Se peroniza la economía
Los macristas sacan pecho en Tucumán. Las encuestas realizadas el mes pasado les mostraron que, pese a tanta “prueba y error”, la coalición que llevó a Mauricio Macri a la Presidencia de la Nación le lleva más de 10 puntos de ventaja al justicialismo, en todas sus vertientes. Claro que el resultado no es tan tajante. La respuesta de la consultora contratada ha sido si el sondeado estaba “más dispuesto o menos dispuesto” a emitir su voto por el candidato de tal o cual alianza electoral. La cuestión es que en esas postulaciones, la pata más importante de la mesa de Cambiemos sigue teniendo rostro radical. José Cano, el director del Plan Belgrano, corre con el caballo del comisario, pero -a estas alturas- cabe preguntarse si al principal referente del oficialismo nacional en Tucumán, que mejor mide, le conviene desprenderse de un cargo creado por el propio Macri para pagar los históricos olvidos políticos hacia el norte argentino. Pero a Cambiemos no le sobran candidatos; tampoco le faltan. Y en esa dualidad radica el futuro de la dirigencia natural del PRO que ya pide pistas para encabezar nóminas para la elección que se viene.

En la otra vereda está el Partido Justicialista, que no se sabe si se ha tomado un año sabático o si en realidad no encuentra la fórmula para sobreponerse a la derrota en las urnas del año anterior. Juan Manzur tiene claro que su mejor estrategia es que Tucumán siga siendo peronista. De esa manera, su poder de negociación será más fuerte frente a la Casa Rosada. En el caso del oficialismo local, el problema está en el armado de la oferta electoral. A estas alturas resulta dificultoso barajar nombres sobre la probable conformación de la lista. Pero, en el proceso de negociación política, que se extenderá hasta marzo próximo, no se descarta la posibilidad de que haya alianzas con viejos rivales en las urnas. Es cuestión de tiempo, dicen algunos funcionarios. El verano promete ser tan caliente en materia económica como política. En la última década, los argentinos nos acostumbramos que los políticos tomen decisiones con impacto colectivo (devaluaciones, encuadramientos políticos, reparto de cargos, etcétera) en el momento en el que la sociedad se toma un respiro. La cuenta económica o política, indefectiblemente, siempre se termina pagando en marzo.

¿Qué puede pasar hasta entonces? Los tres probables escenarios:

• Un rebote de la economía cambiaría el humor social porque implicará más consumo y una reactivación del mercado de trabajo. En otras palabras, ese panorama posibilitaría al Gobierno nacional hacer proselitismo de la mano de una reactivación. De otra manera, todo será cuesta arriba. Pero, en este sentido, siempre hay un “plan b”: la denominada peronización de la economía. Esta no es más que una profundización del ritmo de la obra pública, el sostenimiento del gasto social (transformado en subsidios) y, naturalmente, la expansión del consumo. El riesgo de esta estrategia es la emisión, ya que un calentamiento de la máquina de hacer billetes llevaría indefectiblemente a recurrir con la misma enfermedad: la inflación.

• La continuidad de la atomización del peronismo. Si Macri pudo sostener su gestión con no tantos sobresaltos, esto se debió al estado de shock en el que aún se encuentra el Partido Justicialista. Sin un líder que asome como principal aglutinador de voluntades, el PJ (que ahora trata de sacarse de encima esa mochila llamada Frente para la Victoria) no encuentra el rol en el partido que se viene. De todas maneras, no hay que perder de vista que la unión de dos o tres referentes de peso puede cambiar la historia. En el camino, los gobernadores de este signo político (como el caso de Manzur) aún están expuestos a los designios presupuestarios y financieros de la Casa Rosada. Un dato que no es menor si cada distrito quiere hacer política en las elecciones de medio turno.

• La inseguridad es el tercer elemento con el que debe lidiar el Gobierno y hasta la oposición misma. Ni uno ni otro han logrado encontrar la receta para acabar lo que, en la anterior gestión era una sensación, y en la actual, una pesadilla.

En suma, en la compulsa electoral de 2017, los discursos ya no serán tan gravitantes para el resultado. Hoy al elector le importa más que nunca la acción.

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