Madres y libros

Madres y libros

John Kennedy Toole, Jorge Fernández Díaz, Albert Camus, Milena Busquets y Osvaldo Soriano escribieron sobre madres con características diversas. En algunas sobresale su actitud protectora o las revelaciones que ayudan a entender quiénes somos. En otras, su distancia o el intolerable vacío generado por su ausencia

16 Octubre 2016
Por Alejandro Duchini
Para LA GACETA - Buenos Aires


“-¡Mamá! -gritó-. Llegas en el momento justo. Me han detenido.

Abriéndose paso entre la gente, la señora Reilly dijo:

-¡Ignatius! ¿Pero qué pasa? ¿Qué has hecho ahora? Eh, oiga, quítele esas manos de encima a mi hijo.

-No lo estoy tocando, señora -dijo el policía-. ¿Este de aquí es su hijo?

(...)

-Pues claro que soy su hijo -dijo Ignatius- ¿Es que no ve usted el afecto que siente por mi?

-Sí, esa señora quiere mucho a su hijo- corroboró el viejo.

-¿Qué intenta usted hacerle a mi propio niño?- preguntó la señora Reilly al policía; Ignatius palmeó con una de sus inmensas zarpas el pelo teñido con aleña de su madre-. ¿Cómo se atreve usted a detener a un pobre muchacho con toda la gente que anda suelta por esta ciudad? Está esperando a su mamá e intenta detenerlo.

(...)

-¿Qué edad tiene?- preguntó el policía a la señora Reilly.

-Treinta años- contestó Ignatius, condescendiente.

-¿Tiene usted trabajo?

-Ignatius tiene que ayudarme en casa-, dijo la señora Reilly”.

Este diálogo es de las primeras páginas de La conjura de los necios, la novela post mortem de John Kennedy Toole. Fue publicada en 1980 pero escrita a comienzos de los 60. Se hubiese olvidado de no ser por la madre, Thelma Toole, quien insistió al editor Walter Percy para que lea el manuscrito dejado por su hijo, fallecido en 1969. Lo cuenta Percy en el prólogo: “En 1976, yo daba clases en Loyola y, un buen día, empecé a recibir llamadas telefónicas de una señora desconocida. Lo que me proponía esa señora era absurdo. No se trataba de que ella hubiera escrito un par de capítulos de una novela y quisiera asistir a mis clases. Quería que yo leyera una novela que había escrito su hijo (ya muerto) a principios de la década de 1960. ¿Y por qué iba yo a querer hacer tal cosa?, le pregunté. Porque es una gran novela, me contestó ella. (...) En este caso, seguí leyendo. Y seguí y seguí. Primero, con la lúgubre sensación de que no era tan mala como para dejarla; luego, con un prurito de interés; después, con una emoción creciente y, por último, con incredulidad: no era posible que fuera tan buena”.

Ignatius, el protagonista, es un inadaptado social que quiere cambiar la moral de un mundo contra el que despotrica. Es impresentable en más de un sentido. Eso no le impide tener novia. Vive con su dominante madre. Es un personaje muy bien logrado. El relato se cuenta con humor. La vida del autor tiene mucho de la novela. Es genial. No dejen de leerla. Se van a reír. Y van a estar, además, frente a una particular relación hijo-madre.

A La conjura de los necios, y particularmente a John Kennedy Toole, pueden llegar a través de un libro que recientemente publicó Anagrama. Se titula Una mariposa en la máquina de escribir, escrito por Cory MacLauchlin. Es un recorrido por la vida del autor. Pero también hace hincapié en su obra maestra. Ahí aparece la figura materna con toda su influencia.

Entrevistar a la madre

Conozco mucha gente, y me incluyo, que después de leer Mamá, de Jorge Fernández Díaz, quiso seguir sus pasos: tomar un grabador y entrevistar a la madre. Saber de dónde venimos para saber quiénes somos y, con un poco de suerte, adónde vamos. O qué seremos. A Fernández Díaz la idea se le ocurrió cuando se enteró de que la psicóloga de su mamá lloraba al escuchar lo que ella le contaba. Él, con ávido ojo periodístico, supo que ahí tenía una historia. Por suerte se animó a escribirla. Lo hizo maravillosamente. No sólo escribió sobre esa mujer. También sobre su padre, sus tíos y tantos otros personajes que lo formaron. Ahora, mientras escribo estas líneas, con el libro en mis manos, me tiento con su relectura. Me obligo a conformarme con lo que marqué en su momento. “Es un misterio cuándo se malogra una vida. La realidad es un laberinto, y cualquiera de nosotros puede distraerse, tomar el camino equivocado y perderse para siempre”. “La felicidad es así, un desconcierto que viene pronto y abre las hendijas y echa luz y perfume, y risas y aire puro”. “En el juego de la hija inexperta, les adjudicó durante años a los tíos la autoridad de saber mejor que ella misma lo que le convenía. Luego, como todos los hijos, un día se rebeló contra esa autoridad y rompió con violencia ese contrato, y al final fue madre de sus tíos pero no pudo evitar ser manipulada por ellos hasta la antesala del final”. “Cuando se ha querido tanto, y cuando ha pasado tanto tiempo, una cierta extrañeza se instala en el medio y cuesta muchísimo encontrar el código de salida: María y su hija apenas podían sostenerse la mirada, las avergonzaba ser tan distintas y distantes; no sabían de qué hablar ni por dónde empezar a contarse la historia”. “Volver a la patria de uno es dejar de ser un holograma y aceptar que somos personas nuevas de carne y hueso. Es reconstruir los vínculos desde la fotografía inofensiva de lo que fuimos y caminar despacio hacia la afilada y riesgosa verdad de lo que ahora somos. Es también reconocer que uno es, a la vez, el mismo de siempre y todo un extraño”.

Es posible que lloren con la lectura de Mamá. Lo seguro es que se emocionarán. Nadie sale indemne de sus páginas.

Muertes

“Hoy ha muerto mamá. O quizás ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: ‘Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias’. Pero no quiere decir nada. Quizás haya sido ayer”. Así comienza El Extranjero, de Albert Camus. Es una de las mejores novelas que leí. En las líneas siguientes, Mersault, el protagonista, habla de la culpa. Por ejemplo, al pedirle a su empleador dos días de licencia. “No es culpa mía”; se justifica ante la mala cara de su superior: “No parecía satisfecho”, lo refiere.

Cuenta al hablar de la muerte de su madre en un geriátrico: “Cuando mamá estaba en casa pasaba el tiempo en silencio, siguiéndome con la mirada. Durante los primeros días que estuvo en el asilo lloraba a menudo. Pero era por la fuerza de la costumbre. Al cabo de unos meses habría llorado si se la hubiera retirado del asilo. Siempre por la fuerza de la costumbre. Un poco por eso en el último año casi no fui a verla. Y también porque me quitaba el domingo, sin contar el esfuerzo de ir hasta el autobús, tomar el billete y hacer dos horas de camino”.

Por curiosidad, hace poco leí También esto pasará, de Milena Busquet. Es un libro que escribió a poco de morir su madre, la editora Esther Tusquets. Busquet se ha convertido en una estrella literaria. Quedó claro en la última Feria del libro de Buenos Aires, donde llegó como una de las grandes invitadas. El cineasta Daniel Burman trabajará sobre esta historia. También esto pasará es un libro de relación hija-madre. Se lee: “Y sin embargo aquí estoy. En el funeral de mi madre y, encima, con cuarenta años. No sé muy bien cómo he llegado hasta aquí, ni hasta este pueblo que, de repente, me está dando unas ganas de vomitar terribles. Y creo que nunca en mi vida he ido tan mal vestida. Al llegar a casa, quemaré toda la ropa que llevo hoy, está empapada de cansancio y tristeza, es irrecuperable”.

“Mamá, ¿cómo pudiste pensar que tenías alguna posibilidad de ganar esta batalla, la última, la que no gana absolutamente nadie?”. “Y a medida que la enfermedad se iba volviendo más feroz e implacable contigo, mis relaciones sexuales se iban volviendo también más feroces e implacables, como si en todas las camas del mundo sólo se estuviese librando una batalla, la tuya”. “Me ha costado mucho desprenderme de tus cosas, sobre todo de las que sabía que amabas. Algunos días, pensaba que lo iba a tirar todo y, a los cinco minutos, me arrepentía y decidía guardar hasta el último cachivache. Tres horas después, volvía a pensar que lo iba a regalar todo. Supongo que estaba pensando a qué distancia exactamente quería vivir de ti”.

Ausencia

Osvaldo Soriano solía escribir sobre su padre. Lo hacía de manera magistral. Pero hay una novela en la refiere a la figura materna. En La hora sin sombra, entre cosas, escribe: “Mi madre lo dejó cuando yo era chico y se fue a vivir con un bodeguero de Mendoza. Tengo muy pocos recuerdos de ella porque no volví a verla y murió al poco tiempo. Mi padre vino a buscarme a la plaza donde estaba jugando y me dijo que necesitaba hablarme. Tenía el aire solemne de un capitán de barco perdido en la tempestad. Me sentó en el caño de la bicicleta y mientras pedaleaba contra el viento me dijo al oído que tenía que viajar a Mendoza para enterrar a mamá. Esa noche la pasamos en vela, llorando abrazados mientras mirábamos sus retratos en viejas revistas de modas y al fin aceptó llevarme con él”. “En esos retratos de los años cuarenta se ve a mi madre reluciente y feliz; parece una chica coqueta y atrevida, aunque las fotos son instantes de la vida que después no encajan en ninguna parte”. “Mi madre temía sobre todo a los hombres, pero también a los accidentes, las tormentas, las frutas agusanadas y los males de la vejez. Sé muy poco de ella, pero voy a descubrir lo que pasaba en su cabeza a medida que consiga reunir testimonios y atar cabos”. No dejen de leer La hora sin sombra.

Dejo para el final algo muy personal. Nunca supe qué leía mi madre pero recuerdo una noche de los años 80 en que se compró un libro de Antonio Machado, Poesías, en el centro de Buenos Aires. Lo encontré -amarillento- en una mudanza reciente. No está marcado en ninguna página pero lo que importa es que ese libro es un poco mi madre. Es un tesoro misterioso. Entonces elijo al azar: “Y en todas partes he visto / gente que danzan o juegan / cuando pueden, y laboran / son cuatro palmos de tierra/ Nunca, si llegan a un sitio, / preguntan adónde llegan / Cuando caminan, cabalgan / a lomos de mula vieja / y no conocen la prisa / ni aún en los días de fiesta / Donde hay vino, beben vino / donde no hay vino, agua fresca / Son buenas gentes que viven / laboran, pasan y sueñan / y en un día como tantos / descansan bajo la tierra”. “Dije a la noche: Amada misteriosa / tú sabes mi secreto / tú has visto la honda gruta /donde fabrica su cristal mi sueño / y sabes que mis lágrimas son mías / y sabes mi dolor, mi dolor viejo”. “Todo narcisismo /es un vicio feo / ya viejo vicio”.

© LA GACETA

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