Arte, intervenciones y reacciones en la Casita de Tucumán

Arte, intervenciones y reacciones en la Casita de Tucumán

“UNA PUERTA Y DOS VENTANAS”. El artista Res frente a su obra, abatida antes de tiempo.  “UNA PUERTA Y DOS VENTANAS”. El artista Res frente a su obra, abatida antes de tiempo.
15 Octubre 2016

Sebastián Rosso - LA GACETA

“¿Me va a dejar hablar?” era el pedido entrecortado de Patricia Fernández Murga, la directora de Museo Casa Histórica de la Independencia, ante la vehemencia de un hombre que no estaba dispuesto a hacerlo, sino a convertirnos en víctimas de su justicia personal.

El hecho, ocurrido hace dos jueves, fue motivo de gran repercusión en este diario y en las redes sociales. Empezó aquel día, muy temprano, cuando el destacado artista cordobés Res terminó su intervención sobre el frente de la Casa Histórica. Había tapado la puerta y las ventanas con pilas de diarios, lo que debía derribarse esa misma tarde para dar comienzo a un encuentro de fotógrafos. A media mañana, el indignado de camisa entallada se erigió en defensor espontáneo de un patriotismo peligroso y destructivo. Consideraba la obra una afrenta a sus ideas al grito de :“¡Es una barbaridad! ¡La Casa Histórica es un símbolo nacional!”.

Arte

Pero ¿Era eso una obra de un artista? ¿no se dedican estos a pintar, dibujar y esculpir? ¿no buscan la belleza y la armonía? Para la primera pregunta la respuesta es sí, y voy a dar unos ejemplos más adelante. Para las que siguen es no, y voy a tratar de no caer en simplificaciones demasiado graves.

Muchas cosas cambiaron con los procesos de modernización en Occidente. Y no pasaron sólo por el auge de las ciencias o la incorporación sucesiva de tecnologías. Entre los siglos XVIII y XIX se definieron instituciones que garantizaban la libertad y los derechos individuales.

El arte fue una de esas instituciones. Mientras en el mundo antiguo el objeto artístico, o la obra de arte, si se la quiere llamar así, funcionó como una herramienta de propaganda de príncipes, obispos y acomodados, en la modernidad se convirtió en reserva de sentimientos personales, cuando no en objeto inquisitivo de los poderes que gobiernan el mundo.

Esto ocurrió en Europa, pero más tarde o más temprano llegó también a estas tierras. Ciencia, independencia, museos y objetos artísticos incluidos.

Artistas

A un artista moderno lo mueve el deseo de expresar ideas, de poner a funcionar el pensamiento de sus espectadores. Para eso utiliza metáforas y símbolos. Estas metáforas no tienen que ser traducidas al espectador, aunque a veces tenga que pedir permisos para exponer o publicar.

Tampoco el autor necesita explicar qué quiso decir ¿Alguien vio “El ciudadano ilustre”? Para todos ¿el mensaje es el mismo? ¿Existe un mensaje? ¿Salió el director a aclarar lo que quiso decir con el filme? Pues no. Hay quienes salen fascinados con el conflicto que se plantea, y quienes ven en esa obra una agresiva y malintencionada mirada sobre la vida pueblerina. Al final de la película los espectadores suelen dirigirse a comer algo y a discutir algunas ideas que, sienten, les revuelven el estómago. Es una bendición que a ningún disgustado, quizá hijo de pueblo chico, se le antoje quemar el cine.

Intervenciones

Una intervención es una obra en la que, aprovechando los significados ya fijados en un espacio o edificio, los artistas intentan poner en evidencia aquellas ideas que han quedado disimuladas. Una historia unívoca y cerrada puede abrirse y adquirir otros valores. Digamos que una intervención sirve para que objetos ya reconocidos se entiendan de otras maneras.

El año 1993 el norteamericano Fred Wilson realizó una intervención en un museo tradicional de su país, la Maryland Historical Society, en la ciudad de Baltimore. Cambiando de lugar las piezas de la colección y poniendo a la par objetos que se mostraban en diferentes salas (o permanecían en los depósitos) mostró sucesos que permanecían ocultos. Dejó de ser una historia de colonos blancos construyendo una gran nación, para ser una construcción plural, donde aparecían los negros y los nativos americanos. Se conformaba así una crónica llena de luchas y pendiente aún de emancipación. La historia era ahora más compleja, pero más real y, por sobre todo, más justa con sus sujetos. La intervención fue producto de un acto de madurez democrática, pues el museo prestó sin reparos su colección y su espacio para una intervención que podría haber sido considerada una afrenta.

Otro caso emblemático de intervención en un “antro sagrado” de identidad nacional, ocurrió dos años después, y tuvo como protagonista un edificio “autor y testigo de las grandes tragedias de la reciente historia europea”, al decir del diario español El País, el imponente Reichstag berlinés. La histórica Cancillería que, incendiada en 1933, dio paso al delirio absolutista de régimen nazi y que vio también su final cuando las tropas rusas lo ocuparon en 1945. Cincuenta años más tarde, los artistas Christo y Jean Claude, luego de larguísimas negociaciones y de pasilleo burocrático alemán, cubrieron por completo el edificio con telas blancas, creando un gran fantasma de evocaciones ambivalentes para el público local. El mismo diario español escribía que la obra significaba “una auténtica violación a la historia alemana, pero al mismo tiempo podía servir de exorcismo” de todo lo que asociaba a ese edificio “una historia más bien siniestra”. La larga gestión de permisos les llevó casi 20 años e incontables rechazos políticos y mediáticos. Al final se permitió que el edificio quedara oculto por el término, más que suficiente, de dos semanas.

Reacciones

Seguramente muchos habitantes de Baltimore y de Berlín se habrán sentido disgustados con las obras. No sabemos qué hicieron o qué intentaron hacer. Sí sabemos que la semana pasada, en Tucumán, víctima de un flagelo de los tiempos que corren, la Justicia por mano propia (en este caso una “justicia cultural” si se quiere) un hombre bien vestido, aparentemente recién bañado y peinado, se dirigió a destrozar lo que no le gustaba. Sin vergüenza y con un ayudante quizá espontáneo, como ocurre en los ajusticiamientos explosivos.

La intervención artística consistía en taponar los accesos de la Casa de la Independencia con pilas de diarios. En el marco del Bicentenario de la Independencia, era una alusión a los últimos años de enfrentamientos entre el Gobierno central y varios medios de comunicación capitalinos. Fue un enfrentamiento por momentos lamentable, con secuelas que parecen seguir hoy. La intervención de Res estaba ahí para exponer esa historia. Lo que no quiso entender el agresor es que gobiernos democráticos, periódicos, libertad de prensa, museos históricos y artistas, son todos hijos de la emancipación moderna que sigue en curso.

Casi sin dudar podemos decir que la reflexión crítica no garantiza la verdad. Nada la garantiza a ciencia cierta. La verdad es una liebre que se escapa siempre detrás de la selva humana. Nos queda el derecho innegable de correr a buscarla. Para eso están las columnas de un diario (como esta que usted lee) las redes sociales o los megáfonos. Para eso están las imágenes. Y para eso está el arte.

Deberes

La obra de Res había sido tramitada y se habían obtenido los permisos correspondientes. Todas las autorizaciones estaban concedidas. Aquí y en la Nación. Todo era legal y había atravesado respetuosamente la burocracia institucional.

Se comprendió que la intención, en todo caso, era desplazar estereotipos que se mantenían fijos y que anulaban la comprensión de lo que pueden llegar a significar las palabras “historia”, “nación” o “independencia”. Un concepto tan fácil de pronunciar y tan difícil de sostener: la independencia. ¿De quién? ¿De qué? ¿Cómo ser independiente en un mundo que necesita ayudas, solidaridades, cuando no dependencias? Una independencia que es más una utopía que una realidad. Puede que al señor de la camisa entallada no le gusten las preguntas. Incluso que su respuesta tajante, de rechazo e indignación, goce de muchas adscripciones. Pero para eso tiene que hacer pública su opinión sin dejar al resto fuera de juego.

El peligro de una verdad única, sin oposiciones ni dobleces quedó patente en la Alemania de1933, cuando hordas de exaltados patriotas, muchos estudiantes, quemaron públicamente los libros que consideraban contrarios al espíritu nacional. Quemar y destruir no son un buen camino.

Casita

La Casa Histórica fue motivo de varias evocaciones en el campo del arte. Desde una vieja pintura del cordobés Genaro Pérez a la muy actual fotografía intervenida de Alejandro Gómez Tolosa, muchos sirvieron de homenajes afectuosos. Como la serie de fotoperformances del 9 de Julio de 2002, donde los grupos “La Baulera” y “Viva Laura Pérez” se hicieron proyectar la “Casita” en el centro del pecho.

Junto a estas, apareció esa mirada más inquisitiva de los significados del edificio. No pretendían criticar la independencia en sí o la materialidad de la casa, sino los usos que se dieron a la palabra y al monumento. La crítica más común fue poner de relieve la simplificación a la que se redujo la gesta de la independencia. Una historia escolar en una imagen turística.

También en 2002, los dos colectivos artísticos citados realizaron otra acción llamada “Sobrevidentes”. Consistió en conducir a un grupo de personas con los ojos vendados por tres edificios emblemáticos de la ciudad de Tucumán: comenzando por los Tribunales, pasando por la Casa Histórica y terminando en la Casa de Gobierno. Se los llevaba como un rebaño ciego, y sólo podían escuchar las referencias pero no mirarlos. Parecían una secuela de la profunda crisis en la que había caído el país el año anterior.

En 2004 Juan Bracamonte hizo imprimir la imagen de la “Casita” en lapiceras, como si fueran sólo parte de un merchandising provincial. Años después Gabriel Chaile se vistió de soldadito, con esos gorros y pecheras de cotillón que venden en las librerías y se hizo fotografiar en el frente de la casa. La tituló “Postal” y terminó ganando el Premio Itaú de 2009.

Soñar

En esta línea, también en 2002, la artista rionegrina Amalia Pica hizo una obra en Tucumán, justamente en la Casa Histórica. La llamó “Hora cátedra” y consistió en bañar de luz amarilla el monumento, durante el tiempo que dura una hora cátedra. Antes y después de cada hora, sonaban timbres como en una escuela.

¿Era el amarillo el color de la nostalgia de una infancia escolar, o era la evidencia de la pureza artificial de los monumentos? No dio respuesta a eso; en cambio, hacia 2007 (en la página web “Bola de Nieve”) la artista respondió algunas preguntas que pueden cerrar el caso. Ante el pedido de que defina cómo debían ser leídas sus obras contestó que no consideraba necesario dar ninguna pista; pero, si lo fuera, el personaje del Quijote podía hablar por ella pues sus obras eran producto de la fantasía, “de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores tormentas y disparates imposibles”. Algunos artistas, como Pica, tienen la virtud de no cerrar los significados ni cuando explican, pues entienden su función como un derecho a mantener abierta la imaginación.

Pensar

Los artistas se niegan a explicar sus obras porque saben que en la variedad de sus lecturas reside gran parte de la riqueza de su trabajo. Esa movilidad del significado es el estímulo para producir. Caso contrario se dedicarían a la propaganda o al diseño de museos.

Es un gesto de humildad, no de soberbia. En un mundo donde se quiere tener razón a toda costa, es más frágil saberse intermediarios de saberes que no cierran. Casi ninguna buena obra es afirmativa. Y si lo fuera simplemente sería una obra mediocre, pero ¿quién tira la primera piedra? El desafío es negarse a exponer sentencias. El espectador siempre puede aportar un sentido inesperado.

Cuando se le preguntó a Pica en qué tradición se reconocía como artista, contestó: “en la tradición de los artistas que hacen obra para poder pensar el mundo”. También podría haber usado la frase de un viejo historiador, amante de la literatura española, para quien junto a las obras útiles y prácticas, están las “habitadas por el extraño poder de hacer soñar, suscitar deseo o dar a pensar”.

Los textos, las imágenes, las películas, las obras de teatro y las intervenciones están para eso. Cumpliendo con un principio básico de nuestra cultura moderna: dejar y dar a hablar.

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