por los casos de inseguridad que conmueven a la sociedad y la corroboración de que existen vínculos entre dirigentes y narcos; no obstante, el mandatario no ha movido un dedo para retomar la iniciativa y escabullirse del escándalo. En su entorno, cada vez más cerrado, le sugieren alternativas, y como respuesta obtienen una mirada fría que no logran descifrar. ¿Qué otra ocasión espera, por ejemplo, para concretar su idea de recrear un Ministerio de Seguridad? Manzur tiene desde junio en las gateras al ex gendarme Claudio Maley; sin embargo, opta por desgastar a Regino Amado, el ministro de Gobierno, Seguridad y Justicia, ya con más respaldo en la cúpula de la Legislatura que en el primer piso de la Casa de Gobierno.

Algo similar aconteció con la promesa de la reforma política y electoral. Manzur asumió, lanzó un foro, imprimió un compilado de opiniones ajenas y lo envió a la Legislatura. Hasta aquí, esa ha sido su participación en el proceso. Lógico, semejante vacío fue aprovechado por el vicegobernador, Osvaldo Jaldo, para timonear él desde la Cámara los tiempos del debate. Es que en cada una de sus acciones, el ex ministro de Salud ha evidenciado ser un producto híbrido: ni macrista ni kirchnerista, ni oficialista ni opositor. En su relación con el intendente Germán Alfaro también queda expuesta su personalidad. Benefició al referente del opositor Acuerdo para el Bicentenario antes que a ningún otro jefe municipal de su espacio, y le concede gestos que exacerban a su padre político, el senador José Alperovich. Un episodio jocoso se dio durante la inauguración del túnel sobre calle Marco Avellaneda: el Poder Ejecutivo invitó al intendente y al ex gobernador, cuya enemistad pública es indiscutible. Alperovich no fue, y casualmente Alfaro llegó minutos después, ya con la certeza de que Manzur y Jaldo no estaban acompañados. El senador, cuentan quienes lo visitaron en su casa del parque Guillermina en estos días, sintió esa decisión de su delfín como una traición porque él había sido quien soportó las críticas por el bochornoso proceso de construcción de la obra.

Deslealtades

Justo en la semana en la que el peronismo conmemorará el Día de la Lealtad, el justicialismo tucumano saca a la luz sus divisiones. Alfaro inscribirá su partido ante la Justicia Electoral Nacional con la intención de negociar desde otra posición su apoyo al macrismo el próximo año. Pero de la agrupación no forma parte su ¿ex? socio político, Domingo Amaya. Tampoco exhibieron aún su ficha de afiliación los legisladores Christian Rodríguez, Stella Maris Córdoba o Silvio Bellomío. De los tres, sólo Bellomío se reivindica amayista. Rodríguez y Córdoba cuidan a diario su relación con Jaldo, presidente de la Cámara, y hacen equilibrio entre Alfaro y Amaya.

Un dato para ahondar en los chismes que corren sobre ambos: la semana pasada, el intendente fue a la Casa Rosada a firmar un convenio con el secretario de Vivienda de la Nación junto a otros jefes municipales tucumanos, y cuentan que el frío del encuentro obligó a los demás presentes a abrigarse. Amaya, a juzgar por sus actos, pareciera esmerarse por sumar roces con sus dos principales aliados: Alfaro y el radical José Cano. De lo contrario, no se entiende que haya mezclado críticas a Manzur con elogios al gobernador Urtubey, con quien el titular del Plan Belgrano mantuvo un duro entredicho. El salteño había cuestionado el rol del líder radical y su eficacia como gestor de obras para el NOA, y Cano le había enrostrado los índices de pobreza en su provincia y su pasado kirchnerista. Curiosamente, ya apaciguado el conflicto, Amaya utilizó a ese mandatario como ejemplo de una buena gestión. Las estrategias de cada referente del Acuerdo para el Bicentenario quedan en evidencia por la cercanía de los comicios para diputados, en los que los que Cano y Amaya pelean por llevar la voz de mando y Alfaro por sacar provecho.

Enfrente, Manzur sigue sin dar indicios sobre cómo enfrentará esa elección. Sus ministros sienten más compromiso hacia Alperovich que hacia él, la dirigencia territorial lo desconoce y los legisladores responden a Jaldo o al ex gobernador, salvo alguna excepción. Con ese preludio, está claro que el actual mandatario deberá esmerarse mucho en su segundo año por tomar el control del oficialismo. Porque un líder sin iniciativa política, apático y parsimonioso, puede convertirse en una presa fácil.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios