La teoría del martillo

La teoría del martillo

Suele pensarse que todo lo relacionado con el derecho es poco creativo, pero una lista de autores que ejercieron la abogacía y fueron escritores de ficción deja de lado el prejuicio instalado

SIMILITUD. El lector, al igual que el juez en el derecho, es el que construye justicia. elanasesores.com SIMILITUD. El lector, al igual que el juez en el derecho, es el que construye justicia. elanasesores.com
02 Octubre 2016

Por Luis Mey

A todo se le puede aplicar esa famosa “teoría del martillo”, bastante más utilizada para las tertulias científicas que para otras. Dicho martillo, se cuenta, puede usarse tanto para construir como para destruir. El tema ahora es: basta nombrar la palabra Abogacía en cualquier ambiente un poco artístico para que el martillo desaparezca. Parece ser que todo lo relacionado con Derecho tiene que ver con la idea de represión o su falta, estafa y numeritos en un par de libros que dicen lo que se puede hacer y lo que no y que es facilísimo, elemental y, por sobre todas las cosas, poco creativo. Cita impostergable para iniciar la discusión es el mismo Franz Kafka, abogado también, que escribió desde allí, por ejemplo, El proceso. Tagore, premio Nobel de Literatura en 1912, rebautizó Mahatma -“gran alma”- a un abogado: un tal Gandhi. ¿Qué habrá llevado a semejante figura de la época -y me refiero a Tagore- a abrazar tan contundentemente a un abogado? De los escritores abogados, tal vez Tomás Moro sea quien pueda cargar mejor con la percepción de terceros con respecto a que el Derecho y su obra son una sola cosa. Voltaire puede estar cerca de eso, también. ¿Pero quién pensaría lo mismo de Clarice Lispector? ¿Quién pensaría que Los miserables es una obra puramente contractualista que, además, pone en tela de juicio lo que se discute todos los días de nuestra vida en cada diario del mundo: el cliente criminal? Victor Hugo, en su tiempo, nos legó una de las más ricas contiendas de Derecho a favor de todos los escritores. Pocos pelearon más por el derecho de los autores que él, por errores que se le puedan adjudicar.

Nadie le discute el nombre de “padre de la Historia” a Herodoto, por más adjetivos que haya usado en sus Nueve libros de Historia conformando, entonces, más una obra literaria que científica. A su favor tenemos, por supuesto, que fue la piedra fundamental. Tampoco discutimos el título de genio y padre -o uno de ellos- de la literatura alemana a otro abogado: Goethe. ¿Cuántos, sin embargo, recuerdan -si no fuera por Respiración artificial, de Ricardo Piglia-, que Hitler, antes de su título de monstruo del siglo XX, quiso ser artista? ¿Era, mientras tanto monstruo del siglo XX, también artista? Allí, tal vez, la teoría del martillo, a la inversa, se olvida. Porque la verdad es el objeto de la filosofía, pero, ¿lo es del Derecho, también? ¿De la literatura? La literatura, en su búsqueda de significado, se nutre de todo como el Derecho también se construye no solamente de normas sino de las decisiones de los magistrados y de la costumbre. Infinidad de obras literarias se construyeron desde cuestiones de Derecho. El racismo hecho proceso a través de Matar un ruiseñor, de Harper Lee, A sangre fría, de Capote, casualmente amigo de Lee; el famoso relato de Erskine Caldwell sobre la famosa e ilegítima “Ley Lynch”, que trajo de regalo la palabra linchamiento y que se llevó la vida de miles de hombres negros en Estados Unidos. Imposible dejar de lado 1984, de Orwell, o su Rebelión en la granja, que cada tantas páginas cuenta las leyes en las que se levanta el estado animal y cómo, a medida que transcurre el texto, cambian y cambian hasta transformarse en algo peor a lo que pretéritamente combatían. El lector, como el juez en el derecho, es el que construyen la justicia. Es una cuestión de contrato social, de paradigmas. No hay código sin sujetos. Y el código literario lo completa el lector. Se dice que el derecho es de uso excepcional: es decir, aparece cuando las personas no se ponen de acuerdo. En general, las personas solucionan sus cuestiones en privado. El derecho aparece cuando se hizo de ello… una novela, o un cuento. En El mercader de Venecia, Shakespeare expone una de las formas más sencillas de aprender una de las materias más complicadas del Derecho: Obligaciones. Soriano, en su cuento Morosos, también. El Derecho Laboral debería rendirle culto a Factotum, de Bukowski, por la cantidad de mobbing laboral que se da en cada trabajo en el que cae el personaje. La ficción, cuando lo cuenta todo, cae bastante en la cuestión del positivismo del Derecho: queda cerrada, incompleta, lejana del lector que, dijimos, completa el código, recibe y amplía la comunicación que inicia el texto. La creatividad en la literatura toma lo mismo que el Derecho en su cruzada por señalar lo prohibido: en realidad avisa que, en caso de realizar tal acción, puede uno cruzarse con una pena. Pero poder, se puede. Asimismo, la literatura crea desde ese espacio: ¿qué pasaría si…? Dostoievsky mismo dijo: “La peor de las cárceles es aquella en la que uno no sabe que está preso”. Porque quien no pueda aprender algo de Derecho a través de Crimen y castigo, seguramente estará haciendo un mal uso de la literatura poniéndola por encima de lo que cuenta.

Leonardo Pitlevnik, juez y novelista -Los murciélagos, novelón- cita a Cover, jurista norteamericano, para explicar la relación entre Literatura y Derecho: “Los códigos que relacionan nuestro sistema normativo con nuestras construcciones de la realidad y nuestras visiones acerca de lo que el mundo podría ser son narrativas”. Matías Aldaz, cuentista y abogado, explica que “no existiría el derecho sin la literatura, que tiene el don de la anticipación. El derecho no: va a caballo de lo ya consumado”. Débora Mundani, autora de Batán, opina que “en el horizonte de la escritura siempre hay un marco del derecho que por presencia u omisión está ahí, latiendo”.

Hay ruido en la relación entre Derecho y Literatura, como ruido hay en un diálogo entre dos personajes de Cheever. “Todo se sustancia a través de escritos donde el relato de los hechos es determinante”, dice Pablo Martínez Burkett, y se ríe en su silencio cuando se le pregunta si se refiere a su actuación en el Derecho o en la Literatura.

© Télam

Luis Mey - Ganador del Premio de novela Revista Ñ.

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